"No Choice"

42K 4K 402
                                    

Tres años antes del quince de abril…




            Jamie no era un muchacho de fiestas escandalosas, pero si quería follar y consumir un poco de marihuana, tenía que seguir a Eros.

El último año se tornó escabroso. A Eros ya no le satisfacía las reuniones en casa de niños ricos y estirados, no. Meterse en la zona peligrosa, tratar con gente de baja calaña y un prontuario criminal más extenso que un libro de historia, le brindaba un aire nuevo, uno hostil y siniestro que ya tenía aprendido al derecho y al revés.

Le ayudaba a desahogarse, decía. A permanecer sereno, puesto que hundir pómulos y quebrar narices, ciertamente le calmaba el temperamento que aún no sabía apaciguar.

Y Jamie le acompañaba, ¿por qué no? Era su buen amigo, después de todo.

—Y bueno, ¿dónde está?

La muchacha entra a la habitación de aquella casa ajena, desbordando emoción, pero esa pregunta, tira abajo las ganas de Jamie de despojarla de su ropa y olvidar el rostro pecoso de quien no debe amar.

—¿Dónde está quién?—cuestiona, algo mareado por la bebida y la droga, aún cuando ya sabe la respuesta.

—Eros, para eso me trajiste aquí, ¿no?—contesta la muchacha, como si fuese obvio—. Él te envió por mí.

Jamie no sabía que sentir.

Tenía ganas de echarse a llorar de decepción y enojo, patalear como un crío, o ponerse a golpear la almohada como hacía Hera cuando algo le salía mal. No era la primera vez que le pasaba, era la sexta, las tiene contadas. Cada humillación, desplante o torcedura de ojos de gente que cree, no es más que el sabueso de Eros.

Pasa la lengua sobre sus dientes, logrando lo que Eros ni en sus más preciados sueños: aplacarse.

—Eros no tiene que mandarme a nada—escupe furibundo, aspirando con fuerza.

La muchacha suelta una risa que a Jamie, el que detesta el ruido, le enfurece a un grado mayor.

—Que pesado—sigue riendo la chica, cerrando su abrigo—. Olvídalo, creí que esto sería otra cosa.

Sale de la recámara, encerrando a Jamie solo con su ego herido.

¿Por qué tenía que ser así? ¿Qué tiene Eros que él no, si ambos comparten genes? No era un muchacho que le falta belleza, Jamie es hermoso, un porte aristocrático que según la muchedumbre, no compagina con su bajo estatus. De mirada verdosa, labios finos, cabello más brillante que el de Eros, cuerpo atlético, y considerable mejor actitud.

Pero ellas no ven eso, ellas prefieren ojos azules, cabello más oscuro y conducta de un animal en celo. Siempre ha sido así.

Sale de ahí con miras de devolverse a su casa, la noche se le ha arruinado, al abrir la puerta, Eros sale de la habitación contigua, colocándose el abrigo, tras él, una preciosa chica de rizos y piel morena. Ella trastabilla como animal que aprende a caminar, le regala un beso en la mejilla y sigue su camino, ahí es cuando Eros nota su presencia.

—¿Mala noche?—pregunta con descaro, sacando su cajetilla de cigarros.

—¿Buena noche?—devuelve, fingiendo interés.

Eros solo rió, encendiendo el tabaco.

—Voy al suburbio, ¿vienes o seguirás intentando?

Jamie negó, desordenándose el cabello.

—Nah, resuelve tu mierda solo esta noche—replica, a lo que Eros se encoge de hombros.

—Como quieras.

 Eran más de las tres de la madrugada cuando el celular de Jamie sonó.

No iba a contestar, pensaba lanzar el aparato contra la pared y descargar su frustración en el, pero al ver que era Albert, uno de los guardaespaldas de Hera, la somnolencia se le desvaneció al sentarse en la cama de golpe.

Hera se escapó de casa, le informaron. Eros la encontró, herida, en un terraplén de tierra y porquerías, en los mismos suburbios que él se había negado a visitar.

Jamie no comprendía lo que le ocurrió, no se sabía nada más, un robo, asumieron, Hera se resistió, y la golpearon hasta dejarla inconsciente, como a un pedazo de desecho más.

El motor de su auto casi se funde en el camino a la clínica, al llegar, no veía a Eros por ningún lado, tampoco se molestó en preguntar por él, Hera ocupaba su mente, nadie más.

Discutió con el personal médico, no quería verla, era una necesidad. Pasó más de una hora esperando un descuido, cuando lo consiguió, no vaciló en adentrarse a la habitación, perdiendo fuerza en las piernas al conseguir a su preciosa Hera, acostada en la camilla, difuminándose con el blanco impoluto de las sábanas.

No lloraba, no hacía más que negarse a recibir bocado de Agnes, no permitía que su padre la abrazara, ni su abuela le acariciara el cabello, gesto que Hera únicamente se lo permitía a ella.

El ruido de la puerta vuelve todas las miradas hacia él, pero Jamie se concentró en la de Hera, y ella, al mirarle a los ojos, se echó a llorar sin consuelo, un lamento de su alma desecha, de su corazón roto, y su valor hecho jirones.

Y Jamie, lo entendió.

Y también comprendió, al sentir el dolor atravesarle como una daga al verla en esa posición, y sin él poder nada más que mirar el destrozo sucumbiendo el cuerpo frágil de Hera, que se había enamorado de ella, de su sobrina, y ya no tenía más opción, que aceptar su realidad.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora