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"Mon amour, sweet child of mine
You're divine
Didn't anyone ever tell you
It's ok to shine?"

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    El primer pensamiento que aterrizó en mi cabeza, fue que se trata de una broma, un chiste de Hera para aligerar el contexto desabrido acá afuera, para quitarnos la preocupación de tajo cuando el doctor se dignase a comunicar el verdadero diagnóstico. No obstante, al no notar más que una perpetua seriedad, lo que mi mente conmocionada creyó, fue que se había equivocado. Hera no es la única paciente aquí, debe haber más chicas que rondan su edad ocupando el resto de habitaciones.

¿No?

La duda ocupó mi cabeza tan solo un intervalo pequeñísimo de tiempo, porque como hilos entretejiéndose, retazos de los últimos dos días se reproducen en mi mente cual película. Desde que llegamos, Hera no ha bebido una sola gota de alcohol, siempre tenía una excusa. También los antojos extraños, como esa cena en la que pidió salchicha y mermelada, junto y Lulú por poco se vomita encima al verla comer con un gusto impresionante. El agotamiento cada cinco cuadras, los pies hinchados, el tener que ir del brazo de Hunter por los mareos repentinos que le adjudicó al cansancio, y por supuesto, la marea de vómitos que ha tenido en el día.

Hera, en efecto, está embarazada, y tan solo hay que ojear las caras de su padre y hermano para comprender que la repentina noticia, nos ha dejado a uno más atónito que otro.

El visaje de Ulrich se colma de enfado, temiendo que actúe como un loco agresivo, mi cuerpo entra en alerta cuando toma un paso cerca del doctor, negando aprehensivo.

—No, está equivocado—rebate, gravitando una mano entre su pecho y estómago—. Vine aquí con mi niña, rubiecita no mide más de un metro cincuenta y tres. Tiene problemas con su periodo.

Me froto la sien resoplando por lo bajo. Ulrich niega como tratando de encajar los pensamientos, pero no consigue calzarlos. Aparto la mirada de sus ojos, el destello de desconcierto en ellos es cegador.

—Hera Tiedemann, de ella le estoy hablando—afirma el doctor, resaltando las palabras con un asentimiento.

Me pregunto como el silencio, un estado incorpóreo, puede percibirse con esta energía que me eriza los vellos de los brazos. Ulrich cae de culo en la silla, mirada perdida en un punto de la pared, sumergido en sus cavilaciones, o en la nada, no lo sé, pero no se le ve bien. Levanto la mirada a Eros, todavía apabullado y hasta intimidado por la noticia, se ha extraviado dentro de él mismo, como su padre, quién ahora se sostiene la cabeza entre las manos enredadas en su cabello negro.

Ninguno de los dos hace el amago de hablar o si quiera vencer el estupor, me toca a mí dar un paso al frente y encontrar la voz en medio de la impresión.

—¿Ella está bien?—pregunto, la voz me suena más a temblor que a interrogante, así que carraspeo antes de agregar con mayor firmeza—. Solo estamos nosotros, somos su familia.

El hombre contrae los labios mostrándose indeciso, el temblor de mi voz desciende a mi corazón.

—Se encuentra estable, pero su embarazo es complicado, lo que me ha informado es que su tipo de sangre y el del bebé tienen Rh opuestos. Por la pérdida de sangre tuvimos que suministrarle la vacuna de inmunoglobulina antes de lo previsto, pero al parecer ella ya ha desarrollado anticuerpos—informa—. Se necesita hacer una transfusión fetal intrauterina, este es un caso remoto, su embarazo ha pasado a ser de alto riesgo.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora