Capítulo XIX

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—¿Esto es mentira, cierto?

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—¿Esto es mentira, cierto?

—No— responde mi madre agachando la cabeza.

—Es que me cuesta creer que haya ocurrido de verdad— mi voz se quiebra un poco.

—Está en libertad— solloza— Nuestro abogado llamó hoy para darme la noticia. No se pudo hacer nada al respecto.

—Cada día me sorprendo más con la justicia— estoy agotado, cansado de este mundo, extenuado por tantos golpes que caen a mis espaldas.

Mi vista se queda perdida por un momento en la pared. Mi madre me acaricia las ondas de pelo húmedo y mis ojos se humedecen frente al reflejo que observo de mi futuro.

—Bru, podemos irnos— «cómo» me desesperezo por un momento.

Me quedo anonadado. No esperaba esto. Ya se lo había propuesto una vez y me lo había negado. Ahora no sé de dónde le nace.

—Pero habla, necesito tu opinión— me pide.

—Explícame tú ahora, si puedes; esto debimos hacerlo desde hace mucho tiempo atrás.

—Lo sé. Y me culpo cada día por eso.— Sus ojos comienzan a brillar por el cúmulo de las lágrimas que vienen.— Blas no se ha portado bien, principalmente contigo. Me duele que sea así. Aunque tengo que aceptar que en el fondo siempre ha sido el mismo.

Hace una pausa, traga en seco, y continúa.

—Quizá esto te resulte difícil de saber. Pero te lo voy a contar. Necesitas una explicación por el comportamiento de tu padre.

—No es mi padre— susurro por lo bajo, y me escucha, aunque decide ignorarme.

—Hace tiempo, cuando todavía te llevaba en mi vientre, no recuerdo muy bien si tenía en ese momento cinco o seis meses de gestación; tuve una caída.— Presto atención, no había escuchado nada de esto nunca.— Tuvimos que ir al hospital, y realmente fue un milagro médico que te salvases. Sin embargo, Blas no estuvo contento con eso, por más que me lo negase yo misma, y lo justificara una y otra vez. Realmente odió que eso sucediera. Y mi pregunta en aquel momento, entre cortinas de humo escondiendo su actitud, era el porqué de su reacción.

—Mamá, no necesitas contarme esto si no quieres— le digo mientras veo su rostro marcado por las lágrimas.

—Sí, sí lo necesito.— Traga en seco, continúa— Con el paso de los días comprendí que Blas estaba conmigo solo por mi embarazo y porque sus padres le obligaban a hacerlo. Cuando naciste tú pensé que las cosas iban a mejorar, pero no fue así. Todo empeoró. Ya el problema no era yo, eras tú.

—Siempre lo he sido.

Mamá se arrodilla, me toma las manos en las suyas y llora desconsolada sobre mí.

—Perdóname, por favor, perdóname— esto me parte el alma en dos. Sí, sé que mi padre es un ogro, no me agarra de sorpresa. Pero ella es mi madre, y aunque muchas veces se haya equivocado, no es justo tampoco lo que le ha tocado vivir.

BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora