Desde hacía semanas rondaba un pensamiento por mi cabeza que no conseguía apartar, pero que tampoco pretendía compartir con nadie.
¿No había acaso alguien que confiara en los espíritus en esa ciudad cutre pero aún funcional?
Y es que ya no me conformaba con las conversaciones en la pizarra del jardín. Quería algo más. Quería ser visible, o al menos, confirmándome con poco, que me oyera. Y era consciente de la repercusión que tendría esto, si se llevaba a cabo, en Helena. Pero sabía que tenía que sorprenderla; y como hace mucho tiempo no hacía, sorprenderme a mi también.
Estuve informándome en el ordenador de la habitación de Helena. Busqué en infinitas páginas web y en archivos viejos de Internet. Nada, absolutamente nada.
No podía creerme que ninguna empresa se encargara de investigar a los muertos. Joder, que no era poco el trabajo que tendrían...
A lo mejor precisamente por eso, porque sería mucho trabajo, ninguna organización estaba interesada.Me rendí, no completamente, pero estaba bastante convencido de que al menos en un par de días no volvería a buscar sobre empresas y espíritus.
Borré las búsquedas del ordenador y lo apagué.
Y no volví a pensar en aquella estupidez. Me di cuenta que pedía demasiado para ser tan poco.
...
Esa tarde Helena había quedado con unas compañeras de trabajo para reunirse y cenar en algún garito de por aquí.
No estaba preocupada por ella, más bien todo lo contrario. Sabía que pasaría un buen rato conversando con las mujeres de la costura y que acabaría por soltar algunas de sus bromas para aclarar el ambiente.
Como no tenía nada que hacer y no me emocionaba quedarme solo en casa, fui a dar una vuelta.
La vida de un vivo (como bien indica la palabra) en comparación con la de un muerto, es extremadamente mejor. Pero no sabéis la calma que se sentía al andar solo por la calle sin que nadie te mirara o molestara. Era como si toda la avenida fuera tuya y nadie tenía derecho ni a acercarse a ti ni a tus aceras de baldosas. Era un pensamiento egoísta, lo sé, pero el día en que os toque vagar por vuestro Limber, me agradecereis el aviso.
No andaba con un destino en claro. Quería ir en dirección a las calles más altas de Limber, donde antes no había subido, bien por rechazo o bien por el tiempo que nunca tenía.
Y pues sí, me animé a verlas.
Apenas fui consciente de las farolas, y las que habían parpadeaban amenazando con fundirse en un prolongando sueño. Por lo tanto, se respiraba un aire algo extraño y agitado.
Vi movimiento al final de la calle, era un cartel grande e iluminado que sujetaban entre hombres y mujeres, todos vestidos de monos grises.
Habían escaleras por aquí y por allá, altillos, cajas de herramientas y linternas...
El ruido no era ensordecedor, pero bien, tampoco dejaba nada que desear.
—¡Hey! —oí que una mujer aparentemente gritaba a los del mono gris—. A trabajar que la noche cae y hasta que terminéis, de aquí no se mueve nadie.
Quise acercarme para cotillear, y después de acordarme que nadie me veía, lo hice.
Una mujer imponente y con una limpia y elevada voz daba indicaciones a los supuestos trabajadores. Ella estaba parada frente a las puertas de cristal, comprobando el cartel que en algún momento que me había perdido, los monos grises habían colgado sobre la fachada.
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Hakoon
Fiksi IlmiahHakoon Beckett es un chico de unos 24 años que causa un accidente en el pueblo de Limber. Tras su muerte, deja en vida a su apreciada hermana y a la mujer a la que hirió en aquel choque de vehículos. De una manera u otra, consigue comunicarse con am...