Un fin de semana frío por así llamarlo, sin ánimos siquiera de convivir. El ambiente en aquella casa de dos plantas es inaguantable. No soportaba la hipócrita sonrisa de mi madre, como si no hubiese ocurrido nada entre ambas y restregándome una vez más en la cara que ella es la del poder, que gracias a ella estoy donde estoy y que no le importa arroyar a quien sea para mantenerlo, incluso si es a su propia hija.
Tal vez el hecho de ser madre y padre a la vez la hace ser de esa manera, carente de emociones y sentimientos hacia su hija, cuando debería de ser lo contrario. Nada justifica sus acciones atiborradas de negatividad ofrecida a una descendiente llena de un ansiado anhelo por recibir un poco de cariño y abrazo maternal. Si hubiese tenido una figura paternal, tal vez no tuviera que soportar lo que estoy soportando.
Recordar cómo en el trayecto de la cena aquel hombre que dice llamarse Miguel Ángel no quitaba sus ojos de mi cuerpo, me causa una extraña y desagradable sensación de inquietud que sospeché, no lograría quitar de mi interior en un buen tiempo. Una sensación de miedo, de querer protegerme ante todos los ataques de su mirada se instaló de pronto en mí. Era como si la presencia de mi madre a su derecha no existiera.
Incómoda, asediada, incapaz de comprender como podían existir personas como esas en este mundo, tan perversos y llenos de falta de decoro. Lástima no aprovechar unos alimentos tan exquisitos y bien elaborados por culpa de su presencia. Por ello no dude un segundo una vez terminado el postre, salir urgente de aquel comedor lleno de una energía negativa que era capaz de quebrantar todo lo positivo que había en aquella casa. Sin prestar la mínima atención a los reclamos de mi madre subí a mi habitación, lejos de todo ambiente inescrupuloso, como lo mostraba la mirada de aquel sujeto.
Después de ese acto, tuve un poco de tranquilidad, la cual se esfumó en el momento que la señora Martha irrumpió de forma brusca en la que suele ser mi habitación, espacio más íntimo en aquella casa para mi persona. ¿En qué momento se me empezaron a oscurecer los días?
—¡¿Qué ha sido eso?!
—¡¿Qué?! —la enfrento sin inmutarme a nada.
—¡Que te has comportado como una persona baja, carente de educación y tacto, en carisma! ¡Te pedí que te comportaras adecuadamente y haces todo lo contrario, dejándome en ridículo!
—¡No me sentí bien con su presencia! ¡Me incomodaba, sabes bien que no soy de demostrar cosas que no son y no siento y que, por cierto, ser así me lo has enseñado tú!
—¡Te he enseñado a ser todo lo contrario a lo que has mostrado hoy! ¡Petulante, engreída, detestable!
—Te estas pasando Martha.
Que la llamara por su nombre en medio de una discusión era normal y eso la enfadaba mucho más. Pero, en este momento la persona que me agredía verbalmente y me afectaba psicológicamente no era mi madre, era una bestia disfrazada de persona, acribillándome sin importarle si dolía o no lo que me estaba diciendo.
—¡Pasando no! Empezaba a orgullecerme de ti, a aceptar los estudios que escogiste para formarte y prepararte, hasta que hoy me has demostrado una vez más que no eres más que un asco de hija, una niñata que se piensa que puede venir a pisotearme, después de deberme todo, incluso la vida.
Su mirada iba tan cargada de rencor y furia hacia mí, que por un momento me sentí una extraña entre aquellos cuatros paredes, frente a ella. Muda, frente a una mujer que no veía que estaba clavando cuchillos por todos los órganos vitales de mi organismo, matando lentamente todo ápice de orgullo que en algún momento sentí por ella. Otros no me podían tocar, pero ella si se sentía con derecho de hacerme mierda en segundos. No sé cuál es la diferencia entre ambas. Solo quiero desaparecer y no mortificarle más su existencia, tal vez sea lo más correcto en una situación como esta.
Pestañeó varias veces, como saliendo desorientada después de estar bajo los efectos de algún conjuro. Sus pupilas empezaron a mostrar desespero y arrepentimiento. Nunca pensé que aquella ahora desconocida mujer frente a mí se atreviera a tanto. Se acercó unos pasos, pero yo me alejé varios más. El nudo en la garganta se me hacía cada vez más fuerte, pero no le daría el gusto de verme llorar. Dudó en decir algo más, al final no lo hizo. Optó por salir y dejarme sola, entre el eco de su voz haciendo estragos en mi cuerpo y la habitación.
Me estoy agotando y no físicamente lo cual sería mucho mejor, si no mentalmente. Me afecta mucho tener problemas en casa, influye en todas las responsabilidades que tengo, en mi día a día. Temo empezar a decaer y eso me agobia, es algo que no puedo darme el lujo de permitir, menos a un año de graduarme, pero mi querida madre no ayuda en nada en ello, todo lo contrario, me hunde más y más.
Ya entrada la noche del domingo, con el ambiente un poco más ligero, me dispongo a preparar los materiales que utilizaré al día siguiente. Centrarme en lo que realmente importa es mi meta, lo demás trataré de ponerle un puesto secundario en mi vida. Ahora toca empezar a valerme por mí misma, algún día le devolveré el gran favor que ha hecho la señora Martha por su hija. Lástima no poder traerla al mundo yo. Tres toques en la puerta me alejan de mis pensamientos y volver al mundo real.
—Adelante.
La veo entrar, relajada, nunca existió una desagradable discusión entre las dos en ese rostro, lo cual no es extraño para mí, mi madre puede sorprenderme solo si de mostrar cariño se trata.
—Solo quería avisarte que voy a salir. Tal vez no llegue a casa esta noche.
—Está bien —digo sin mirarla siquiera, siento que, si lo hago va a ser mucho peor, pero me equivoqué.
—¡Mírame cuando te hablo!
—¡¿Para qué quieres que te mire?! —expreso complaciéndola— Si a ti te importa una mierda todo lo que piense o haga.
—Tal vez porque eso es lo que eres para mí, algo que no vale la pena.
Sentí como un ardor desgarraba mi carne de adentro hacia afuera al querer escapar de mis entrañas. Mis ojos se humedecen y la garganta se me cerró de golpe. Apenas respiraba. La persona que más amo y respeto, un ídolo que fue enterrando poco a poco todos mis sentimientos hacia ella, no dice nada más, su boca no expresa lo que sus ojos dicen. Dejo que una lágrima silenciosa se apodere de mi mejilla. Sin apartar mis ojos de los de ella le dejo ver todo el dolor y sufrimiento que ha causado en su hija. Veo sus intenciones de hablar y la detengo.
—No digas nada más, por favor. Creo que sobran palabras.
Una vez sola en la habitación, me dirijo hacia el armario, tomo varias mudas de ropa, unos días fuera de casa me harán bien.
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En el silencio de tu mirada.
RomanceJulia, una estudiante de turismo, llega a cursar su último año de estudio a una nueva universidad. Allí conoce a Verónica, una profesora que le cambia la vida desde que se conocen. Nueva en la ciudad, bajo el mandato de una madre que la involucra...