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"I told you twice in our love letter,
There's no stopping now, green lights forever"
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  El techo despintado de la habitación miraba en primer plano las muecas de mi rostro retorcido, incómodo, soportando la completa exposición de mi entrepierna a los ojos de la doctora de turno en compañía de mamá, que se esmera en anotar lo que la mujer le dice en la historia clínica.

Maritza no pudo acudir a mi llamado, pasa las mañanas atendiendo partos y cesáreas, en el desespero y la angustia de creerme en el filo de la muerte, llamé a Isis preguntándole si tenía un puesto en urgencias disponible para mí, y no, pero como sea, pudo sacar tiempo de su extenuante jornada para mí y ahora, con las rodillas arriba y separadas a más no poder encima de la camilla de examen mientras siento como unos dedos enguantados y embarrados de líquido frío hurgan en mis genitales adoloridos.

Hace una hora las ganas de orinar me robaron el sueño, recuerdo quitarme la mano de Eros anclada a mi cuerpo con el pesar de perderme el calor rigiendo nuestra piel desnuda, únicamente para percibir los vellos de mis brazos y nuca erizarse al tiempo que una ola de lágrimas me llenaba los ojos, cuando quise ponerme en pie y el dolor intenso y desconcertante me sostuvo contra el colchón sin las ganas de respirar por temor.

Recuerdo el miedo atiborrarme en un segundo cuando palpé mi vientre y di con la desagradable sorpresa de tocar el bulto, como si me hubiesen inflado un globo dentro, la misma sensación angustiosa de tener un gas atrapado, pero mucho, mucho más agudo. Sentía que si lo presionaba lo suficiente, explotaría y me desangraría encima de esas sábanas blancas.

Me monté una película de horror los minutos que a Eros le tomó espabilarse, recoger nuestras cosas y vestirme con una delicadeza impropia de él con la segunda muda de ropa que llevé, después de asearme con un paño húmedo, sentada al borde del jacuzzi.

Saliendo en brazos del hotel directo al auto estacionado en frente traído por el parquero, me prometí nunca más repetir el embarazoso momento. Es que es probable que nadie le haya dado la atención que creo, pero la sensación de leer las mentes de todos y escuchar burlas y comentarios grotescos, fue tremenda.

—¿Aplicaste algún tipo de inhibidor o relajante muscular en la zona?

La pregunta de la doctora Izaguirre me hace mirar hacia abajo. Suspendo la respuesta unos instantes, pasé la prueba de Isis, vale, pero sigue siendo mi mamá.

Debí pensarlo antes, claro, ¿cómo podría mentirle en esto?

Si mamá, estaba manejando una bicicleta y el tubo del asiento me apuñaló la vagina.

Me abstengo como puedo de ojear a Eros, su presencia silenciosa permanece quieta, con el mentón reposando sobre la unión tensa de sus manos, ocupando la silla a mi costado.

—Lubricante, sí, de esos que quitan sensibilidad.

Mamá lo anota en la hoja con absurda rigidez profesional, parece que tiene en frente a una paciente cualquiera, más que reconfortarme, me aterra.

A pesar de la temperatura ni fría ni cálida, perfecta de la recámara, el gel penetrando confines hipersensibles y lastimados, me tienen los dientes castañeando. La joven doctora me toma de los tobillos, alza las piernas y finaliza el tanteo invasivo colocando mis piernas cerradas de vuelta al filo de la camilla.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora