Capítulo 21: "Conociendo verdades".

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Quiero desplegar mis pasos por la libertad de la mañana, ser normal, embargar completamente la mente de alguien, sacar sin miedo mis manos al frente y acariciar el viento, mezclarme con la luz natural y dejar que ilumine lo que he caminado y lo que me falta por caminar. Quiero ser tantas cosas, que termino siendo nada, solo ecos de palabras, solo reflejo de mi sombra.

No es normal volverse cursi en medio de barrotes, esperando impacientemente que algún milagro pueda pasar. Añorar libertad se siente agobiante y hasta impensable. La fuerza te abandona y llegas al punto de no retorno, en resumen, te da igual que te guíen o no a la salida.

Suspiro, cansada de estar experimentando en carne propia lo que es la tortura psicológica y que para otros no es más que florecer. Hay almas tan amargadas que son capaces de sembrar espinas para que surjan semillas. Todo se contradice, pero así es la vida, una deliciosa contradicción que vuelve adicta a todo tipo de personas existente en este planeta.

No sé cuántas horas he pasado encerrada en este vacío y sucio calabozo, animales somos, como tal nos tratan, pero ya mi cuerpo pide hidratarse y la ansiedad empieza a querer ser protagonista.

—Señorita Julia.

—¿Cómo está mi madre? —me sorprende la pregunta que ordenó mi cerebro decir a mis labios, ni siquiera estaba pensando en ella.

—Su madre se encuentra estable, fuera de peligro.

—¿Qué fue lo que pasó, para que llegara al hospital en ese estado?

—Fue atacada —el hombre me mira ansioso, no es permitido dar tantos datos y menos a una supuesta criminal.

—Pero se supone que el hombre que nos podía atacar está muerto.

—No era el único involucrado en estos actos.

—¿Cómo que no era el único?

—Es un tema delicado señorita, del cual no está permitido hablar y menos con la acusada. Solo le diré que eran dos los implicados, uno murió y la otra se encuentra detenida.

—¿Otra?

—Si. La esposa de Miguel Ángel, llevábamos años tratando de cogerlos, pero siempre se salían con las de ganar, hasta ahora que tuvimos la oportunidad.

—Claro —digo déspotamente—, usándome como carnada.

—No ha sido usted la única que le ha sucedido lo mismo en manos de ese hombre, la diferencia es que a los otros les fue mucho peor. Gracias a usted lo pudimos agarrar.

—Si, eso está muy bien, pero no fue su hija la que puso en riesgo su vida engañada por su madre.

—Créame cuando le digo, que, si hay una persona que está sufriendo las consecuencias aparte de usted, es la señora Martha.

—Me da igual lo que sienta o no mi madre, ni lo que esté sufriendo, ella involucró a lo único que tiene, nada se puede esperar de esa persona.

—No soy quién para involucrarme en ese asunto que les concierne solo a ustedes, únicamente le digo que gracias a usted y al valor de su madre, en estos momentos se está haciendo justicia y muchas jóvenes más no tendrán que soportar pasar por ello.

—No sé, ni me interesa, el punto es que me utilizaron como les dio la gana y que gracias a ello ahora estoy detenida y acusada de asesinato.

—Sabes que fue en defensa propia.

—El juez ve al muerto, no al violador y usted sabe mejor que yo sobre ello.

—Hay muchos testimonios y denuncias en contra de esa pareja, pero siempre salieron ilesos y limpio de todo, ahora es diferente, hay pruebas, ya verá que usted saldrá libre de todo esto.

—Eso espero.

—A lo que venía —dice el señor después de un corto silencio—. Alguien ha pagado su fianza, por lo que se puede marchar a casa, sin olvidar que está libre bajo fianza, hay reglas que debe cumplir estrictamente hasta el día del juicio.

—Mi madre como siempre, ocultándose detrás de los muros.

—Su madre no lo ha hecho.

—¿Cómo es que está tan seguro de eso?

—Por qué su madre aún no despierta tras la operación, lleva varias horas inconsciente debido a la pérdida de sangre y otras complicaciones. Ella no tiene ni idea de que usted ha sido detenida.

—¿Desde cuándo está mi madre en el hospital? —pregunto sin quitar los ojos del oficial que abre la reja para que yo pueda salir y dejar mis alas volar, espero no tener que volver a un lugar tan horrendo como este.

—Desde ayer en la tarde —ahora entiendo el porqué del silencio de sus llamadas y la sensación de ahogo en el pecho, la sangre es algo que conecta más allá de mares y universos.

Camino sin ánimos, cabizbaja, por los pasillos de la estación de policía. ¿Quién pagaría?

—¿Quién pagó la fianza?

El hombre que camina a mi lado me mira y sé que está pensando la respuesta.

—Pidió anonimato —demasiado breve su respuesta para pensarla tanto.

—Así que hay una persona que se gasta miles para sacarme de aquí y no es capaz de dar la cara, el ser humano está cada vez más loco. Dale las gracias de mi parte, ojalá saber quién es para saldar la deuda más tarde.

La sensación de libertad que se apodera de mi cuerpo al salir de la estación de policías me hace detener los pasos. Pero, otra sensación, totalmente diferente, aparece repentinamente gobernando sobre mis emociones, esa, donde siempre pido más y estoy dispuesta a todo por ella. Me desconcierta, me estremece, me hace incluso perder el control y solo reacciono así a la intensidad de una mirada, a su mirada. Así que fuiste tú Verónica, sonrío para mis adentro y evito buscar donde sea que se encuentre ubicada, de alguna manera me alivia saber que ha sido ella y no otra persona, aunque no sería sorpresa de ser así con el gran número de amigos que tiene mi madre.

—¿Dónde quieres ir? —pregunta el abogado sacándome de mi ensoñación.

—Al hospital —respondo sin pensar, sorprendiéndome de la respuesta. Por mucho rencor que sienta por mi madre, al amor de hija me impide alejarme completamente.

—¿Desde cuándo conoce a mi madre? —pregunto al señor que se había mantenido en silencio mientras conducía.

—Hace mucho tiempo, digamos que, desde la secundaria, somos conocidos de la vieja escuela.

—Qué raro que nunca le mencionara. Aunque si recuerdo vagamente su cara en una que otras de sus famosas reuniones.

—Nos unen muchas cosas aparte de la amistad, la abogacía es una de ella y querer hacer justicia también.

—No entiendo.

—Tengo un hijo, un año menos que usted. Era un joven lleno de positividad, a todo le ponía una sonrisa y salía siempre con logros significativos, hasta que sucedió lo que sucedió y le arrancó su vida, sus ganas por comerse el mundo. Ya no es el mismo de hace dos años atrás, nada queda de aquel joven entusiasta y lleno de energía —suspira antes de continuar hablando—. Ahora vive en un pozo que por mucha ayuda de profesionales que tenga, no logra salir, todo ello por culpa del desgraciado que lo violó, que abusó de él. Ahí es donde entra tu madre, ella se ofreció voluntaria para trabajar en el caso, de una u otra manera lo íbamos a coger.

Sus palabras me dejan tocada por unos segundos, no me puedo imaginar en una situación así, muevo la cabeza para alejar esos pensamientos y no me puedo quedar con la duda.

—¿Cómo que mi madre se ofreció? Hasta donde yo sé, es abogada, no detective.

—No sé los motivos para que te lo ocultara, pero la señora Martha es una de las mejores detectives del país, solo que lo cubre con la abogacía.

Hago silencio, desconozco tanto ahora mismo a la señora Martha que siento ganas de llorar. Me quedo pensando, es tanta la frustración que acabo más liada, suspiro y mis nervios aparecen repentinamente al llegar al hospital, no sé con qué me voy a encontrar y temo por ello. Soy consciente del estado de salud de mi madre, pero reconozco que no estoy preparada para verla tan indefensa.

En el silencio de tu mirada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora