8. Dichos mentirosos

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Luego de esa fallida pero también exitosa salida "ilegal", nos fuimos a dormir ni bien pudimos subir por la ventana.

Aunque siento que no dormí nada, dos horas de sueño a los nueve no hacen bien.
Me desperté por el ruido en la habitación, todas estaban poniéndose el uniforme de sus escuelas.

Salí de la cama calentita con mucho esfuerzo, el piso de madera estaba helado.
Me estiré un poco y fui al baño antes de tener que hacer fila. Algunas me miraron mal, pero por el sueño general muchas me ignoraron.

Me duché y busque mi uniforme, un vestido de una pieza blanco y de mangas largas, abajo unas calcetas blancas y unos zapatos negros ¿Me enviarán a alguna secta o qué?

Sin ganas terminé de vestirme y arreglarme para ir a desayunar alguna cosa.

Algo curioso de este lugar es que los niños van solos a la escuela, sin ningún adulto, ya que pasan por "sendas seguras" que hay en la ciudad.

—Soy la única con este uniforme, eh? — para disimular un poco la diferencia fui a buscar un suéter azul gastado que agarré del sótano, me queda algo largo y grande, pero es calentito.

—Yo te voy a llevar hoy, para que te aprendas el camino.

Un alce más grande que yo en edad, un adolescente que ya estaba por salir del orfanato fue asignado a llevarme ya que va a la misma escuela.

Salimos en silencio y tomamos un tren, luego caminamos unas cuantas cuadras y pude ver un edificio enorme no, gigante.

—¿Es un internado?

—Para los de primaria no, cuando entres a secundaria hasta preparatoria tendrás que vivir los dormitorios.

—Suena... Caro. — Me extraña que una institución tan destartalada pueda pagar lo que imagino.

Llegamos y nos separamos, la entrada se dividía en dos, los de primaria por un lado y los demás por otro.
Cuando pasé la cerca muchos niños de diferentes tamaños estaban en grupos, ya se conocían de varios años.

Tenía el papel donde decía mi aula, 3-C.

Entré y no había nadie, así que tenía lugares para elegir, opté por uno casi al fondo, del lado de la pared.
Cuando me instale en mi lugar llegaron varios niños, jugando y haciendo bulla.
No me notaron hasta que se llenó el salón después del timbre, pero sus opiniones no pudieron decir ya que llegó la maestra.

—Bueno, niños — una gata Montes, bien vestida y con carpetas de colores — Yo seré su maestra este año, ya todos se conocen de antes, pero haremos un juego para que se integren.

Sacó de su enorme bolso una pluma con forma de pata de gato y un cuaderno rosa chillón.

—Vayan presentándose uno a uno, desde la fila de la ventana. Digan su nombre, gustos y sueños.

Estuvieron unos cuantos minutos preparándose para hablar, hasta que un pequeño cerdo se presentó con entusiasmo.

—¡Yo soy Mu! Me gusta jugar a las cartas y quiero ser millonario de grande.

Algunos se rieron y otros se quejaban diciendo que los había copiado.
Las presentaciones siguieron hasta que me tocó a mí, y con el corazón a mil me saque la capucha.

—Soy Sora, me gusta el sándwich de huevo y no tengo ningún sueño.

La maestra no parecía muy conforme con lo que dije, por lo que rápidamente pasó a la niña que faltaba.

La clase siguió sin muchos problemas, hicimos un repaso sobre los principios de las tablas de multiplicar (recién veíamos la del dos hasta la del cinco) y yo me aburría de muerte. Los demás estaban súper concentrados y pedían ayuda para entender, explicaron con manzanas, chocolates, bicicletas y no sé que más.
Luego de esas tortuosas horas, tuvimos un recreo de quince minutos, dónde me quedé en mi asiento ¿De que servía salir al patio si no tenía ningún amigo?
Hice las tareas que nos habían puesto para mañana, y saqué un manga que encontré en el sótano.

HajinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora