Capítulo IV

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Me levanto temprano, muy temprano

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Me levanto temprano, muy temprano. Quiero olvidar rostros dibujados que me vienen a la cabeza y pesadillas que me sumergen en eternos dolores y angustias. Me visto con mi ropa de deporte y tomo mis audífonos, los conecto vía Bluetooth con mi SmartPhone y tras salir por la puerta principal toco el icono que señala play en la pantalla de mi móvil. Los primeros acordes de Perfect Illusion son el detonante para que mis pies salgan en un ligero levante, disparados por la adrenalina de correr por la ciudad a las cinco de la mañana. A medida que las canciones van pasando me voy alejando cada vez más de mi casa, empiezo a recorrer las calles centrales que rodean el parque del pueblo. Me siento algo cansado, no mucho pero sí. Ejercitarse a estas horas está infravalorado, es desestresante, aunque en verdad es agotador. Decido sentarme en un banco que reposa a la crepuscular sombra de un álamo. A estas horas ya comienzan a aparecer los primeros destellos del sol, aunque aún quedan vagos reflejos de la noche. Es el amanecer perfecto. En la calle hay mucho más gente de la que normalmente se podría esperar. Unos tantos que pasan para sus tan matutinos trabajos, otros que vaya a saber Dios cuáles son sus intenciones, algún que otro viejecito que no quiere perderse el crepúsculo y muchos tantos que, igual que yo, prefieren ocupar sus mentes haciendo algo de vida sana. Me distraigo un momento en varios perros callejeros que pasan. Amo los animales.

—¿Te gustan?—me dice una voz bastante cerca de mí, lo que me sobresalta. —Perdona, no era mi intención asustarte.— se disculpa tibiamente la voz de Alejandro y su rostro, ya que me giro para mirarlo, se enrojece un poco.

—No pasa nada.— me acaba de amargar la mañana, por qué me pasa esto a mí, ahora me sale hasta en el agua que bebo.

—Pero ¿Te gustan, verdad?

—Ah, ¿Los perros?— asiente suavemente ante mi pregunta— Pues sí. Los adoro.

—¿Cuántos tienes en casa? No debes tener muchos porque te has quedado prendado de esos que son simplemente perros de la calle.

—No tengo mascotas.— y mi cara cambia. Siempre he querido tener alguna pero no me han dejado nunca.

—¿Qué tienes en la cara?— me doy cuenta que aún mis golpes se ven, mucho más hoy que no he tratado de esconderlos por ningún lado.

—Resbalé en el baño— es un poco cotilla, e indiscreto diría yo.

—Esos son golpes Bruno— me inquieta que trate de explicarme algo que ya sé.

—Eso no te importa.— lo digo despacio, saboreando mis palabras, sintiéndolas desde lo más profundo.— Voy a continuar, así que con tu permiso, me despido.

—¿Puedo acompañarte?

Estoy casi harto de él. No le aguanto. No quiero compartir nada con él, ni tan siquiera la menor conversación. Pero por desgracia, mi subconsciente sí.

—No hay ningún problema—

¡¡¡Cobarde!!! Me grito a mí mismo por no saber decirle que no.
Continuamos corriendo, en varias ocasiones me retraso un poco, para observarle. Es alto, con un cuerpo bastante atlético; su pelo, que siempre se mantiene intacto y perfecto, es hoy una revoltosa e impaciente pila de mechones que saltan según caen sus pasos en el pavimento. Es guapo, no lo puedo negar, pero su oscuridad y la manera de tratarme desde hace años son los motivos para que me mantenga a distancia de él. Desde que lo conocí en primer año de secundaria fue mi terror y mi miedo, por su culpa pasé noches sin pegar ojo y por él mi moral se hundió hasta lo más bajo, tan bajo que podría afirmar que se encontraba a escasos centímetros por debajo del infierno.

El bullying es algo que ha marcado mi adolescencia. De igual manera he aprendido a sobrellevarlo. Yo soy como soy, y quien no me acepte como soy, pues simplemente pierde mi presencia en su vida. Alejandro, aunque ha madurado un poco con el tiempo, es para mí una persona non-grata, no tenía ni tiene el derecho de hacer sentir como una mierda a nadie, nadie tiene ese derecho.

—¿En qué piensas?— me distrae de mis pensamientos negativos sobre él.

—En nada importante.

—Estaba pensando que quizá podamos estudiar hoy en la tarde.

—No puedo.— Digo instantáneamente, creo que por mi tono y la rapidez con la que hablé se percató de mis pocos deseos de compartir algo con él.

—Mira Bruno. Tenemos un concurso por delante. No podemos hacer quedar mal a Eva. Deja ya tu ego y acepta que es una obligación para los dos ganar ese concurso.

Me sorprende lo convincente que puede llegar a ser cuando habla de esa forma, de esa manera en la que su labio superior se frunce. —Deja de pensar en eso y ve a lo que importa— me reprende mi estricto subconsciente con cara de malas pulgas.

—Solo lo hago por Eva. — admito remordiéndome mi interior.

—No tienes que hacerlo por nadie más.

Nuestros largos y ágiles pasos se van coordinando, de vez en cuando nuestros brazos se rozan y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando pasa esto. No sé por qué me pasa, no lo entiendo, no comprendo si es por la repulsión que le tengo o por motivos que no quiero aceptar y mucho menos llegar a comprender.

—Lo siento.

—¡¡¡¿Qué?!!!— me ha tomado por sorpresa.

—Que lo siento. — no puedo creer que esto esté pasando.— Siento haberte hecho daño.

Me he quedado mudo, completamente sin palabra alguna, no sé qué responder.

—Siento mucho que te haya hecho la vida imposible en la escuela. Siento haberte disminuido como persona.—
No le quiero responder. Tal vez es que no pueda hacerlo.

—Perdona haberte hecho sentir mal.

—Nos vemos en la escuela, hoy entramos a las 8.

No tengo el valor suficiente para seguir escuchándolo. Cambio el rumbo de mis pasos y apresuro mi velocidad, me coloco los audífonos y Rolling in the Deep, de Adele, me impide oír claramente mi nombre, que ha sido gritado al aire.

Afortunadamente al llegar a casa mis padres no están, algo de lo que me alegro, al parecer mi padre ya se fue a trabajar y muy seguramente mi madre aprovechó para ir de compras con él. Me ducho y me visto. Intento ponerme un outfit que me favorezca pero no tengo tiempo, voy retrasado. Por lo menos no tenemos que usar el uniforme de la escuela, en estos últimos meses no es necesario en mi grado ya que somos de próximo ingreso, por lo que los profes no exigen la ropa del reglamento, podemos ir con ropa civil siempre y cuando cumplamos con el plan de estudio. Monto en mi bici y en cuestión de minutos estoy en la escuela.

Gloria aún me espera en la entrada.

—Nene que vamos a llegar tarde.

—Sí. Lo sé. Lo siento, es que hice ejercicio temprano.

—Ni que fueses tan atlético.— y me da un abrazo que me reconforta, que me llena, que me hace sentir amado por mi mejor amiga.

— y me da un abrazo que me reconforta, que me llena, que me hace sentir amado por mi mejor amiga

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BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora