Entre dos hombres

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Estuvimos hasta la noche en el lago, que fue testigo de mil sensaciones y experiencias nuevas.

Nuestra relación se había afianzado de tal manera que incluso a veces me preguntaba si mis besos habían conseguido tal logro como desenchangar a la señorita Schwarz de la terrible atracción al hombre de los colmillos blancos; que parecía haberse convertido para ella una droga.

Y no del todo.

Un par de semanas después, ella y yo estábamos sobre la gran cama del piso de Helena. Yo apoyaba la cabeza en su pecho y ella me rodeaba con ambas piernas las caderas. La notaba triste y no sabía si era mejor preguntar o quedarme callado.

Me decidí.

-¿Judith va todo bien?

-...

-¿Judith? Te estoy hablando -dije con un aire tranquilizador y comprensible.

-Eeh, sí sí, perdón Hakoon. Es que estaba...

-¿Pensando en él? -Ya lo veía venir.

-¿En quién? -Y acarició mi abdomen con delicadeza intentando persuadirme.

-Judith, tú y yo sabemos de quién estamos hablando. -Aparté, con mucho dolor, su mano de mi cuerpo.

-Es que... -resopló.

-Es que Hakoon, compréndeme. Él me ha dado a una niña hermosa, noches infinitas de caricias y ha sido siempre mi hombro sobre el que llorar.

Enseguida me incorporé, su contacto físico me turbaba.

-Y tú estás...

-Muerto. Estoy muerto -le interrumpí. Debo decir que me decepcionó.

-Me duele que pienses en él cuando estás conmigo. -Dejé un silencio incómodo por el medio antes de añadir: -Dime algo, ¿tú me quieres?

-Claro que te quiero Hakoon. A pesar de todas las veces que me enfade o que te hable de formas que no son...

-...a pesar de que te gusta también él.

-Hakoon...

-No espero que me lo niegues. Ya lo daba por hecho.

-¡Hakoon os quiero a los dos!

-Pero eso es injusto Judith, verdaderamente injusto.

-Lo sé... -se le veía agotada-. Pero soy incapaz de elegir.

-¡¡Pero es que en este mundo solo estoy yo mujer!! Él no está ni va a estar, ¿comprendes? Aquí no tienes que elegir y aún así te empeñas en recordarle y demostrarme que a él también le echas de menos. ¿¡Por qué lo haces!?

Se tapó los oídos, le estaba gritando y apenas me percataba. Me levanté de la cama y salí de casa, atravesando la puerta hacia la calle.

Estuve un par de días casi sin dirigirle palabra. Las horas pasaban y mi enfado ni cesaba ni disminuía. Ella intentaba simular una realidad que habíamos perdido con aquella charla. Y sí, ella era la culpable de todo.

Nunca había sido una persona con orgullo o rencor, pero esta vez su doble enamoramiento había influido tanto en mí que hasta que no me pidió disculpas no retiré las miradas ausentes y vacías que le mostraba.

Cuando nos encontramos algo mejor decidimos ir a un acantilado cerca del lago, aquel lago confidente.

Andamos por una hora y media y por fin, llegamos.

Era hermoso.

Habíamos subido por unas escaleras de piedra maciza talladas dentro de la montaña. Y por lo tanto las paredes eran rocosas también, y bien afiliadas. Un escalón más y veríamos las maravillosas vistas. Ahí estaban.

HakoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora