XXIII

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La quietud y el silencio del amanecer fue interrumpido por el sonido de pasos que se intensificaban a cada segundo, y además, el sonido de una llave entrando a una cerradura, seguido del rechinado de una puerta vieja y semi empolvada.

—Buenos días -dijo una voz.

El equipo se levantó al instante.
El silencio reinó en la habitación, todos los jóvenes estaban atentos a las acciones de la mujer y al mismo tiempo aún muy cansados para responder.

—Buenos días -respondió con cortesía Lea.

—¿Cómo están?

—Bien, -volvió a responder por el grupo la rubia- gracias por dejarnos dormir aquí.

—Tuvieron suerte de encontrarnos antes de ese temporal. -comentó ligeramente, hasta que sus ojos viajaron a la pelirroja.- Tú sigues viéndote igual de malherida que ayer. ¿Estás enferma?

—No, -respondió al instante Ayn- no estoy enferma ni contagiada.

—Tuvo un accidente, -intervino de inmediato Martin- la atacaron.

—Estuvo grave -se unió Simone- y hace solo un día que comenzó su recuperación.

—Debió ver cómo quedó el otro -bromeó al respecto la pelirroja.

Risas invadieron la sala, la mujer mayor también se permitió disfrutar del momento.

—¿Crees poder levantarte hoy?

—Claro, -dijo la chica- estoy bien.

Con un movimiento afirmativo de cabeza el tema se dio por terminado. 

—El desayuno está listo -anunció.

El estómago de los presentes comenzó a gruñir con la mención de la palabra mágica.

—¿Tienen comida? -preguntó con incredulidad Patrick.

—Por su puesto que si...

Todos se observaron con sorpresa.

—¿Quien quiere ir a comer?

Los chicos comenzaron a colocarse de pie al instante y la mujer caminó tranquila y lentamente hacia el exterior.

—¿De verdad me veo tan mal? -preguntó Ayn.

—No hay nada que puedas hacer al respecto, naciste siendo fea -la molestó Hans.

Su mejor amiga lo golpeó.

—La verdad es que si te ves bastante agotada, -comentó Jorgen- pero asumo que un buen día de descanso podría arreglarlo.

—Debí saberlo antes, habría pedido vacaciones -comentó con sarcasmo.

—Así que andas de mal humor cuando tienes hambre -la molestó el más pequeño.

—Tienes agallas para molestar a la bestia -dijo Martin- pero si fuese tú tendría precaución. Es letal en este estado.

—¿Acabas de llamarme bestia?

—¿Y solo escuchaste lo que yo dije? -Martin se giro y entrecerró sus ojos a Jorgen- Si muero vendré a molestarte mientras duermes.

—Hey, -llamó Lea desde la puerta- vamos a comer.

Todos caminaron en fila hacia el exterior de la habitación. Ayn iba a un paso más lento porque su cuerpo parecía pesar una tonelada y ya no podía ocultarlo, sobretodo a si misma, estaba agotada.

No tenía ánimos de absolutamente nada, los problemas de los últimos días habían gastado todas sus reservas energéticas. De hecho, todo el equipo parecía estar igual, desde el enfrentamiento con Beatrice los ánimos no eran los mejores, todos discutían y actuaban a la defensiva.

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐬𝐤𝐞𝐥𝐭 [𝐑𝐚𝐬𝐦𝐮𝐬 𝐀𝐧𝐝𝐞𝐫𝐬𝐞𝐧]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora