—Señorita Julia salga de la clase.
La forma en que la miré, la hizo callar. Siento todas las miradas encima de mí en estos fatídicos momentos. Hacía días que no me dirigía la palabra, justo ahora lo hace y es para sacarme del salón. Parece que no le es suficiente joderme la existencia, tiene que joderme también la clase para sentirse más ganadora de lo que es. Gracias que ya tengo su examen con todas las preguntas resueltas, porque de ser lo contrario juro que no muevo ni un músculo para marcharme.
Suspiro profundamente y me pongo de pie. Cansada de esta situación tomo mis cosas. Ya frente a ella, una vez entregado el examen repetido, la fulmino con la mirada.
—No tienes ningún derecho, ¿sabes? No después de lo que me hiciste sentir esa tarde.
Los puestos de nosotros los estudiantes, quedan lejos de su buró, por lo que nadie puede escuchar lo que le digo y tengo necesidad de una explicación.
—¿Qué querías? ¿Qué te pusiera un anillo en el dedo?
—No. Pero si un poco de respeto y no hacerme sentir como la mierda, como un juguete, como una basura, como algo que has usado a tu antojo.
No sé por qué, pero necesito escuchar en su voz algo que me diga que nada de lo que hicimos está mal, que es todo lo contrario, pero mi desdicha aumenta más cada día que pasa.
—Tu misma dijiste que era solo sexo. Así que ahora no te creas que eres especial, cuando es todo lo contrario. Te esperan en la dirección.
Dice después de tragar en seco y varios segundos de silencio con su mirada clavada en mi rostro, más no en mis ojos. Jamás me he humillado tanto en mi corta vida como lo acabo de hacer. Pero, de los errores se aprende y es lo que me toca aprender, que no todo es como se sueña, que la realidad es la que te hace chocar fuerte y de frente con la pura verdad, solo queda de parte de una, asimilarla y saberla entender.
Salgo con la autoestima baja. Entre nosotras no hay más que decir. Deseo más que nunca que termine este último año escolar, para desaparecer de este lugar que lo único que ha hecho es traerme problemas y desilusiones. ¿Dónde quedó su apoyo? ¿Dónde quedó su promesa de que siempre iba a estar a mi lado, pasara lo que pasara? Llego a la conclusión que fui yo la que se ilusionó cuando realmente nunca hubo una promesa, solo fui otra estúpida más de las muchas que han caído en sus garras.
Todo es tal irreal y sorprendente, así como la presencia de mi madre en la oficina del director, sentada frente a él con una seriedad de esas que dan escalofríos y que pronostican alguna catástrofe.
—Madre. ¿Qué hace aquí? —me sorprende su presencia en el lugar— Buenos días señor —ahora me dirijo al de mayor rango académico en la universidad, o eso pienso yo.
—Buenos días señorita. Tome asiento —responde gratamente mi saludo.
El aire es tan denso que se puede cortar por pedazos y yo no hago más que observar con preocupación la figura de mi madre que deja mucho por desear en este sitio. No recuerdo ver hecho nada malo, como para que contactaran con ella.
—¿Qué sucede? —pregunto temiendo escuchar la respuesta.
—Vamos directo al asunto —dice el director bastante calmado para mi gusto—. Llegaron varias fotos al correo privado de la universidad, fotos sumamente comprometedoras —mientras habla y enseña las fotos ya días antes vista por mí, siento que el mundo se me empieza a desmoronar a los pies— y antes de tomar una decisión sobre este gravísimo problema, he decidido llamar a su madre para buscar una solución y evitar males mayores.
—Fue mi culpa —mi madre me mira sorprendida —. Yo solo me dejé llevar por el impulso y me aproveché de su generosidad al querer llevarme a mi casa y la besé, solo que el fotógrafo no sacó el momento en que era rechazada.
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En el silencio de tu mirada.
RomansaJulia, una estudiante de turismo, llega a cursar su último año de estudio a una nueva universidad. Allí conoce a Verónica, una profesora que le cambia la vida desde que se conocen. Nueva en la ciudad, bajo el mandato de una madre que la involucra...