Capitulo veintiocho

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Hambrientos, como tiburones, rondaban los costados de la bestia buscando obtener aunque sea un pedazo de la ansiada presa. El trío dorado gruñía y ladraba ansiosos, lidiando con la frustración de no obtener lo que tanto deseaban. No serían, en esa noche, los únicos decepcionados. Guiados por el más puro y bajo instinto, no había mucho de lo que Jeff pudiera responsabilizarlos, y a esta altura estaba demasiado cansado para pensar en ello. Aprendería en algún momento a dejar de buscarle un sentido de ser a las cosas que pasaban en ese alejado y tormentoso infierno.

Por su parte, la bestia, parecía disfrutar del asedio, mientras sostenía al muchacho entre sus brazos. Y cómo la primera noche que lo llevó a casa, lo hamacaba torpemente, arrastrando su conciencia sobre el pasto salvaje y bajo el cielo nublado. Nadie decía mucho realmente, Jeff no encontraba su voz dentro de su pecho sumergido en un abatimiento y sumisión que a esta altura ya no parecía sorprender a nadie. Cierto era que cuanto más cedía Jeff, más sentía que perdía su propio ser en la inmensa marea que conformaba a la bestia. Y tal como un incauto cervatillo de pie (tambaleante) frente a una serpiente venenosa, sentía que debía huir cuanto antes pese a no conocer por completo la naturaleza del peligro. Ahora, incapaz siquiera de llorar, simplemente se dejaba conducir como una oveja por su pastor. El frío de la noche sobre su piel desgarrada no parecía ser capaz de adentrarse en su ser (o él estaba más frío que el propio viento).

La casa se alzaba tan espléndida como siempre, el retornar a la seguridad de sus paredes siempre parecía ser una caricia al alma para los cansados viajeros. Pero para un Jeff destrozado, parecía enarbolarse como un símbolo de encierro, su cárcel sin barrotes. Llenando sus pulmones de derrota, simplemente apretó los dientes y bajó la cabeza. No sería la primera ni la última vez que debía luchar con la frustración de no tener el control de la situación. Cierto era que ese día el que más había metido la pata era él, y la bestia lo sabía, pacientemente hacía cuentas dentro de su cabeza sin saber cómo dar el siguiente paso para correr a Jeff del centro de atención. Celosamente remordía su consciencia al tanto se dirigía a su hogar.

Los animales se adelantaron por aquel crecido pastizal, saltando sobre sus patas como veloces caballos de carreras. Saltaban y ladraban ciertamente contentos de regresar a la casa, pero desconociendo que su identidad humana sería robada por mucho más tiempo de lo esperado. En parte responsabilizados por no conducir al muchacho a tierras más seguras. Cierto era que la bestia jamás de los jamases les había siquiera comentado sobre aquel lugar, raro era que hubieran tenido tanta mala suerte para caer allí por accidente. O quizás los había subestimado de alguna manera, los chicos reflejaban su educación. Es entonces que por un lado estaba bastante satisfecho con sus habilidades de rastreo (por lo menos por parte de los tres muchachos, Jeff no había tenido tanta instrucción como ellos) y por otro lado, estaba molesto con su falta de cuidado. En resumen, que ellos hubieran terminado donde terminaron era pura y completa responsabilidad suya, como amo y señor, que sus muchachos irrespetaran el sagrado lugar recaía sobre sus hombros.

Cargó a Jeff mejor sobre sus brazos antes de subir lentamente las escaleras del pórtico, deseoso de atender al muchacho y traerlo nuevamente al mundo de los vivos. Por su mirada inexpresiva, lo cierto era que estaba en shock, no tardaría en despertar y allí vería por fin los estragos de la cacería. No menos preocupado, terminó por abrir la puerta y llamar a la jauría con un suave silbido. No andaban muy lejos, esperaban un premio.

-Si, si, si- les habló con soltura, como normalmente hacía cuando estaban solos- adentro dale, dejen de ser tan jodidamente escandalosos- y entraron antes que él, meneando las colas. La bestia ignoraba el desastre de emociones que había desatado al volver a uno de los cuatro presa y al resto cazadores. Más tarde sería algo que le reventaría en la cara. Las emociones humanas siempre serían un misterio para él.

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