"Crashed Fairy Tale"

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En el cumpleaños número ocho de Hera, Maximiliam y Maxwell regresaron a la residencia Wilssen, para la celebración.

Hace dos años que no pisaban ese lugar, Eros los convirtió en personas non gratas desde esa vez que Maxwell osó a besar a su hermanita. Ese día no pudo hacer nada, Hera mandaba y uno de sus pedidos, era invitar a Maxwell, a quién a veces se encontraba en el colegio y secretamente, le regalaba rosas de papel, gesto que le seguía pareciendo sin gracia, pero que podía aceptar sin problemas.

Hera había cambiado la corona de reina que su padre le había obsequiado esa mañana, por un cono de fiesta. Por primera vez no quería ser el centro de atención, quería jugar con el resto de sus compañeros, cosa que casi nunca pasaba. Solo Guida, la niña castaña que no le veía feo en clases, era la que se atrevía a ir a su casa en día de semana.

Maximiliam se aparta de todos, permite que su hermano sea el que le entregue los regalos a la niña presumida. Uno por cada uno.

—Feliz cumpleaños, Herita—dice el niño, aguantándose el apodo solo porque el padre de ella estaba un paso detrás—. Para ti.

Hera contenta de verle, recibe las bolsas, le pasa a su madre la que tiene el nombre de Maximiliam y no se abstiene de abrir la de Maxwell. De ella saca una cajita de joyería negra, con sus deditos cortos la abre y su mirada resplandece, justo como el colgante de plata como el que ella quería hace mucho de él.

—¡Un diamante rosa!—chilla eufórica, mostrándoselo a su madre y abuela. La emoción le gana, cierra la caja y se lanza abrazarlo—. ¡Muchas gracias, Max!

Así cerca de su rostro, se fija en que el azul en los ojos del chico tiene pequeñas manchas parecidas al oro. Y allí, a Hera el gusto le cambia, ya no es un diamante rosa la piedra más bonita que ha visto, si no, el lapislázuli en los ojos del niño.

—Hera, suéltalo—pide Ulrich de malhumor, tomándole del hombro.

—¡Déjala en paz!—grita Franziska con cámara en mano—. Apártate, voy a capturar este momento.

Se encargada de tomar tres solo por asegurarse. Hera queriendo ponerse su diamante, se aleja del chico pidiéndole a su madre que le ayude. Maxwell temeroso de la mirada del hombre de cabello negro y mirada celeste, retrocede como un robot y se va corriendo a dónde su hermano le espera, pero feliz porque su florecilla, le ha encantado su regalo.

Jamie mirando el espectáculo junto a Eros, se pregunta porque Hera no reaccionó así con el collar de corazón de oro que él le regaló, aún cuando ahorró todo un año para adquirirlo.

Se sintió tan valioso como el cono que la niña se ha quitado de la cabeza y desechado a un lado, para montarse la corona otra vez. Se había cansado de ser una plebeya.

Días más tarde, cuando la niña se preocupaba en dibujar vestidos y vestir muñecas, Jamie entró a su habitación y yendo directo al joyero en su vanity demasiado lleno para ser una cría, robo el diamante rosa y se encargó de que el camión de basura se lo llevase esa semana.

Hera, rota de desdicha por la pérdida de su joya más preciada, encontró consuelo en el collar que el niño de ojos como el color de las aceitunas le había regalado.

Mismo collar que permaneció con ella, hasta esa noche en las calles húmedas de los arrabales en la que sus atacantes, le arrebataron más que su simple corazón de oro.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora