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"My hips, every high and byway
That you trace with your fingerprints
Like a Toyota, run your hands over me
Like a Land Rover"

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Advertencia: leer la nota al final.


Eros

 

   —Aquí no van a prohibir el porte  legal, ¿sabes por qué?—Ulrich se limpia el rastro de alcohol del bigote con el pulgar, levantando el meñique hacia Helsen—. El miedo colectivo de sentirse desprotegidos se propagará tan rápido como el aumento de contrabando.

El anillo no para de darle vueltas al dedo. Una, dos, cinco veces, no lo sé, perdí la cuenta de las veces que lo he sacado y devuelto. Algo me ha puesto nervioso, agitado. Apartado de la alerta permanente.

El reloj ensortijado en mi muñeca marca las doce y cinco de la mañana. ¿Sol dormirá? Es viernes, a estas horas debe estar tomando una taza de té mientras se devora página por página de algún libro con dragones, criaturas de aspecto demoniaco, caballeros trajeados con armaduras y heroínas de cabello blanco y ojos violetas.

O en todo caso, resolviendo un misterio, cazando un asesino.

Le gusta la mierda fantasiosa, magia, hechizos, batallas. Apostaría por ella toda mi fortuna en un concurso donde se desmenuce cada mundo de cada puto libro de cualquier autor de fantasía, misterio o terror del siglo pasado y este. Se los sabría todos.

—Por supuesto, la gente está acostumbrada a vivir con un arma en casa, les da confianza, una seguridad de defenderse a ellos y a su familia—Helsen continua la conversación con considerable buen ánimo—. El gobierno se puede permitir un tiroteo anual, no una ola de histeria los trescientos sesenta y cinco días del año, ¿triste? Sí, ¿inevitable? No, de una manera u otra, seguirán pasando.

¿Enviarle un mensaje preguntándole como le ha ido con Dunderg, sería interferir en ese lapso de separación que yo mismo nos impuse? Comenzaba a resultarme fatigoso no tener la plena libertad de escribirle preguntándole que lleva bajo la ropa, como se ha peinado o cuestionarle como se siente.

—La misma mierda con la marihuana, ¿Qué ocurre si es prohibida?—Ulrich rellena su vaso y el de Helsen, la segunda ronda, y aún no me termino la primera.

—Los maleantes haciendo de la calle su negocio, las gangas matándose entre ellas, un puto desastre inmundo—contesta Helsen, llevándose el trago a la boca.

Al carajo, no le voy a pedir que se masturbe y me envíe una foto de sus dedos hundidos en ella, lo que necesito es saber cómo se siente, una duda inocente, producto de la crudeza de mi preocupación.

—Tenemos que enfocarnos en expandir el mercado, tenemos África, el occidente, norte y oriente de Europa—sigue hablando Ulrich.

—Macedonia, Malta, Portugal y Bosnia se muestran interesados pero el equipamiento policial, no militar—aporta Helsen.

Muevo los dedos encima de la pantalla del aparato, presionando teclas con precisión.

'Estás despierta? Puedo llamarte?'

Presiono enviar. No es el anillo lo que gira en mi dedo, ahora es el aparato dando vueltas en medio de dos de ellos.  

—Con las guerras cociéndose en el oriente, que no te sorprenda el pedido de un buen cargamento con todos los juguetes—Ulrich suena demasiado entusiasmado con esa idea.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora