Capitulo siete

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El muchacho ojos de cordero, se deslizó sutilmente hacia delante buscando un contacto bien recibido. Con firmeza y bajo la tutela de un superior tanto en fuerza como en tamaño, se deslizó contra lo prohibido como un transgresor más. Con la aspereza de la muerte bufando a sus espaldas persiguiendo aquella fragancia que todos los seres vivos liberan en su camino al declive. Es entonces que la bestia se sintió hambrienta, ciertamente no la misma hambre que conducía a Jeff hacia donde se encontraba. Un hambre más instintivo, más directo y efímero guiaba su olfato como nunca antes a eso que ansiaba comer. Un Comer no en el sentido general de la palabra, iba más allá, buscando adueñarse del pulsar de cada una de sus venas y arterias, romperlo, poseerlo, engullirlo y hacerle parte viviente de un sistema funcional. Quería más cercanía, más poder sobre aquello que sentía tan distante. Un eco triste y resignado de una búsqueda de normalidad inentendible para ninguno de ellos. Un llamado que hacía eco al perder el sentido entre tanta ambigüedad. En tanto Jeff manejaba otro tipo de hambre, sumergido en un marasmo emocional, estaba más que dispuesto a arrojarse en cuerpo y alma a los brazos de cualquier desgraciado que le ofreciera siguiera las migajas de la atención, el afecto y el reconocimiento que cada ser humano (sin importar absolutamente nada, en una ética simplista) merecía en su totalidad. Y no debía ser culpado de inoperante o de descuidado, aún menos de inocente al confiar con tan vehemencia en aquella reacción. Había estado solo mucho, demasiado tiempo, y frente aquello el instinto era quien mandaba por encima de todas las cosas. manos que castigaban, manos que eran capaces de dar placer. Casi en una mirada enfermiza, sometida, como la de los perros a su amo, se limitó a polarizar sus opiniones como si la escala de grises se esfumara por completo frente a sus narices. Y lo bueno superaba lo malo, y lo malo se desvanecía. Y quizás, simplemente deseaba ser un poco más, de lo que realmente era. Así que lo miró expectante con su boca entreabierta preparado para recibirlo una vez más, Jeff había perdido todo el control hasta el momento y de habérselo pedido, se hubiese abierto las venas con sus propias uñas para que pudiese alimentarse de su sangre. Esa sangre que pulsaba, que llamaba, que suplicaba en una arteria importante situada en su cuello. Ese latir fue el punto que la bestia buscó para sí. Sintiendo aquella vida continuar en un leve latir, conductor del elíxir puro de la vida, vida que continua, que no se detiene, que va más allá de su propia existencia. Deslizó su lengua con pasividad viendo como el chico se retorcía en una mezcla de angustia y aceptación que para el espectador era difícil de comprender, manipulado hasta la médula, simplemente podía seguir aceptado en un vago consentimiento ridículo que francamente era incapaz de dar. Al verlo tan predispuesto a esa entrega, simplemente se frenó, dejándole con el pecado unido al paladar, como un remedo angustiante de la vida. La dulce miel que rozaba los labios pero que era incapaz de saborear. Como lo es el agua al sediento caminante, que al contacto con el exterior se evapora sin siquiera perimirse un trago. Era la vida entonces un constante tragar sin saborear o saborear algo que es imposible de tragar. Castigando a aquel centro erógeno por medio del cual había conocido el mundo, su mundo, con concepciones e ideas que para otros resultarían más que absurdas.

-Jeff- fue firme con aquel halo a superioridad destrozado por completo, dejando paso sin querer a la desconocida y aterradora indefensión. Y quizás más solidario, empuñó la espada con la que ciertamente deseaba ser apuñalado señalando algo que con maestría era capaz de ver- esto no es realmente lo que deseas...- finalizó como si pretendiese que Jeff se adueñara de esas palabras para hacerlas suyas y propias, para entenderlas, para disfrazarse con ellas y finalmente creérselas. Con franqueza la bestia reconocía el lugar a donde había metido al chico y los estragos que la dependencia emocional conseguía generar dentro de cualquier mente no preparada. Pese a sentir su piel erizada aún por el roce juguetón, se limitó a negar con la cabeza mirándole directamente, sin escapar a la verdad que le soltaba en la cara. Con la necesidad y la desesperación... pecados tan mundanos que realmente parecían no valer la pena para nadie.

House of liesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora