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   En tan pocos años desempeñados en mi carrera he tenido que pisar centenares de veces el tribunal. Conozco el olor particular a humedad y trapo sucio, en el bufete tenían este estúpido chiste de que esos sitios refuerzan los branquias, sales de ahí con las motas de polvo atascadas en la nariz.

Es mi trabajo, las comparecencias, lecturas de cargos, juicios, pero me tienen del lado defensor, esta noche frente a siete pares de ojos hambrientos por conocer las últimas noticias, me han lanzado a la parte contraria. Me están juzgando duramente, cada uno distinto, pero todos como incrédulos de la noticia que solté en la cena.

Mamá, Agnes y Hunter están que se comen los dedos a mordiscos, Ulrich y Hera permanecen impávidos, similar a la postura de engalanada circunspección de Eros, él ya lo sabe, claro, no hay manera de que en nuestra privacidad pueda callarme y él no tiene nunca inconveniente en oírme.

Gracias a la denuncia y colaboración de la asustadiza y valiente mujer, dimos con la perfecta excusa para registrar el condominio: la presunta carga de estupefacientes dentro de la casa. No hubo problemas con el juez, el cateo procedió y ahí, en esa caja fuerte de la Zoe me informó, encontraron la bolsa negar con el abrigo bañado en sangre de Henry, los guantes quirúrgicos con restos de cabello y las nauseabundas jeringuillas.

He pasado largos minutos relatando como pudimos ingresar a Zoe y a su hijo en el sistema de protección de testigos, tomar su denuncia y declaración, hasta la captura de Conner al salir de su trabajo y en qué momento fiscalía pudo proceder a esas pruebas. Andrea intercedió en laboratorio, antes de que el año terminase obtuve el reporte oficial de las pruebas biológicas, el ADN de Spitter predomina en todas.

Estuve presente en gran parte del interrogatorio. Conner confesó lo que ocurrió esa noche, la repulsión hervía en mi estómago cada vez que su voz disonante, macabra y burlesca suena como una bocina en mi cabeza.

Eran amigos, los mejores de la infancia, relataba con total integridad y desentendimiento. Se criaron juntos en un viejo orfanato en Ohio, perdieron el contacto cuando Henry ingresó a la armada y él no supo encontrarse en la vida fuera de las bandas criminales. Pese a que el infame de Henry pagaba sus fianzas, no hay más vínculo entre ellos que recuerdos de un par de niños que supieron tenderse la mano en momentos sombríos y por supuesto, a sus ojos, tantos eventos desafortunados le sirven de excusa para perpetrar un homicidio.

Markus Conner creció en un entorno repudiable, se adaptó a el y nunca quiso probar suerte en la legalidad. Ha sido apaleado por sus propias decisiones, tan lleno de maldad y delirios de traición en su mente obstruida por el consumo de sustancias nocivas, que ni siquiera recuerda quién era Lulú.

Todo ese tiempo creyó que el interrogatorio se debía a las bolsas de fentanilo dentro de un envase de cocina. Markus Conner ni siquiera tenía idea de que esa noche no siguió las órdenes expresas de Henry de quemar hasta las cenizas la evidencia, la deuda que Zoe nombró y de la que cientos de teorías que me indujeron a noches de insomnio, se trataba de una con un jíbaro con el que tenía más de un trato.

No era más que un descuido, un desliz de un nefasto ser que no tenía más intención que apoyar al que fue su amigo de la infancia. A Markus Conner esa noche el corazón le vomitaba veneno.

Y ese detalle, esa omisión de su parte clavó un alfiler más a mi corazón.

Irá a juicio y esta vez no habrá fianza, ni amigo que lo respalde. Pasaría el resto de sus miserables días pudriéndose en el pabellón de reos más despreciables que tenga este país, me aseguraré de eso.

—¿Qué dijo? ¿Qué pasará? ¿Cuándo se hará el juicio?—Hunter pregunta con ansioso desespero—. ¡Sol habla, por Dios!

—¡¿Si no cierras el pico cómo hablo?!

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora