Vuelvo mi vista al frente, me aferro aún más fuerte al trabajado brazo de Dan e intento olvidar al extrañado Alejandro que nos observa desde los pasillos de la escuela. Continuamos.
Las personas que nos ven pasar se encargan de dedicarnos miradas raras, expresiones indignadas y algún que otro gesto de apoyo, aunque son escasos me gusta que todavía quede una gota de aceptación en el mundo.
—¿Qué tal ha estado tu día? —le pregunto a Dan para sacar tema de conversación.
Estamos viviendo un silencio cortante que me hace sentir tenso, y quiero acabarlo para siempre. Al menos, tengo que sentirme seguro y confiado con él.
—Estuve estudiando un poco. ¿Ya te había mencionado que estudio Literatura?
—Creo que sí —hago un intento por recordar y algo me viene a la mente—, me parece que lo mencionaste el día de la librería.
—Sí, te recomendé a Margaret Atwood aquel día —afirma sonriendo.
—La leí —y es cierto, me encantó cómo escribe—, adoré sus textos. Son tan... tan...
No logro definirlos y solo cuando él habla encuentro el calificativo perfecto.
—Tan liberadoramente únicos —es, por mucho, la definición correcta.
—Pensaba exactamente eso —le confieso entre risas que él me responde con un rostro radiante de felicidad.
—¿Tienes pensado hacer algo ahora? —aprovecha para preguntarme justo en el momento en que ya encontrarme aferrado a su brazo, pesa.
—Nada en especial —le respondo reacomodándome un poco la mochila.
—Podemos ir a tomar un helado —habla muy por lo bajo, como si le avergonzara decirlo o pedírmelo—, solo si tú quieres, claro está.
—Vale —le suelto un tanto cohibido—, pero que sea de chocolate.
—¿Y si no hay de chocolate? —me contempla mucho más seguro y confiado de sí mismo—. Puede ser una opción, que lo sepas.
—Si no hay helado de chocolate escogerás tú el sabor —me recuesto un poco a su hombro y siento cómo le gusta a lo que estoy jugando—, eso sí, que sepas que hay sabores que detesto y uno al que soy alérgico.
—Venga, no me presiones más que reviento —musita y dejo escapar una de esas risas que deja un sonido tan divertido como para que la otra persona también se divierta.
Camino como nunca lo había conseguido. Camino con libertad, sin presiones; camino y con cada paso voy siendo más libre, derrotando gigantes de siete leguas que levantan cejas agraviadas y apuntan con un dedo como si de armas se tratase. Levanto polvo porque soy mi propia consecuencia, porque somos la más bonita circunstancia, porque es una obligación hacernos sentir aunque nos cuesten lágrimas o latigazos. Soy el producto de un sermón mal confeccionado y un cardenal después del azote a mediodía. Camino y voy dejando a mi paso miles de millones de minúsculas mariposas monarca, porque sí, porque no necesito una razón para poder estar aquí.
Nos sentamos en la parte más apartada, tanto de la salida como del mostrador en el que se hacen los pedidos. Dan me observa mientras ocupo mi vista en leer los sabores y las ofertas del día. Justo cuando voy a pedir me calla con una de sus enormes sonrisas.
—Me dijiste que escogería yo.
Deja en mis labios el roce de los suyos y se aleja para pedir y traer lo que tomaremos.
En lo que espero tomo mi móvil y veo un mensaje de texto de hace cinco minutos. Es de Gloria y no me molesto en abrirlo. No ha de ser nada importante. Coloco mi móvil en modo de avión y agradezco cuando Dan me deja delante una copa enorme repleta de helado.

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Bruno
Teen Fiction¿Por qué el amor de mi vida no puede ser el antagonista de mi historia? Una historia de amor, rechazo y abuso familiar, pero sobre todo un romance único que te hará suspirar mientras derramas algunas lágrimas. Encontrarás la pasión de Bruno y sus du...