Ay, pero aquel día....
Me desperté esperanzado, feliz; desde que había comenzado con aquella rutina de lector me sentía mil veces mejor. Era como una rehabilitación después de toda la adicción a pensar demasiado, y sé que los vivos también lo hacen.
Aguardé a mi hermana un rato, ella se vestía y preparaba para mañana de costura en la oficina del señor Gunther.
No sé si me estaba equivocando, pero siento que la veía un poco menos triste, triste, pero un poco menos. Ya no cargaba con esas lágrimas constantes sobre sus mejillas y aunque no sonreía, tampoco lloraba.
Me entusiasmé al pensar que las cosas se estaban poniendo en su lugar correspondiente, ellas solas.
Miércoles, me dirigía a Gefallene Türme...
Hoy ya tocaría comenzar libro nuevo porque la sesión anterior terminé Sidi. Trataba de un guerrero desterrado que viaja por insólitos lugares, y es considerado finalmente una leyenda viva. Me gustó, bastante.
Escogí este vez otro libro, y si el anterior me gustó, este era de enmarcar. Se llamaba Los Testamentos de Margaret Atwood. Es que me surmergí en él como jamás me había sumergido en ningún otro, tan fresco como el mar plateado a recién despertar o el olor a fruta recién cogida. ¡Tan vivo!
-Cielo, coge el libro que quieras de esta estantería -se oyó una voz cerca de la puerta.
A pesar de que estaba totalmente ido imaginando todo lo que el libro me narraba delicadamente, esa voz...esa voz me descolocó.
Sentí la necesidad de mirar hacia arriba, a través del libro. Era un timbre que me creaba una sensación de miedo, tristeza...pero a la vez me hacía sentir algo que no sabría cómo explicar, pero no era malo. Era una voz bonita, dulce y alegre, sí, se podría decir. Era tan fina como el canto de los pajarillos del parque y tan elegante como su gracia para moverse. Y joder...
La vi.
Era ella. La mujer sin nombre, la chica del accidente, la madre a la que le destrocé la vida... Joder, ¡que era ella! Me quedé helado, no supe cómo reaccionar. A pesar de que aquel día tampoco me fijé en sus gestos, supe que era ella, la forma de hablar, aquel timbre de voz, la complexión, etc. Era hermosa y había conseguido rehacer su vida; era una mujer admirable.
Tras salir del shock, eché la vista hacia abajo, una niña de unos cinco añitos la acompañaba cogida a su mano. Tenía su cara, sus facciones y aquel pelo ondulado y castaño de su madre.
Me alegré al pensar que era su hija, que había quedado de nuevo embarazada de una niña y ahora podía disfrutar de sus años de maternidad, los que yo le había arrebatado a las 3:15 de cierta mañana.
Una lágrima bajó por mis mejillas hasta llegar justo a la página del libro.
No pude dejar de mirarla, se me pasó el tiempo descontroladamente, no sabía ni qué hora era pero mientras ella siguiera allí no creo que viera el valor de marcharme.
-...y el guerrero saltó por la ventana y, tras incorporarse, comenzó la búsqueda de su hermano por los montes del lejano oeste... -Ladeó la cabeza para mirar a su pequeña y comprobar si le estaba prestando atención.
¡Incluso yo estaba enganchado a aquella historia de niños de 6 años! ¿Qué me había pasado?
Y aquella vez fue de los pocos momentos en los que deseé estar vivo y muerto a la vez. Vivo para verla, tocarla, abrazarla, remediar junto a ella el dolor que le causé y que, a la misma vez, me causé a mí. Disculparme y llorar como todas aquellas noches en las que lo hacía. Pero, supongo que si siguiera vivo, ni siquiera se hubiera dignado a dirigirme palabra; yo al menos no lo haría, y estaría en todo mi derecho. Y muerto, muerto para no tener que ver en ella el rechazo y el odio que seguro me tenía, de hoy y para siempre.
Me quedé, allí, engatusado, un buen y largo rato más, escuchando su historia junto a su pequeña y junto a ella.
Eran ya marcadas las ocho y poco de la tarde en el viejo pero igual de útil que siempre reloj de la biblioteca. Vi que se movilizaba para marcharse y la seguí todo el trayecto a pie que realizó hasta su casa. En ese momento no pensé que debía respetar su espacio, y es que me moría por conocer toda su nueva vida tras el accidente; y el pensamiento de dejarla escapar ahora, seguramente para siempre, no pasó por mi cabeza.
Paró frente a una bonita casa de dos pisos, adosada. Un pequeño jardín verde daba la entrada a este dúplex minimalista.
Abrió la cerca blanca y se adentró cruzando por el camino de adoquines, a las grandes puertas de madera y vidrio.
En cuanto colocó las llaves en la cerradura la puerta se abrió y ambas entraron.
Justo tras de mí se oyó un pitido de coche, pero aquellos que se sobreentienden por saludos, sí sí, esos.
La pequeña comenzó a saludar efusivamente hacia el coche negro que se proponía aparcar en el garaje del hogar. La nena saltaba y danzaba cogida a la mano de su madre. Y ella, ella también sonreía a las puertas del minimalismo.
Un apuesto hombre bajó del coche. Vestía de traje negro y reluciente, tenía unos rizos del mismo color, oscuro, y una piel verdaderamente lisa y blanca.
Vi, como le sonreía, la agarraba por la cintura suavemente y le besaba, de manera delicada los labios. Tras esto, sonrió y unos colmillos afilados se dejaron ver, aún a lo lejos, como perlas blancas y moteadas.
Desde la entrada de la cerca distinguí las figuras a contraluz de los tres pasando el primer arco y cerrando la puerta tras de sí.
Me quedé postrado sobre los adoquines de la calle, parado junto al jardín y mirando a lo perdido. No comprendía qué acababa de pasar.
Aquel hombre....me recordaba tanto a los personajes de mis libros que me extrañaba, lo primero, que existiera de verdad. Ese blanco de sus dientes, sus colmillos perfectamente alineados y terminados en un pico más afilado que el de las propias lanzas, no se veían todos los días.
La verdad es que me hacía estar en tensión, y no sé porqué. A pesar de su expresión seria, demostraba seguridad y confianza, e incluso debo admitir que apetecía estrecharle la mano y darle un golpecito amigable en el hombro... Pero sí, imponía.
Ya me pensé dos veces cruzar la puerta de entrada. Creo que ya me di cuenta que había llegado demasiado lejos y era hora de volver a ver a mi hermana cenando, y como siempre mirando cara al jardín con la televisión apagada. Era hora, eso sí, de volver a casa.
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Hakoon
Science FictionHakoon Beckett es un chico de unos 24 años que causa un accidente en el pueblo de Limber. Tras su muerte, deja en vida a su apreciada hermana y a la mujer a la que hirió en aquel choque de vehículos. De una manera u otra, consigue comunicarse con am...