Hakoon
Aún la noto, tan cerca como aquella noche a las tres de la mañana. Mis sentidos se habían perdido por completo, por completo, pero su olor...su olor me despertaba una sensación de calidez.
Recuerdo los gritos punzantes de aquella madre, sus ganas de arrancarse el alma de una vez, sus ganas de arrancarme la mía.
El gusto a sangre de mi boca también me hacía ordenar todos mis pensamientos. Estaba tumbado mirando al cielo, ni dónde ni porqué, pero de eso me acuerdo.
Era una noche fúnebre que no dejaba ningún recoveco de luz en su lisa explanada. Todo estaba oscuro y solo las luces de coches parpadeaban iluminando las calles segundo sí, segundo no.
Ella se apoyaba sobre mí, canalizando sus nervios en pequeñas pero constantes convulsiones, no me gustaba verla así, pero la sensación de seguridad que me protegía al estar junto a ella era calmante de todo el dolor. No estaba bien, ni ella ni yo.
Los gritos no cesaban, eran aullidos de dolor, eran señales de que necesitaban ayuda, señales de venganza quizá... Pero no eran, para nada, meros y simples gritos. Provenían de una mujer de unos treinta años, alta, delgada, lloraba con miedo a olvidar respirar, con miedo a morir llorando. Sostenía sobre sus brazos un pequeño cuerpecito enrollado en una manta de lino. Y a pesar de mi desorientación en aquellas tres y cuarto de la mañana...
...lo supuse.
Mis ojos pararon en seco, la miré a ella, a mi hermana, la que lloraba sobre mi pecho desde que me había encontrado; solté una última y amplia exhalación de aire y cerré los ojos. Hasta nunca.
Comencé a recordar en el mismo instante en el que dejé de vivir.
Yo iba en aquel Ferrari 250 GT beige de mi padre, era un modelo maravilloso. Lo lucía aquella noche a la luz de la pálida luna; aquellos grupos de chavales y chavalas populares me miraban al pasar mientras la música resonaba por los cuatro altavoces del vehículo. Llevaba en una mano un cigarro del que tomaba como lo hace un cabrito a la ubre de su madre. Bebía de aquel humo y me alimentaba de aquel aire fresco taciturno que chocaba contra mi pelo revuelto.
Era mi momento de gloria.
La calle tenía un ojo en mí y otro en sus asuntos, y yo tenía los dos ojos en la calle, ninguno en la carretera. Sin darme cuenta pasé a estar en el carril izquierdo. Debí intuir porque todas las muchachas empezaron a chillarme y a darme imperceptibles indicaciones moviendo sus manos. Y es que era tan fácil dejarse engatusar por esos vestidos ceñidos y esos escotes de piel blanca, que olvidé incluso que conducía...
¡Y chocamos aquella furgoneta y yo! Fue un golpe muy agresivo; ella iba a una velocidad sobrepasando, seguramente, el rango permitido.La matrícula y las luces de mi coche saltaron por los aires, cayendo y provocando sonidos estridentes de cristales. Mi Ferrari 250 GT fue el vehículo más dañado. El morro de este terminó parcialmente hundido y rayado y mis piernas se colocaron de una manera bastante extraña debajo del volante. No quiero dar detalles, solo recuerdo no sentirlas y ver sangre inundando la zona de los frenos. Creo que me rajé la pierna derecha. No fui, tampoco, el único herido. Del impacto, aquella furgoneta salió disparada contra la tienda más cercana y el cristal delantero se hizo añicos.
No vi nada más.
En el ambiente se respiraba la sangre y el miedo de todos. Llevaba rato temblando, desde que había visto unas luces amarillas parpadeando de frente. Ahora me encontraba apoyado sobre el asiento del coche, sin poder mover las piernas y con problemas para respirar, me ahogaba, eso no llegaría a ningún sitio. Mis ojos se iban entrecerrando mientras lloraban, ya no sé si lágrimas o sangre de aquella que ahora manchaba los felpudos del coche de mi padre.
Dejé de estar consciente poco a poco, dejaron de dolerme tanto como antes las heridas... Y cuando me desperté la vi, ahí, a mi lado, abrazándome. Intenté sonreír pero la máscara de oxígeno me lo ponía más difícil de lo que ya lo tenía. Quería poner mi mano sobre su espalda e indicarle que todo estaba bien, no quería verla llorar, Helena.
Pero no, cuando oí a aquella mujer, rogando por la vida de su hijo, por la vida que yo le había arrebatado, me quedé helado. Toda mi vida se derrumbó encima mía, deseé que ella me matara para que una décima parte de su dolor se compensara.
Pero no Hakoon, ahora nadie le devolvería a su hijo, ni los momentos compartidos con él, ni aquel día en el paritorio cuando lo vio por primera vez. ¡¡No, Hakoon, no volverá a tener todo eso!! Soy un gilipollas, lo sé. Pensé que morir sería lo mismo que dejar de ser un homicida; y lo hice, con una última exhalación. No dejar de ser homicida, sino morir, en los brazos de Helena, mi hermana y confidente.
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Hakoon
Science FictionHakoon Beckett es un chico de unos 24 años que causa un accidente en el pueblo de Limber. Tras su muerte, deja en vida a su apreciada hermana y a la mujer a la que hirió en aquel choque de vehículos. De una manera u otra, consigue comunicarse con am...