28. Club de raros

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ADVERTENCIA ANTES DE LEER: Este capítulo contiene partes de abuso y violación, abstenerse a leer si eres sensible a estos temas.

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Ruidos desagradables salían de mi boca sin poder contenerlos, no podía parar de pensar siquiera un momento que ésto estaba mal.

Y no era porque yo quisiera, claro.

Tenía espasmos constantes con el vaivén de mi cuerpo, los ojos incapaces de soltar una sola lágrima más, estaba seca. Rogaba llorar, para al menos desahogarme de alguna forma. No podía detener ésto, claro que lo intenté.

La grotesca imagen del monstruo que jadeaba con felicidad en la oscuridad, deleitándose de mi sufrimiento.

Ya no podía ni gritar.

Sus garras pasaban por mi abdomen y pelvis, tratando de acariciar, aunque sólo lograba hacerme sentir pánico. No otra vez. Eso no.

Pensaba en como había llegado a esta desafortunada situación, como lo había permitido y aceptado hasta éste punto. Siempre pasaba lo mismo una y otra vez, cuando el monstruo quería, cuando le apetecía, y aun mejor: cuando había más oscuridad.

Veía su sonrisa, su maldita sonrisa que me veía con burla cada vez que lo hacía.

Quería golpearlo, que le caiga aún meteorito que lo deje con el cuerpo morboso aplastado entre roca caliente del espacio, que un cuchillo se clave en su garganta, poder hundir mis dedos en las cuencas de sus ojos y arrancarlos.

Me sentía desprovista de toda mi energía tanto física como mental, tendida en el suelo frío y sucio.

Terminó.

[...]

Otra vez me despertaba con bolsas negras bajo los ojos a las tres de la mañana, sin poder dormir más.

Siete infernales días con ésto y me sentía agotada.

Ahora que sabía, se habían vuelto peores y peores, repitiendo cosas hasta el cansancio para horrorizarme más. No solo eso, me estaba afectando en clases también, me impedía estudiar, concentrarme, o al menos mantener mis párpados abiertos.

Peor aún: el director me había vuelto a citar a su oficina, y ésta vez presiento que no será solo para charlar.

Había descubierto por medio de una compañera de clases que teníamos lavandería, pero ni bien llegué al lugar, me fuí. Los lugares húmedos y con poca iluminación me hacen recordar.

Terminé de vestirme entre tambaleos por el sueño que se acumulaba en mi cuerpo cada vez más.

Salí de mi cuarto con la mochila colgada al hombro, apenas pudiendo sostener su peso. La falta de sueño me hacía tener dolores de cabeza, constantes y fuertes.

Bajé las escaleras con pasos pesados, esperando por llegar al comedor y de una vez comprarme mi comida. Devoraría ese sandwich de un bocado.

Sabía que no me veía bien, mi piel pálida se había vuelto papel, mis labios -aunque siempre lastimados por morderlos a causa de la ansiedad- estaban partidos y mis ojeras, mis ojeras llamaban mucho la atención.

Escuché a un chico decir que quizá me estaba pudriendo por el color oscuro de mis bolsas.

Ya ni me contenía al reaccionar, gruñí enojada, haciendo que se codeen incómodos y terminaran yéndose a sus salones.

Me sentí mal, había reaccionado como una salvaje sólo con la excusa de no haber dormido. Sabiendo que en la sociedad está intrincado el miedo hacia cualquier animal que parezca hostil, aquí la muerte siempre está a la vuelta de la esquina.

HajinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora