Capítulo Final

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Las gotas de sudor resbalan por mi frente atestada hasta la línea del cabello en protector solar. Siento que me cocino lentamente, protegida con el velo de seda bajo la sofocante tiranía del sol en El Cairo.

Eros permanece detrás de mí, aferrado a mi meñique mientras nos movemos evadiendo figuras como expertos, zigzagueando entre la marea de turistas y los alborozados vendedores, ansiosos por dar a conocer su mercancía.

El pútrido olor a orine y alcohol añejo penetra en mis fosas nasales, pronto la ligera brisa que me remueve el cabello lo arrastra lejos.

El mercado de Han El Jalili es inmenso, en límites, angosto en estructura. Tenemos que andar con cuidado, alertas de no golpear con la cadera alguna decoración o pisar una de las miles de alfombras.

Una hora dentro, guiados por un amable caballero y con una pareja de seguridad pisándonos los talones, presiento el alza de tensión aproximarse. Una hora y he mandado una carga de sábanas, cortinas y un juego de plato con detalles de oro al hotel.

Lo primero que quise vivir al pisar Egipto luego de unos días visitando Turquía, fue percibir entre mis dedos la arena rodeando las misteriosas pirámides.

Mis pies aplanaron la arena en ese vaivén de querer acercarme y detener la marcha, abrumada del poder que la vista de los gigantescos pináculos me encogió las entrañas de tal manera que creí nivelarme a las hormigas. Mirarlas desde la lejanía en el vehículo fue una experiencia tremenda, unirme al resto de turistas compartiendo mi fascinación lo grabó a fuego en mi memoria.

Andamos tres pasos y un vendedor me detiene dispuesto a ofrecer sus maravillas y Haddi, nuestro guía, salta a ofrecerle un trueque por una lira menos. Nos ha dicho que para vivir la experiencia completa. Hay que regatear, dijo, nada tiene precio, te van a cobrar como te vean. La mayoría de estas artesanías son de China, hay que buscar las verdaderas.

Y traer los bolsillos a reventar de efectivo, en ningún otro rincón del mundo hemos dado tantas propias, todos estiran la mano y es lo esperado.

—¡Eso es lo que busco!—exclamo, apuntando a la gama de colores colgando en los puestos—. ¿Ves lo preciosos que son? ¿Qué te parecen?

Eros detalla las prendas con un escepticismo ofensivo.

—Que sabrás lucirlos, mi amor.

Rechisto y me dirijo al sujeto de calva brillante, apuntando al atuendo largo de ruedo decorado por hojuelas doradas.

—Quiero este en azul, ¿tendrá?

Hace todo un performance ilustrativo con las manos.

—Azul, verde, rojo, el que quiera, mi amigo, tengo de todo.

Doy un par de aplausos. Con esa disposición desaparecieron mis ganas de pedir una ganga.

Me dedico a contemplar la hilera de prendas, desde los atuendos largos y anchos hasta los trajes típicos de una bailarina de danza del vientre bellamente decorados.

A Miranda le gustaría uno de esos, Mérida más que seguro que lo tomaría como ofrenda y jamás usaría ninguno, Margarita no saldría de casa con nada que no sea una falda y un lazo en el cabello, pero como me atreva a volver a casa con las manos vacías, entonces me acusan de ser una olvida crías.

—De este me da uno marrón, este lo quiero en azul—pide Eros, eligiendo una tanda de bonitos pañuelos—. Este rojo, ¿un tono más oscuro?

El sujeto truena los dedos con fervor. Sabe que se ha asegurado una venta jugosa, Eros no es del tipo que pregunta precios ni disputa trueques.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora