Capítulo VI

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Corro y me escondo detrás del mueble de la sala de estar

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Corro y me escondo detrás del mueble de la sala de estar. Ahí estoy seguro, nadie puede verme, él no puede tocarme. Aguanto mi respiración y me tapo la boca y la nariz con la palma de mis manos, no quiero producir el menor sonido, solo en este gesto recae mi esperanza de no ser descubierto.

Un golpetazo fuerte me avisa que este gran monstruo está cerca, muy cerca. Sigilosamente me escabullo por el piso y echo a correr en cuanto estoy libre con todo el espacio a mi disposición. Siento que una mano enorme, desgarradora y destructiva me atrapa.

-¡¡¡Nooooooo!!!- grito a viva voz. -¡Suéltame!- le espeto intentando separarme de sus garras dominantes y su sucio cuerpo. Suelta una mano de su cuerpo y con la otra comienza a aporrearme el cuerpo. Cada golpe duele más que el anterior. -¡No he hecho nada!- digo para mi interior- Solo estaba dibujando mariposas.-

En un intento desesperado por soltarme de su opresión le muerdo. Muy duro. Quiero que sienta lo mismo que yo. Siento un sabor algo raro en mi boca y me doy cuenta que es sangre. Le he herido, lo he lastimado.

-¡¡¡Ahora sí vas a saber lo que es bueno!!!- gruñe con un odio tan intrínseco que es capaz de espantar a un héroe a kilómetros.

Su mano se impulsa y en el aire veo como se dirige hacia mi boca. Choca contra mis labios y estremece mis dientes. La sangre chorrea. Lloro. Me duele. ¿Por qué me pasa esto? No he hecho nada, o por lo menos nada grave. Me suelta y de un tirón caigo retorciéndome y sollozando en el suelo. El ardor dentro de mi boca no es agradable, el sabor a sangre en mi paladar no es precisamente exquisito, por el contrario, es asqueroso.

Minutos después mi madre corre hasta donde estoy yo. No menciona ni una palabra. Prefiere callar. Nunca regaña a papá cuando me hace esto. Delicadamente comienza a limpiarme la sangre y con un algodón con alcohol me desinfecta. Sus lágrimas le corren por el rostro. No entiendo nada. A ella no le ha dado, a mí sí. Solo yo puedo estar llorando.

-Mamá. - me mira con sutileza y sus ojos resplandecen entristecidos por el efecto del llanto.-¿Te ha hecho algo a ti también?

-No, Bru. No te preocupes.- hace una pausa e intenta evadirme del tema. Cambia su estado de ánimo por un momento y me mima cariñosamente. -Mañana mi niño va a comenzar a aprenderse el alfabeto.

-¡No quiero!- digo mientras recuerdo que mañana tengo que ir a ese endemoniado lugar al que llaman escuela y me enfurruño. -¡No quiero ir! ¡No quiero aprender!- sonríe escasamente por un momento, su sonrisa es prácticamente indetectable.- ¿Puedo quedarme dibujando, porfa?

-Hay que estudiar Bru...- No termina su frase.

El ogro ha vuelto. Envuelve el largo pelo negro de madre en su mano y la tira hacia atrás. Ella pierde el equilibrio y cae.

-¡¡¡¿¿¿Por qué lo limpias???!!!- grita entonado y me horrorizo al ver el cinturón que porta en su mano derecha. -¡Todavía no he acabado con él!

BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora