Capítulo 3: "Gris".

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No entiendo cuando dicen que los días grises son tristes, fríos o sin entusiasmo, si, en conclusión, el gris es otro color más de los muchos que hay. Que llueva y las nubes impidan al sol mostrar su cara, no quiere decir que no está ahí, brindando su luz y calor. Además, estos acontecimientos son tan naturales como la presencia del ser humano en el planeta tierra.

Mi día está gris, vaya acompañante le han puesto al pobre color que ni culpa tiene que lo hayan creado, ni siquiera es uno de los principales de varios que existen. Como otros que dicen que el color negro no existe, que es la mezcla de todos los colores, tienen razón, pero si al mezclarlos el resultado hubiese sido rojo ¿entonces qué? Para mí, el color gris y negro son espectaculares, por ello el noventa por ciento de mi ropa pertenece a ellos, que me hacen resaltar frente cualquier eventualidad, como en la universidad, donde la libertad para vestir es propia de cada quien, pero la vida está llena sorpresas y hay que variar, si de escoger colores se trata.

—Mi día está gris.

Otra persona más que se adueña de la famosa frase en esta jornada, todo porque nuestra querida madre la naturaleza, se le ocurrió despertarnos en compañía de lluvia y frio.

—¿Cómo que gris?

La chica que casi me forzó a ser su amiga hace dos semanas atrás y que se gana despacio e inteligentemente mi confianza me observa confundida. En este lugar el tiempo se me pasaba volando y no siento en qué, apenas he memorizado los gestos más comunes de Sara.

—Empezando porque se me quedaron unos apuntes importantes en casa para una presentación que tengo hoy, siguiendo por la lluvia que no me gusta mucho, más nada podía faltar.

—Pero es que tus problemas no son culpa de la lluvia y creo que el color gris más inocente no puede ser. Que manía de atacar tenemos las personas, a las cosas naturales de la vida.

—Ahora te llamarás defensora de colores y de la naturaleza. Creo que a los del comité LGBT les alegrará tener una integrante más.

—Que me gusten los colores no quiere decir que sea lesbiana o bisexual. Hasta el momento heterosexual, pero si me tengo que unir por apoyo al grupo, con gusto lo hago, por algo estoy a tu lado, sabiendo tus gustos —sonrío.

—Está bien. Hoy despertaste con la vena de abogada subida.

—Será porque soy hija de una. Algo se me tiene que pegar al estar parte del día rodeada de tantos licenciados en leyes.

—Entiendo tu situación. Cambiando de tema. ¿Te vas acostumbrando al lugar?

—Por lo menos ya no me pierdo, estoy tomando el equilibrio poco a poco. Gracias a ti por supuesto.

Nos detenemos frente al casillero de Sara que se encuentra unas más delante de la mía. Pareciera que todos se han acostumbrado a mi presencia por los pasillos, ya no existen las miradas curiosas ni los comentarios fuera de lugar sobre mi forma física y personalidad. El ambiente es más tranquilo y la ligera ansiedad de los primeros días ha desaparecido por completo. Lo que no logra desaparecer de mi cuerpo son las sensaciones que me provoca cierta peli negra cuando sus ojos se posan en mí, así mismo voy soportando su presencia y su magnitud cuando está demasiado cerca de mi persona. También la trato de evitar, no mirarla sino para lo necesario, como en el salón de clases donde nos imparte su materia, cuando hace preguntas y me toca responder, en los pasillos donde es inevitable tropezar con ella, en la cafetería, en los jardines de descanso. Es como una sombra que se aparece en el mínimo reflejo de luz.

—¡Adiós rara!

Mi mirada deparó en la persona que había gritado esas palabras y mira a Sara de manera burlesca, con asco. Mi amiga solo bajó la mirada avergonzada, sentí la rabia apoderarse de mi cuerpo, acciones como estas me hacen perder la poca paciencia que tengo.

—¡¿Qué has dicho?! —me acerqué un poco, no sé si fue el tono que empleé para hablar o mi rostro enojado, pero la chica dio dos pasos hacia atrás.

—No es contigo, no te metas —trató de encarar la discusión que estaba por formarse.

—Me meto porque me da la gana y porque es mi amiga. Me parece que hay suficiente edad en esta universidad y en tu persona como para prestarse a ser tan ruin.

—¡¿Me has llamado ruin?! —genial, lo que me faltaba, una discusión con alguien a quien le gusta ser el centro de atención, algo que detesto.

—A ti no, a tu acto de persona inmadura e infantil. Respétate un poco antes de ir ofendiendo a las demás personas, tú no sabes que magnitud de afectación puede provocar las palabras ofensivas en los otros, otros que son tus compañeros, aunque te cueste reconocerlo —para esto ya un grupo de estudiantes nos rodeaba, veía como en mi contrincante la rabia subía a niveles sumamente rápidos. ¡Por favor! Ni una discusión amena se puede tener aquí. Vaya principio de curso voy teniendo.

—Tú no eres nadie para decirme a mí, lo que debo o no hacer, ni cómo tratar a los demás.

—Créeme tú a mí, que no perdería mi tiempo en ello, solo que con Sara no te metas, descarga tu frustración con otros que lo toleren. ¿O no te has dado cuanta lo grandecita que estás para estar formando un show como este?

—Esto lo has empezado tú, por meterte en lo que no te importa.

—Pues entonces que te quede claro a ti y a todos, que de ahora en adelante me importa Sara y lo que le suceda también. Además, no fui yo la que ha ofendido a alguien, busca mejores cosas que hacer y deja en paz a Sara, ¡¿te quedó claro?! —me acerqué un poco más sin dejar de mirarla de manera retadora.

—¿Qué sucede aquí?

Esa voz, suave, delicada, un poco ronca que escuché detrás de mí, me paralizó en el lugar. Hacía días que no la tenía tan cerca. Sentí los nervios sonreírme ante su llegada a mi cuerpo de manera brusca, haciéndome tragar en seco. Podía sentir su respiración pausada y su olor colándose sin permiso hasta mis pulmones. El calor y la atracción que se instaló entre la persona que se encuentra detrás de mí, me descontroló por completo. Verónica.

—Esta que piensa que puede venir a decirme lo que debo o no hacer.

—Esta tiene nombre y es Julia, para que se enteren todos los curiosos presentes, incluyéndote —recupero la compostura y miro a mi alrededor, poso mis ojos nuevamente en la chica que ha perdido el habla frente a mí—. Aprende a respetar primero y no creo que tengas suficientes argumentos como para culparme cuando eres tú, la que vas haciendo bulling a los demás.

—¿Bulling? Eso es algo que está prohibido en esta universidad, Mónica —ahora mi contrincante tiene nombre, continúo mirándola mientras siento que el olor de la mujer que está detrás de mí, empieza a idiotizarme. ¡Qué bien huele!

—Pero no dije nada —para rematar mentirosa.

—Para mí, llamar rara a una persona sin importar los motivos, lo es —la interrumpo, me está empezando a agobiar—. Así que te pido que a Sara y a mí nos saques de tu lista, porque no lo voy a permitir. Permiso.

Me di la vuelta, pero por el lado que no lo tenía que haber hecho, porque en ese preciso momento empezó mi perdición.

En el silencio de tu mirada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora