El destino

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El estruendo de un palacete semi derruido quedó en pequeños susurros y una risa estridente, Tiaret, que más tarde se perdería entre las mil puertas del lugar y la encontraríamos atravesada por un metal oxidado en una de las salas.

Todo ello se redujo a un cuerpo inmóvil, triste; todo ello se redujo al fin de una historia que acabaría convirtiéndose en algo más que una leyenda, pero de aquellas que nunca nadie creería.

Di dos pasos con los ojos embestidos por lágrimas, agarrándome el pecho para no desplomarme, allí mismo, como una vez ya lo hice a las 3:15 am.

Jack sujetaba a Mía entre sus brazos con fuerza, intentaba no llorar pero las convulsiones eran casi incontrolables. Su pelo revuelto cubría su rostro y se iba empapando de la humedad de sus lágrimas, que no cesaban ni cesarían algún día.

Mía se deshizo lentamente del abrazo de su padre, que continuaba arrodillado en el suelo apretando con impotencia sus piernas, y se frotó los ojos. Se acercó lentamente a su mamá y se recostó sobre su pecho tocando con sus pequeños pies la fría madera, y ahí sí comenzó a llorar en silencio. No había latido, ya no había nada. No sería más que una niña, una niña de cabellos rizados y ojos verdes. No sería más que una niña sin madre. Una híbrida rota.

Maldito destino.

Y por un momento el inicio de lo que ahora acababa en un parpadeo, se me vino a la cabeza. Recordé la primera vez que Judith supo que había un espíritu en casa y la empresa de Tiaret tratando de hacer todo lo posible por borrarme de la faz de la tierra. Recordé el amor que sentimos ambos por la pequeña de la casa y lo mucho que me alegré al saber que había conseguido rehacer su vida. Joder, para mí lo era todo. Y aquel primer día que aparecimos en un Limber muerto... Y aquel día en el lago, un "porque me gustó, imbécil" me había cambiado la <<vida>>. Maldita sea.
Y el momento en que decidí irme... <<Nos veremos algún día en mi mundo, y espero por tu bien que tardes en venir. Cuida de Mía.>> Y ahora nada de eso se cumpliría.

¿Y qué sería de mí ahora, sin ella? Siempre dicen que los espíritus no ven la luz si tienen un tema pendiente que aún los aferra a la tierra. ¿Pero cuál era mi tema pendiente? ¿No podía alguien hacerme desaparecer ya? Ni luz ni estupideces, tal vez mi lugar era el infierno. Tal vez mi llegada lo había jodido todo, sí, así era. Y un dolor que se intensificaba cuanto más pensaba, me arañaba el corazón.

Lágrimas directas al parqué.

Levanté cabeza ligeramente y Mía seguía abrazada a su madre con fuerzas, con ansias. Le pedía que regresara en gritos mudos y rasgados. Aquella voz dulce no salía de su cuerpo encogido y frío. Temblaba, como todos.
Me imaginé su futuro con aquella imagen que nunca se borraría ni en las noches de estrellas de su mente. Me la imaginé asistiendo a psiquiatras que no conseguían más de lo que muchos intentaban, llorando sola por no poder dormir y drogándose a pastillas todas las madrugadas de insomnio. Me imaginé a nuestra niña con dieciocho años chillando sola en su cama, sin levantarse por miedo a volver a caer, sin caer porque ya lo había hecho demasiado. Me la imaginé con el móvil en modo avión y pegando puñetazos a la pared, pidiendo auxilio. Me la imaginé rota, mil veces más de lo que estaba ahora.

Y me incorporé como pude y fui a abrazarla mientras aún seguía empapando la camisa de su madre. Cogí su rostro entre mis dos manos y la alcé suavemente. Y le susurré con la voz trémula:

-Pequeña, te juro que la cuidaré allá donde quiera que esté.

Ella cerró los ojos y nuevas lágrimas resbalaron por su piel sucia y húmeda. Con mis pulgares limpié sus mejillas y le di un beso en la frente.

-¿Y tú, qué... qué vas a hacer ahora? -me dijo poniendo todo su empeño en poder pronunciar palabras por encima de su sollozo.

Respiré hondo y miré hacia arriba. Contuve las lágrimas y bajé de nuevo la mirada. Ni yo lo sabía. También era mi final.

-La buscaré, buscaré su alma por todos los lugares hasta encontrarla, pequeña.

Hice una pausa y más lágrimas resbalaron.

-Nunca la olvidaré, papá -me dijo.

Lloré, lloré hasta no poder respirar. La abracé y le susurré que se lo haría saber.

Me soltó ligeramente cuando dejó de hiperventilar, se agarró las rodillas y enterró su rostro en ellas.

Mientras tanto decidí acercarme a Jake. Nunca nos habíamos llevado bien pero ya daba igual, ya nada tenía sentido. Él miraba a Judith intentando contenerse, su ojos se habían tornado rojos y tenía pequeños arañazos en su piel.

Me replanteé dos veces si hacerlo pero enseguida coloqué una mano en su espalda y aunque pareció sentir mi presencia, no se inmutó. Respiró hondo y dejó de jadear tan fuerte. Miró al suelo arrepentido y se pasó una mano por los ojos.

-Cuida de Mía, amigo -le dije.

Sabía que lo haría.

Me acerqué a Judith y le di un último beso en los labios. No quería humedecerla con mis lágrimas pero era casi imposible.

Comencé a temblar de nuevo... Todas aquellas veces que habíamos reído, bailado, hecho el amor... Ya no habrían más.

-Te quiero -le susurré a escasos centímetros de su boca, y hundí mi cara en su cuello llorando, buscando consuelo.

Y de repente me acordé, tal vez sí tenía una salida... Si eso no funcionaba estaba perdido, totalmente perdido.

Me incorporé y miré a Mía:

-Pequeña, me voy.

Ella no entendía nada, tampoco quería que lo hiciera, era más fácil así.

Pensé en no verla de nuevo y mi estómago se encogió.

-Recuerda esto: "Hay mundos que no encajan y no por eso debemos sentirnos culpables, igual que hay mundos de vampiros, hay de fantasmas; lo importante es que todos vamos buscando lo mismo."

-¿Y qué bu'camos? -me dijo con esa vocecita que jamás volvería a oír.

-Un mundo que nos acoja.

-¿Y cuál es el tuyo?

Chasqueé la lengua y respondí con un nudo en la garganta:

-El mismo en el que está tu mamá, mi niña.

Agarré de la mano a Judith y nos fundimos en un abrazo. Así aparecimos, en un Limber muerto, llorando, temblando, pero unidos. Comprendí que todo ello era mi ansiada luz, que todo ello era el punto y final de temas pendientes que me habían hecho regresar a un mundo al que no pertenecía.

Ese era mi destino. Ese era mi momento.

Jamás volveríamos a verlos.

La agarré del rostro y le besé la frente:

-Te quiero, mi niña, te quiero muchísimo más de lo que jamás puedas imaginar.

-Y yo, Hakoon. Yo también te quiero fantasma. -Sonrió entre dientes y se limpió las lágrimas.

La volví a abrazar, esta vez más fuerte.

-Sígueme -le dije guiñándole el ojo.

Y allí le conduje, al hospital.

Ahí estaba, sobre una cuna blanca y pura un niño, un niño envuelto en una manta de lino.

Ella se puso a llorar como nunca antes la había visto.

Se agarró a mi cuello y se dejó vencer por la tensión que acumulaba en su cuerpo.

-Comencemos la vida que un día te arrebaté, mi niña. -Seguía arrepentido, más que eso, y no podía evitar llorar.

Me miró durante un largo tiempo sin proporcionarme respuestas y eso me hizo dudar. Pero al instante una sonrisilla se dibujó en su rostro, volvió la cabeza al niño que dormía sobre el colchón de cuna y me agarró de la mano.

-Se llama Eiden -Me sonrió.

HakoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora