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EROS

   

—¿Vuelvo directo a casa o me desvío al sanatorio mental?

Hernann cesa la escritura y levanta la mirada de las hojas, una especie de interés le engatusa los ojos. Han transcurrido más de tres años desde esa última vez que salí de este consultorio sobrio de detalles cuidados y pulcros. Es una cueva perdida en el tiempo, no hay ni un reloj a la vista más que el que decora mi muñeca.

—Para tu buena suerte, sí. Felicidades, eres todo un hombre casado y pronto a convertirse en padre—endereza los hombros y se apoya en el espaldar de la silla—. ¿Cómo te sientes en esta nueva etapa? Ser padre debe ser el título más complejo que alguien pueda ostentar. Es un arduo trabajo sin contrato ni jubilación. Para algunos, por supuesto.

Hundo el ceño, analizando la pregunta. Me lo he planteado tantas ocasiones estos meses y aún no me quedo con una de las tantas respuestas y perspectivas, que varían de acuerdo a que tan apto me considero y esa es la cuestión, un día confías que nadie más que tu esposa y tú merecen el lujo de la crianza, tienen dinero, amor, paciencia y el deseo de serlo, la mañana siguiente cuando cierras un contrato ambicioso con la pretensión de armar un batallón, dudas de tu moral, desconfías de tu buen juicio.

Perseguir con mis dedos las montañas en el vientre de Sol todas las mañanas, me ha pegado el mayor guantazo que he recibido en mi toda mi jodida vida: la ética que manejo con y para el mundo hoy, posiblemente les afecte a ellas cuando alcancen mi edad o la de su madre. O antes.

¿Cómo espero criar niñas sanas dentro de un historial familiar repleto de crímenes, aberraciones y tragedias? Sin apartarlas de las verdades del mundo, su crueldad. El pensamiento latente y constante de transferirle esta vorágine enlazada como un parásito a mi ADN asciende y aumenta cada centímetro que el vientre de Sol crece.

Son mías para adorar, amar y proteger, también para moldear y ejercer un papel moral que no suelo predicar.

Verifico la hora y niego hastiado. Vocalizar el vómito mental me retrasaría y Sol jamás me perdonaría perderme la cena, no puede consumir alimento entrada la noche.

—Cuándo mis hijas cumplan una semana de nacidas podré darte esa respuesta, por ahora angustiado por la cirugía y que Sol ha estado masticándose los dedos—asiente una vez, pedido mudo a que extienda la intervención—. Estas últimas semanas no ha hecho más que llorar, es una bomba de hormonas sentimental. No sé cómo ayudarla más que acomodándole las almohadas o sosteniendo su vientre para soportar el peso, la escucho suspirar de alivio y creo que comienza a rechazarlo.

—¿Tu ayuda?

—El embarazo—cruzo los brazos, sofocando el pulso errático—. No me lo dice, nunca se atreve a mencionarlo, pero lo veo en su rostro cuando se observa en el espejo y temo haber insistido para traernos a este punto, puede que haya sido apresurado pero me siento como un imbécil cuando pienso en ello y no lo creo de eso modo.

Sol no accedería a tal cuestión por complacerme, estoy sumamente seguro de eso, mi miedo radica en que ella pensase en su momento que un embarazo le brindaría una sarta de razones para ser feliz después de una pérdida irreparable y dolorosa, y ahora que se enfrente a la realidad en su propia piel, no a través de Hera o de sus amigas, esa fantasía inicial se desvanece las veces que se pone de pie con dificultad para ir al baño a orinar cada quince minutos, se encuentra una estría que antes no estaba o va por la casa recolectando cabello.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora