¿Por qué el amor de mi vida no puede ser el antagonista de mi historia? Una historia de amor, rechazo y abuso familiar, pero sobre todo un romance único que te hará suspirar mientras derramas algunas lágrimas. Encontrarás la pasión de Bruno y sus du...
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Llego a la casa. Dejo mi bicicleta en el patio, y entro. Por ahora estoy bastante animado pero sinceramente no tengo ganas de hablar con mi madre. Subo las escaleras que llevan al segundo piso, donde se encuentra mi cuarto y me tumbo sobre la cama. La rutina del día me tiene totalmente agotado y poco a poco mis ojos comienzan a cerrarse.
—¡Suéltame!—grito en mi sueño, y un Bruno de apenas cinco años corre desesperadamente, como intentado salvar su vida.
—¡¡¡Qué vengas a acá te dije!!!—
—¡¡¡¡¡Nooooooooooooo!!!!!—grito cuando dos gruesas manos me toman y me levantan.
Comienzo a recibir cada vez golpes más fuertes, que se incrementan con severidad causando daño y mis lágrimas van cayendo, mis gemidos de dolor se agudizan y paro. Suspiro y continúo. Ya mi alma y mi garganta no dan más; siento un picor en la boca.
—Por favor ya.— susurro mientras mi rostro es surcado por saladas gotas de llanto.
—¡Cállate y aguanta como un hombre!
Su grotesca mano se acerca y golpea con furor mi boca. Mis dientes se estremecen y el interior de mis labios se rompe, la sangre gotea.
Me despierto completamente sudado. Estoy perdido. No sé dónde estoy. El susto se apodera de mí y el miedo me domina. Poco a poco me calmo y comprendo que me encuentro en mi cama, mi cuarto, mi casa. Aunque sé que este no es el mejor lugar, ni siquiera aquí estoy a salvo.
Dos horas más tarde mi madre y yo comenzamos a cenar. Papá no ha llegado, y ojalá no llegue.
—¿Cómo ha estado tu día?
—Pues a no ser por las marcas en mi cara, todo bien.
El silencio es cortante, pesado. Mi comentario ha reabierto una herida que no estaba completamente cerrada.
—Eva quiere venir a verlos.
—¿Eva? ¿Tu guía?— me mira algo rara— No puedo creer que le hayas contado algo.
—No necesito contar las cosas, la gente se da cuenta sola.— y me duele por un momento, me duele en lo más profundo de mi alma su comentario.
El ruido que hace la puerta al tirarla nos sorprende. Es el preludio de la llegada de papá. Suelto el plato de sopa de tomate que estaba tomando y me apresuro a ir corriendo hasta el pie de las escaleras.
Mi madre no me impide correr. Es que no puede. Sabe que no puede. Comienzo a subir cada escalón y casi al final de la subida oigo a mi padre entrando a la cocina. Corro. Huyo hasta mi nido, ahí por lo menos tengo un poco más de protección.
—¿Dónde está?— pregunta su horrorosa voz grave y ronca.
—Está en su cuarto. Por favor. Déjalo allí— mi madre habla como quien no quiere las cosas, como quien no desea que lo que dice se cumpla. Habla sin verdad, sin expresar algo con sinceridad.
—Quería pedirle disculpas.— la voz de mi padre nace de sus cuerdas vocales con un odio intrínseco. Sus palabras huelen a hipócritas mentiras, a fétida suciedad.
Dejo de escuchar y cierro cautelosamente la puerta de mi habitación.
Comienzo a hacer las tareas; en esta etapa es importante cumplir con la escuela porque las pruebas de ingreso se acercan cada vez más. Estos exámenes son decisivos, de sus resultados dependen las futuras profesiones de cada estudiante. Me coloco mis audífonos y comienzo con Matemática. Al ritmo de Born this way, de Lady Gaga, voy resolviendo problemas, y al compás de Monster, las ecuaciones se hacen más sencillas y menos trabajosas. De pronto me llega una notificación a mi celular.
—Hola—es un mensaje de texto de Alejandro, al parecer ya Eva habló con él también.—¿Puedes conectarte al WhatsApp por un momento?—un sms algo raro, pero no pierdo nada, así que me conecto para saber qué quiere este.
Me conecto y en este momento escucho por mis audífonos Shallow, a dúo entre Bradley Cooper y la Mother Monster.
—Perdona que te moleste— es su primer mensaje.
—Estoy un poco ocupado ahora— quiero salir rápido de este chat, nunca me he llevado bien con Alejandro.—¿Qué quieres?
—Follar.
¿¿¿CÓMO???¿¿¿QUÉ MIERDA HA SIDO ESTO???
—Perdona, no era para ti el mensaje— vaya disculpa más sosa. Y el mensaje se borra de mi chat en cuestión de segundos. Él lo elimina.
—¿Qué quieres?— repito, estoy al borde de un ataque, solo quiero dejar de escribirle, es que no lo aguanto.
—La profe Eva me confirmó que iremos juntos al concurso.
—Sí— no tengo deseos de presentarle mis opiniones.
—Estaba pensando que quizá podamos estudiar juntos unos días.
—Por mí no hay ningún problema.— aunque la verdad es que sí los hay. No quiero estudiar con una persona que se pasó toda la secundaria haciéndome bullying, es que no quiero. No tengo las fuerzas necesarias para eso.
—Pues muy bien. Mañana en la escuela nos ponemos de acuerdo.
—Chao— respondo un poco cortante.
—Bye— creo que se ha dado cuenta que no tengo deseos de seguir escribiéndole. Eso es mucho mejor. Evitamos hipocresías desde el comienzo.
—¡¡¡En qué líos te metes, Bruno!!!— me habla mi subconsciente.
Continúo con mi tarea y al acabar tomo una cuartilla de papel blanco y despego de este mundo para llegar al universo que siento como realmente mío.
Comienzo.
Mi lápiz deja sus huellas en la hoja blanca. Da forma a un rostro. No sé quién es. Tal vez no quiero saber quién es. Su pelo, algo alborotado pero aceptablemente peinado deja ver sus esculpidas orejas. Sus ojos pardos y penetrantes, intranquilos y espaciosos me observan debajo de unas pestañas preciosas y unas tupidas cejas. Su nariz perfilada es como si estuviese respirando a través del papel para sentir mi olor. Sus labios fuertes y precisos, ni muy gruesos ni muy anchos, se deleitan en una escasa sonrisa presagiadora y enigmática. Por un momento me sorprendo, no entiendo el porqué de dibujar esto. No sé ni la razón ni el motivo, y tampoco quiero encontrarlo, porque algo me inquieta en esa profundidad de sus ojos, que controla la relatividad espacio-tiempo y por un momento detiene mi mundo para solo observarlos a ellos. Me quedo perplejo cuándo reconozco mi retrato. Comencé sin una idea fija y el lápiz fue dejándose llevar por mi mano.
Solo lo entiendo cuando mi subconsciente me susurra: —No lo pienses más. Es él.—
Y los chispeantes ojos de Alejandro me dirigen una mirada antes de guardar en una gaveta el papel, para correr y esconderme tras mis sábanas grises.
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