5. El edificio amarillo.

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—Sora, pórtate bien. — dijo un doctor cuando ya estaba con una pequeña bolsa de plástico con mi tapabocas, lentes de sol y un bloqueador solar factor 80.

—...

La liebre no dijo nada, solo me miró con satisfacción al ver que ya me iba ¿Por qué carajos está aquí?

Subí al auto frente a mí

La señora cerró la puerta y puso en marcha el auto.

—Adiós

Susurré mientras nos alejábamos más y más del hospital hasta perderlo de vista en una intersección.
Aunque fue más para mis tesoros que a ellos, todos me cayeron de la mierda.

—Te va a gustar el orfanato, todos los fines de semana jugamos al bingo. — dijo la Impala de edad avanzada mirándome por el espejo retrovisor.

El orfanato era sólo de herbívoros, pero yo fuí mandada ahí porque yo era una especie "inofensiva", y es cierto, soy equivalente a un herbívoro mediano en fuerza. Já, si supieran lo que hacían los humanos con los animales.

—Tendrás que estudiar en lo que queda del verano para poder empezar con tus estudios. — continúo.

—... — Últimamente mi costumbre es ignorar todo o no responder, no le veo sentido hacerlo si ellos me mandan.

No iba a estudiar mucho que digamos... Aunque creo que me falta historia.

Aparcó en frente de un edificio de cuatro pisos, un poco destartalado y con un cartel con los colores del arcoiris despintados que decía "Orfanato Herbívoro público n°34" Entramos y ví niños bestia corriendo, jugando, algunos mas grandes sentados en las escaleras, encargados haciendo sus quehaceres y un conserje cambiando una bombilla.
Todos se quedaron quietos cuando me vieron.

Carajo, voy a ser la marginada.

—Niños, ella es Sora, — sonreí, pero la respuesta no fue buena, recordé que no se debe mostrar los dientes aquí o algo así. —vivirá aquí ahora, trátenla bien. — dijo.

Nunca había tenido tanta vergüenza, preferiría cualquier cosa que esto.

—Sam, ven. — señaló a una niña cebra, que me recordó a mi némesis.

—Guíala a la habitación de las niñas. — la cebra y yo caminamos juntas hacia la escalera, donde pude sentir que las miradas me perforan la nuca.

Ni bien nos perdimos de vista en el segundo piso, solté un suspiro de alivio.

—¿No tienes maleta? — preguntó de reojo mientras avanzabamos.

—... — negué

—No hablas mucho.

—¿Y recuerdas a tus padres?

Esta vez tampoco respondí.

Seguimos caminado por el pasillo hasta llegar a la última puerta
Ella la abrió dejando ver tres camas y una litera.

—La directora nos contó que eras un "caso especial", ¿Que te pasó a ti? ¿O sólo porque eres... así?

Si que le gusta hablar.

—Por mi especie, supongo. — dije secamente.

—Lo suponía.

—Los cuartos son de a cuatro. — nos acercamos a la litera que ninguna usaba.

—Aquí está tu cama, tienes un cepillo y tu ropa ahí. Yo duermo en esa de allá. — señaló el otro extremo del cuarto —Debes hacer tu cama todos los días y ayudar con el aseo del cuarto.

HajinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora