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"Every now and then the stars align
Boy and girl meet by the great design
Could it be that you and me are
The lucky ones?"
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El primer estremecimiento me despierta la consciencia, el segundo me pone en alerta y el tercero dispara un quejido fuera de mi boca cuando el dolor de espalda me toma la columna y el cuello.

Culpo al estruendo por privarme de la vista del entorno, aunque trate con todas mis fuerzas de introducirme al sueño, un quinto jaloneo termina por cortar mi paciencia.

Abro la mirada, notando la azul de Eros observarme como si fuese un experimento científico. Pedazos de las últimas horas se proyectan en mi mente, una tras otra, armando un rompecabezas que me planta en el contexto y no en las maravillosas y fantasiosas ensoñaciones.

—¿Te sientes bien?

Reconozco un toque de mofa en su preocupación.

—Sí, ¿por qué? ¿Qué pasa?—me escucho como si mi boca hubiese pasado un siglo sellada. Espero que no apeste como tal.

Estiro las piernas y brazos, me desperezo dándole las gracias en un murmuro a la amable aeromoza que nos ofrece café. Un viaje de Nueva York a Caracas jamás me ha jodido las lumbares de esta manera, tomo un respiro y ciento de punzadas se me clavan en los huesos, menos cuando se supone que este pájaro de acero es lo último en lujo.

Eros aparta la cobija y la coloca en el respaldo del asiento. Ulrich se proclamó el jet provisto con la cómoda cama y el diminuto baño, un plan más improvisto que casual a Disneyland con Agnes, Jäger y los mellizos.

Lo hizo a propósito, si algo he aprendido de esta familia, es que absolutamente todo lo planifican con una antesala de al menos un año.

—No te escuché soltar ni un quejido en el aterrizaje, pensé en rociarte con agua helada—pronuncia, emitiendo una risa ronca—. Echa un vistazo por la ventana.

Me remojo los labios y bebo el primer sorbo de café para terminar de despertar por completo y recaudar el millar de sentimientos desperdigados, en un solo espacio dentro de mi corazón acelerado por la emoción.

Por fin, después de años de postergarlo, de culparme por quererlo, de llorar por sentir que cometo una vil traición por continuar, pasar en vela noches enteras y sufrir el desgaste mental de liderar por años un club popular y obtener mi título de licenciada en Leyes, pude dar el paso, tomé las semanas de vacaciones navideñas y finalmente, hacer uso de los pasajes que hace más de tres años Eros me obsequió.

No he pisado Venezuela desde que regresé de las vacaciones de verano a culminar el último año en el instituto, pienso en ello y lo percibo tan lejano, como si hubiese envejecido cien vidas estas últimas tres navidades.

La aeromoza anuncia que está todo preparado para el desembarco, se lleva las tazas aún repletas pero antes de apartar el culo del asiento, levanto la ventana y mi corazón brinca, bombeando furioso al contemplar la pista que me ha visto partir más veces de las que me ha visto volver y siempre será así.

Con una mano sobre el pecho y la otra encontrando el contorno de su rostro, enuncio:

Bienvenido a Venezuela, mi amor.

El piso de cerámica es el mismo, las paredes pese al paso del tiempo siguen coloreadas de ese feo rosa que parece remedio para el estómago y no el pálido que quería y por premura de papá, no pude seguir buscando más. La hilera de peluches se mantiene colgada encima de los pósters roídos de One Direction nada más. Esa pared era de ellos, sobre todo de Liam Payne, mi favorito de los cinco.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora