Capítulo 19: "Detenida".

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El fin de semana se volvió interminable, era como estar en una cláusula del tiempo, donde demoran años en dar a luz antiguos recuerdos. Salir corriendo antes de enfrentar un problema no es para nada aceptable, pero no podía estar un segundo más bajo el mismo techo donde se encontraba la señora Martha, decisión que no demoré en tomar, gracias a los eventos macabros ocurridos la noche anterior en mi habitación.

Marcharme a casa de Sara fue la primera opción y no me equivoqué al aprovecharla. Sorprendida de mi actitud, estoy, de mi fortaleza física y psicológica con la que enfrento y asimilo mis problemas, ni siquiera me perturba el hecho de que Miguel Ángel sigue con vida y eso es para volverse loca, para seguir escondida y es lo que menos yo hago. No me escondo de hechos que ya han pasado a historia, si no de los que puedan ocurrir en el futuro.

Sara una vez más, respetó mi silencio, pero esta vez sus energías positivas no fueron suficiente para darle ánimo a mi cuerpo. Estaba en penumbras, en un shock extraño, donde el agua transparente a mi alrededor está turbia, nada potable.

Las llamadas insistentes de mi madre habían cesado cerca de las dos de la tarde del domingo y se lo agradecí desde la distancia, pareciera que no conoce los términos de necesito estar sola.

Pensar en tranquilidad, en soledad, con una copa y una botella de vino al lado se me da de maravilla. La vida debería ser eso, lo que quieras ser y punto, no complicarse con tantos artificios y costumbres que subrayan el cuaderno donde dejaremos nuestra historia, encargándose que otros la descubran y la entiendan a su manera.

Para cuando mi amiga regresó de un evento familiar junto a su madre, yo me había bebido más de dos botellas de su despensa, luego se las devolvería, eso seguro.

—Dios, Julia, como estás. Vamos a la cama, si no, mañana no hay quien te levante —escucho decir y sonríen a mi espalda. Observo como la mirada de su madre me regala compasión, la madurez le hace saber que no la estoy pasando bien y de pronto siento ganas de llorar.

—Lleva esto a la cocina y ponlo en el refrigerador Sara, ya me ocupo yo de ella —se me acerca y me sujeta con sus fuertes brazos—. Vamos cariño, tú puedes con ello, no estoy segura de lo que te sucedió, pero sí de que puedes con ello.

—Me ahoga. Me cuesta respirar, duele hacerlo, si eso te hace pensar y recordar lo que ella ha hecho.

—Sshh todo tiene una solución, ahora descansa —dice acostándome en la cama de lado.

—Casi me viola, casi lo logra y ella lo sabía, eso es algo que no se puede perdonar.

—Duerme Julia, mañana será otro día.

—No, no tiene

La mujer queda mirándola, se ha quedado dormida, acaricia su rostro y besa su frente, es lo único que le puede dar. Mira hacia la puerta y Sara tiene el rostro lleno de lágrimas, había escuchado todo, observa a su amiga que duerme tranquilamente y luego conecta sus ojos con lo de su madre.

—No comentes nada de esto, solo dale tu apoyo, no sabemos por lo que ha pasado, pero ya tenemos una idea y tenemos que apoyarla, sé lo que has venido siendo desde el principio, su amiga.

—Si mamá —contesta la más joven con un semblante que deja ver su preocupación.

—Ahora acuéstate aquí con ella, no la dejes sola, ha bebido demasiado, cualquier cosa me llamas.

Sara mira a su amiga y no duda en acostarse a su lado luego de cambiarse de ropa, para protegerla, para cuidar de ella, como lo hará mucho más de ahora en adelante.

Sentada en el puesto que me corresponde en unos de los salones de clases, soporto un fuerte dolor de cabeza que el paracetamol que me ofreció la madre de Sara no ha podido aliviar y una resaca que acribilla mi cuerpo y juraría que hasta el alma. Desperté peor de cómo me acosté. Una fuerte presión en el pecho impide a mis pulmones recibir el oxígeno como merecen y lo peor es que no se quita, ni mejora. Luego de que la señora Martha dejara de llamar fue como si quitaran algo de mi interior, algo auténtico, algo equivalentemente importante para mí convivencia que me lleva a sentir la necesitad de llamarla lo más pronto posible, cuando termine la clase de Historia lo haré.

Tres toques en la puerta nos sorprendieron a todos, incluida la profesora Verónica, se encontraba tan perdida en sus pensamientos que parecía que el mundo exterior no existía para ella, esto lo sé, porque, aunque me trata de forma indiferente e inexplicable, me es imposible dejar de mirarla, ella llegó a mi vida para cambiarla y volcarla y eso no va a cambiar por mucho que se mantenga distante, haciéndome pasar desapercibida.

—Adelante —su voz es algo que siempre va a tener efecto en mi piel y eso lo demuestra las reacciones que salen a flote cuando ella habla.

La puerta una vez abierta da paso al director que viene acompañado por tres personas más, un hombre robusto, que destila inteligencia y seguridad por donde lo mires, su rostro se me hace conocido y no recuerdo de donde, ni me pongo a pensar en ello porque las otras dos personas hacen que los nervios ataquen a mi cuerpo de forma brusca. Dos agentes de policía que recorren el salón completo, escrutando en cada estudiante su calculadora mirada hasta que tropezaron conmigo. Trago en seco, la presión en el pecho aumenta y solo pienso en mi madre, volteo a ver a Sara y esta tiene su mirada al frente, como todos los demás.

—Señorita Julia, podría hacernos el favor de acompañarnos —dice la oficial sin titubear, tratando de intimidarme con la mirada y la recibo, gustosa de no sentirme así, estoy preparada para esto y tal vez para lo que está por venir.

No me molesto en recoger mis cosas, alguien se encargará de ellas, miro a Sara que me sonríe en modo de apoyo y le agradezco. Camino hacia ellos bajo la atenta mirada de las 24 personas presentes en el salón.

—La mejor opción fue alejarme de ti, menos mal lo hice a tiempo, no le haces bien a nadie —las palabras de Verónica me hicieron detener a su lado, la miro fijamente y recibo repulsión de su parte, hubiera sido mejor nunca tropezarme con ella.

—Puse en tus manos mis silencios, mis palabras, todo y no has hecho más que joderme a tu antojo, así que limítate a quedarte callada y no romperme más de lo que ya lo has hecho.

—Verónica.

Le llama la atención su padre, cuando tiene la intención de replicar mis palabras, el hombre me mira con determinación y observa con mala cara como su hija no se inmuta en desgarrar mi vida más de lo está. Le sonrío antes de dirigirme a los oficiales que esperan por mí, sus palabras no valen nada en comparación con lo que me pasa. Ella sabe todo, fue la única con la que me desahogué y no hizo más que pisotear mi confianza.

—¿Por qué desean que los acompañe oficial?

—Se le acusa de asesinato —no reacciono ante sus palabras, ya esto lo esperaba, solo que, lo de asesinato cambia por completo mis perspectivas—. Hasta que se demuestre lo contrario y alguien pague la gran cifra de su fianza, nos tiene que acompañar.

—Y tu madre —habla el señor que hasta ahora se ha mantenido en silencio observando todo.

—¿Mi madre qué? —pregunto llevándome una mano al pecho.

—Tu madre se encuentra en el hospital —siento que mis piernas tiemblan y la boca se me seca de golpe.

—¿En el hospital? ¿Qué le pasó? —pregunto cómo puedo, tomada por el nudo que se me ha formado en la garganta.

—Te diré luego, por el momento está fuera de peligro. Ahora cumplamos con los protocolos de la policía, mi nombre es Guillermo y llevaré tu caso, así lo decidió tu madre.

Mi cuerpo no responde, la mente se me ha quedado en blanco, siento que me voltean y colocan mis manos a la espalda y las esposan. Quedo frente a la profesora que me observa, su mirada vidriosa me muestra arrepentimiento y guardo en ellos un poco de esperanza, a pesar de todo lo que me he dicho, soy capaz de resguardarme en su mirada.

—¿Es necesario esposarla? Usted es el abogado haga algo —se dirige al abogado y pregunta con su voz quebrada. Si no te importo, ¿por qué te afecta tanto que me esté sucediendo esto?

—Es el protocolo, ante una acusada de asesinato —responde la oficial que me guía hacia la salida y me dejo hacer.

En el silencio de tu mirada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora