Capítulo XXI

113 24 292
                                    

—¿Bailamos?— me arrastra Gloria mientras dejo en la barra lo que me queda de piña colada.

—Vale— respondo cuando estamos ya en el medio de la pista de baile.

Nuestros desordenados cabellos, el mío más corto que el de ella, son un cuadro de arte abstracto. Tienen vida propia y una naturaleza que solo ellos se explican.

Esta es de las noches en las que de seguro me tomaría un gin-tonic. Necesito desinhibirme un poco, aunque la fatiga de bailar ayuda. Por fin he olvidado mi vida y lo que ello conlleva. Distraerme me está haciendo bien, muy bien.

—No puedo más— le comento sin resuello y me río un poco.

—¡Anda ya! ¡Esto solo comienza!— dice mientras cabecea y su pelo se mueve a un lado y a otro.

—De verdad, no sé cómo puedes— ella es incansable, inagotable, nada la detiene y eso me gusta—; te espero sentado en las mesas de allá.

—Joder, qué aburrido eres.

Descanso un poco mis pies y me pido un agua con limón que devuelve algo de la energía que perdí bailando. Me entretengo observando las luces de neon que inundan el espacio y el volumen de la música va aturdiéndome hasta hacerme olvidar completamente el tiempo.

Enciendo un momento mi móvil y la hora me hace volver hasta donde está Gloopy. Vamos tarde y se suponía que regresaríamos temprano.

La multitud me hace dudar. No sé si es mejor rodear la pista o adentrarme en esta masa feroz de personas desenfrenadas. Respiro hondo y me sumerjo en la tempestad impasible de cuerpos a los que no pongo rostro.

Me toman del brazo, por encima del codo, y la sorpresa solo hace que tire tan fuerte hacia adelante para soltarme de la persona que me aguanta. Me giro para saber quién ha intentado detenerme, y al observar su rostro lo hago: paro en seco.

—Perdona, no quería asustarte— grita para que pueda escucharlo. El bullicio solo amortigua las voces.

—No, perdóname a mí, no te imaginaba aquí— le sonrió al chico de la librería, ese mismo que me salvó la vida ya una vez, ese que por tercera ocasión el universo pone casualmente de frente a mis ojos.

—Lo sé, es que a pesar de ser un ratón de biblioteca también soy un empedernido de las noches— me sonrojo un poco, no pretendía que entendiera eso— Me alegra verte aquí— leo en sus labios las palabras—, la última vez que te vi no pude evitar que corrieras mojándote.

Me mira un momento, totalmente serio, y no puedo parar de reír. Vaya comentario que ha hecho. Al parecer es de los que se dan cuenta que han dicho algo muy fácil de encontrarle un doble sentido vergonzoso.

Se relaja un poco al ver que no paro de reír y se suma él también.

—Perdona, es que ya voy un poco mal— y mueve el mojito que lleva en una mano.

—Despreocupa, no pasa nada— percibo que un chico detrás de él se encuentra incómodo. Quizá sea su novio. Mejor sigo buscando a Gloria—. Bueno, un gusto verte.

Me despido y continúo caminando.

—Espera, coño, te invito a una copa— escucho desde lejos.

Gloria no se encuentra por toda la pista. «Me alejo un momento y se pierde por completo.» No veo rastro de ella.

—Hombre, me dejaste con la palabra en la boca— ríe el mismo chico rubio de hace unos minutos; ya es, para mí, un conocido extrañamente desconocido, me resulta perturbador pensar así; pero y qué, acaso la vida no es una irreverencia en toda la extensión de su concepto existencial.

BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora