Capítulo IX

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Me despierto tontamente y miro la hora de mi móvil, es la 01:37 AM, me he quedado durmiendo encima de los dibujos

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Me despierto tontamente y miro la hora de mi móvil, es la 01:37 AM, me he quedado durmiendo encima de los dibujos. Medio dormido miro nuevamente mi catálogo de retratos y me quedo con esas caras que me miran para endulzarme mi vida y mis más oníricos deseos. Me levanto de la silla y me dirijo hacia mi cama para volver a retomar mi sueño. Me duele la espalda y las costillas, al parecer por la posición en la que he estado desde hace rato. Caigo perezosamente en mi cama y con cuidado me acomodo. Comienzo a dormirme y la oscuridad y los demonios de mis pesadillas amenazan mi estabilidad y juegan con mi mente.

Estoy en una habitación oscura. Me encuentro en el centro, iluminado por una luz sin fuente de procedencia aparente. Estoy en el piso, desnudo, sin la menor prenda de ropa. Mis tristezas y agonías me van consumiendo lentamente como parásitos asesinos. Mi cuerpo de un momento a otro empieza a retorcerse y el dolor me va llevando a límites prácticamente insoportables e insospechados.

Presto atención al piso. Está completamente lleno de sangre, es rojo y apesta nauseabundamente. Estoy recostado sobre mis pinturas y algún que otro escrito. Las hojas se van llenando del fluido sanguíneo y las pocas en las que todavía los dibujos son visibles parecen ser paranormales. En el lugar de los rostros de Gloria y Alejandro se encuentran caras completamente desfiguradas, malditamente endemoniadas y asquerosamente impuras. Me arde por dentro el corazón al ver en lo que se han convertido mis pinturas.

Percibo pasos que se acercan y miradas en la oscuridad que me acechan. Mi padre aparece de la nada, me mira, ríe y comienza a darme patadas en el abdomen. El dolor de sus golpes me produce arqueadas y de un momento a otro mi boca escupe sangre. Es un sabor extraño y el fétido olor del líquido que estoy expulsando solo provoca que mi asco se incremente. Para por un momento y aparece mi madre con una correa en la mano. Se la ofrece, él la toma sonriente y ambos se besan castamente. Ella se mantiene seria e impasible, fría y calculadora. No gesticula palabra alguna. Mi padre alza su mano, sintiéndose empoderado, y deja caer con la fuerza de una tormenta el cinturón sobre mi cuerpo. Los verdugones instantáneamente surgen en mi ya debilitado cuerpo y no tengo fuerzas aparentes para quejarme. Mi madre se limita a mirarme y callar, baja su cabeza de vez en cuando y en cuanto la alza puedo notar una pequeña sonrisa que desaparece con el próximo golpe que me propina mi padre.

Por un momento se calma, deja de pegarme, y desaparece. Pronto llegan nuevos participantes a la tortura, sin darme al menos un minuto para respirar. Los matones de la escuela aparecen riéndose a carcajadas. No oigo sus risas, solo veo el movimiento de sus bocas que gesticulan, por lo que puedo adivinar, atrocidades e improperios mientras se jactan. Son cuatro. Se distribuyen alrededor de mi cuerpo como si yo fuese un animal. Una quinta persona que aún no distingo bien se mantiene en la relativa protección de la zona oscura.

Comienzan a lanzar insultos al compás del ataque que recibe mi cuerpo. Me cubro la cabeza instintivamente porque veo las intenciones del más grandes del grupo con un enorme pedazo de piedra que lleva en sus manos. Cierro los ojos y espero, al parecer no lo va a hacer. Está llamando a la persona que se refugia en la oscuridad y me quedo completamente petrificado cuando lentamente Alejandro viene caminando hacia donde estoy yo.

BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora