Capítulo seis

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Como si a Jeff le importasen las reglas. No se había gestado nunca bajo un aura leyes que debía de acatar, no se las impusieron, no las respetó, simplemente lo dejaron a su suerte. Y quizás se lo merecía, por jugar con fuego, por ser así de insolente, por simplemente querer recuperarse de aquella caída. Y si estaba roto, ahora no sabía qué hacer con las piezas. No hizo nada para detener la hemorragia, simplemente abrió la boca suavemente para recibir un trocito de zanahoria, que masticó en silencio mientras sentía las lágrimas resbalar por sus mejillas sin control alguno ni mucho más. No debió de haber abierto la boca ¿Por qué siempre debía de terminar todo de esa manera? Sorbió su nariz ligeramente antes de abrir nuevamente la boca recibiendo esta vez un trocito de tomate que helado como estaba sacó por completo al chico de sus pensamientos mientras daba vuelta la fruta dentro de su boca, pegándola a su paladar para finalmente tragar el contenido. Su mirada estaba puesta sobre sus manos juntas en su regazo, en una actitud ciertamente avergonzada, de indefensión, con los hombros inclinados hacia delante, enojados consigo mismo más que con la bestia. La mesa parecía completamente silente mientras poco a poco los recién llegados comenzaban a sentarse para poder almorzar. Ninguno de los otros tres lo saludaron al llegar. Masky, Hoodie y Toby, siguiendo sus propios impulsos dejaron sus armas sobre la mesada de la cocina antes de siquiera pensar en tomar asiento, esperando que el mayor les diera permiso para recién sentarse en aquellas sillas casi idílicas. Jeff había comenzado a comer sin esperar ningún tipo de permiso cosa que parecía desesperar a los otros tres que realmente no entendía como era incapaz de regirse con las mismas reglas. Sin embargo el nerviosismo dio lugar a la lástima cuando comprobaron que sobre su hombro derecho se encontraba un rastro doloroso de sangre que se extendía casi hasta el codo de su camiseta. Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha, dando a entender que de no dolerle, por lo menos le generaba algún tipo de incomodidad. Se sorbía constantemente la nariz mirando de reojo al mayor ubicado en la cabecera de la mesa, como todo un dios, enorme, gigante y magnánimo como era de esperarse. El chico no parecía conectar la realidad mientras se llevaba a la boca un poco de fideo sin desear dar siquiera un bocado, pobre, estaba demasiado perturbado como para tratar de recomponerse lo mejor que podía para dar una mejor imagen a los otros tres. El orgullo era lo único que le quedaba después de todo, pero no pareció importarle, ni siquiera intentó cubrirse ni mucho menos. Estaba él allí sentado, cabizbajo, con la cabeza inclinada y la mano cerca de la boca tratando de tragarse junto con el fideo, sus propias palabras. Respirando lentamente, sabiendo que debía de poner a juego su siguiente paso, nada librado al azar, justamente la mesada de la cocina, con aquella arma pequeña que Hoodie había dejado sin cuestionar sobre la mesada. Y esa quizás era la oportunidad más grande con la que podría llegar a encontrarse. Eso daba miedo. Quería el arma y la tomaría. Quería el arma y la necesitaba. Quería el arma. Quería el ruido. Quería irse de una vez por todas. Pudo sentir como su pulso aumentaba, como cada una de sus células gritaba y su mano sufría un espasmo al recordar lo bien que dicho juguete se adaptaba a su pulso como su segunda naturaleza. No podía apartar sus ojos de dicho objeto, lo quería tanto que podía sentir el sabor metálico de la sangre teñir cada espacio dentro de su boca. Sus pulsaciones aumentaban violentamente mientras bajaba la mirada a su plato y la volvía a levantar, mordiendo con fuerza sus labios empañados de salsa. Se recordó respirar, tranquilo. Inhalar. Exhalar. Repetir. Aquello parecía sencillo, pero se había convertido rápidamente en algo prácticamente doloroso, ni una de sus células estaba dispuesta a comenzar a trabajar en ello, como si al final del día les debiera algo. En una experiencia extrasensorial simplemente se llevó una cucharada del fideo a la boca, sintiéndolo pastoso y asqueroso. Los tres muchachos le miraban con un atisbo de lástima en esos ojos casi vacíos, quizás viéndose reflejados en algún pasado poco distante, sin embargo no intervendrían en ningún momento para salvarlo de su calvario. Quizás envidiando ligeramente su suerte ¿Qué darían por ser el centro de atención de algún halago? Podía ver que la respuesta era clara, quizás en algún tiempo pasado hubiesen sido también el muñequito nuevo predilecto del juego enfermizo que esa bestia parecía mantener con todo lo que le rodease. En un cierto narcicismo que mantenía alzado su trono en la ineptitud, en el caos general y el descontrol, donde más podría sentirse cómodo un ser tan despiadado. Jeff respiró suavemente, intentando respirar lentamente, quería volver a su centro y era bastante difícil, más cuando su cerebro tiraba a matar cada cierto tiempo, mierda que iría por el arma. Apoyó su barbilla sobre una de sus manos empujando la comida dentro del plato ida y vuelta ciertamente sin ganas de querer seguir comiendo. La sangre seca en el lado derecho de su cabeza había logrado que su cabello quedase pegajoso, como una especie de gel que había aplanado todo su lacio cabello hacia su cráneo y el olor a sangre era insoportable. Todos lo sentían, invadiendo en sus fosas nasales como si se tratase de una enfermedad silenciosa que a nadie rendía cuentas ni comprendía totalmente. Los tres muchachos que casi compartían un pensar, habían terminado de comer por completo, sus platos vacíos descansaban sobre la mesa en una perfecta sincronía como si se tratase de un reflejo. Erguidos, silentes, pero con el espanto general desdibujado en la piel, no podía describirse de otra manera que no fuera aquella. Sabían que su amo le había hecho algo al nuevo, se notaba a leguas que el chico parecía haber escapado de su mente junto con el chorro de sangre seca que descansaba sobre su hombro, debió de haber sido algo bastante violento. Hoodie ansioso sabía que su trabajo sería encargarse de limpiar y coser, de necesitarlo, la piel para evitar futuras infecciones, ese era su trabajo después de todo, en ello se especializaba un joven que no tenía idea de donde estaba parado. Al igual que todos, parecía jugar a ser algo que no era. Y seguía de todas maneras allí, atado, sedado, complaciente como cualquier cachorro acostumbrado a día seco, terriblemente malos, así como y bueno tanto como húmedos de lluvia y vida. Después de todo, quizás la idea de no quedarse solo era lo que más le guiaba a moverse pie delante de pie, paso a paso. Solitario. Doloroso. Perpetuo. Una cárcel de la cual ya no precisaba escapar, para cuando quiso darse cuenta estaba hasta las manos. Y basta de normalizar abusos. Y basta de pregonar falsos dioses. Basta de caer en malos ejemplos. Basta de dejar ir a los niños a la guerra. Más para los que solo querían escribir historias. La mano de Tobías se aferró a la de Hoodie por debajo de la mesa al igual que lo hizo con Masky, no era algo que pasase por su lado y no lograse movilizar algo que pudiera considerarse emocional. Eso dolía, eso sentía y tenía significado. Con la respiración saturada esperaban que Jeff terminase de comer para poder alejarse. Cuanto más lejos, más seguros y cuanto más seguros, más felices. Pero Jeff no estaba siquiera cerca de dar su brazo a torcer, eso era algo que no sabían, no conocían de nada al chico y quizás, de saberlo, hubiesen comenzado a rezar. La bestia parecía estar entretenida con aquel enorme plato sanguinolento que con esas enormes fauces desgarradas en esa piel que no sanaba, devoraba sin ningún tipo de amnistía, sin remordimiento alguno. Con esa manera casi educada, de etiqueta, mientras que la sangre y el crujir de la sangre coagulada parecía llenar por completo la habitación. Si la bestia se daba cuenta de que Jeff no parecía concentrarse en la comida, ardería Troya.

House of liesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora