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Quise venir a ciegas, quise lo que nadie con el juicio bien acomodado haría. Llevarse la sorpresa de las paredes que le darán cobijo los años venideros.

Tengo que ser sincera, confío plenamente en la experiencia de Agnes, no se trata de cualquiera, es la madre del, en meses, papá de mis hijos. Es más que evidente que volcará todo su divino talento en erigir un hogar digno de su retoño favorito, en palabras de Eros.

Me trueno los huesos de las manos y el cuello al avistar la residencia conocida, luce tan desolada y tenebrosa como la recuerdo, de no ser por las flores destilando una multitud de colores, parecería deshabitada. Ese es su encanto. 

Eros me arroja una mirada, su sonrisa jala la mía cuando la vista se vuelve un punto lejano. Sigue la nuestra.

Mi estómago se llena de retorcijones emotivos, la expectativa me recorre como millones de hormigas explorando sin paciencia mi dermis. Quizá hace tres meses el cambio hubiese recaído en la diferencia horaria, la nueva rutina, el idioma, la soledad. Hace tres meses no tenía casi doce semanas de embarazo.

Cada vez que lo pienso se siente más irreal, demasiado pintoresco, demasiado inmenso.

Mi corazón bombea a cadencia brutal al vislumbrar los primeros retazos de la residencia, nuestra residencia y el llanto feroz se ensaña contra mi vista al notar el musgo engalanando la fachada de piedra oculta tras las ramas de los frondosos árboles altos, tan erguidos que parecen rozar las nubes.

Trato de inclinarme al frente pero la mano de Eros lo impide, el grito de emoción despacha la queja al atisbar al final del larguísimo camino curvo la imponente verja abrirse despacio.

—No puede ser—una nota de júbilo irracional empapa mi voz—. Es como la versión Disney de la casa de tu mamá.

—Ese jodido gato tendrá todo el espacio que quiera para cagar a su gusto y demanda.

Lanzo la vista a los asientos traseros, el pobre Acordeón Tequeño de ojos curiosos sigue engrinchado desde el aterrizaje.

Tomo un par de fotos, se las envío a mamá y le comunico a Hera y a Hunter que hemos llegado. En tres semanas y unos días pisamos los veinticuatro años, hemos decidido que lo celebraríamos aquí, una especia de bienvenida al país. Traerá a la comitiva consigo y en ese momento, cuando el embarazo alcance el inicio de los cuatro meses, la noticia ya no nos pertenecerá solo a nosotros.

O es lo que deseo, tendré que vestir los suéteres de Eros hasta entonces o quedarme encerrada en este terreno plagado de flores, las noticias ridículas que publican los tabloides me advierten que ocultar un embarazo de trillizos no será tarea sencilla.

Eros estaciona en la entrada, en el centro de cuatro pilones gigantes Agnes espera paciente a que baje con ayuda de la mano paranoica de Eros, quién considera todo una amenaza, con especial mención a las esquinas de los escritorios, la baldosa de la ducha y los escalones.

Los caballeros de seguridad se estacionan detrás y enseguida se ocupan de bajar el equipaje, en tanto subimos despacio y con precaución al encuentro con Agnes y Jackie. No parece haber nadie más que el seguridad de la menuda mujer que no espera una palabra, me envuelvo en un abrazo eufórico que me toma desprevenida y pronto el aroma almizcle y notas florares me inunda la nariz.

—¿Qué tal el viaje? ¿Turbulencias? ¿Nada?—interroga cuando decide que es suficiente.

—Ha ido bien, sí—miento por cortesía, saludando a Jackie con un gesto de la mano.

Agnes procede a adueñarse de su hijo con una fuerza que abrupta. Él le acaricia el cabello, largo, brillante y sedoso, como si tuviese mechones de oro.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora