XVIII

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La caminata había sido constante, sin pausas y muy larga, sobretodo para Ayn, quien había recorrido gran parte del camino el día anterior semi consciente y le eran nuevos los alrededores.

—¿Cómo vas? -se acercó Lea a preguntar.

—Bien, -contestó a secas la chica, consciente de que su estado actual era lo opuesto a bienestar- pero necesito descansar.

Su estómago parecía rechazar lo poco que había consumido en la mañana y la fatiga estaba apoderándose de su cuerpo, indicándole que había llegado a su límite.

Su visión había sido borrosa a ratos y ahora estaba transformándose a una doble, provocando que su mente fuese engañada al mostrarle cada objeto dentro de su campo visual multiplicado.

Comenzó a sentirse mareada, intentó con todas sus fuerzas estabilizar sus pisadas pero sus pies habían dejado de recibir las señales que enviaba su cerebro, generando una marcha inestable, torpe y enredada.

—¿Quieres algo para beber?

La chica negó con un movimiento de cabeza rápido y corto.

—¿Tienes hambre?

Ayn repitió el gesto de forma inconsciente. Su atención estaba focalizada en las plantas de sus pies, las cuales parecían pisotearse entre ellas.

—¿Sientes dolor?

Ayn movió su cabeza bruscamente, pero no porque estaba contestando a la pregunta de la chica, en realidad intentaba alejar la oscuridad con la que estaba tiñéndose todo lo que veía.

Su cuerpo se estaba apagando por si sólo, como si un ser externo a ella moviera un interruptor y la privara de su autonomía sin su consentimiento.

Sintió la parestesia apoderarse de los dedos de sus manos y pies, luego la sensación la baño por completo, llegando incluso hasta su cabeza.

—No me siento bien, -murmuró- llama a Martin.

Y habiendo terminado la frase, los ojos de Ayn se volvieron blancos y su cuerpo cayó al suelo.

—¡Por dios! -gritó Lea- ¡Hans! ¡Martin!

El cuerpo inerte de Ayn sobre el pasto alarmó de inmediato a los chicos, quienes se acercaron a gran velocidad para examinar a la pelirroja.

Su piel estaba pálida, sus labios blancos, una capa de sudor cubría su cuerpo y su cabeza estaba hirviendo.

—¿Que pasó? -preguntó angustiado Hans.

— Dijo que no se sentía bien, cayó de la nada. -se alejó unos pasos para permitirle a Martin sostenerla- Me pidió que te llamara y dijo que necesitaba descansar.

— Tiene fiebre, -anunció el mayor- y es alta.

— Ayn, -llamó Hans- estamos aquí ¿Nos escuchas?

La ausencia total de movimientos, sonidos o gemidos detonaron alarmas de emergencia en todos.

— Maldición -todo el cuerpo de Hans se tensó como piedra- ¿Qué hacemos Martin?

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐬𝐤𝐞𝐥𝐭 [𝐑𝐚𝐬𝐦𝐮𝐬 𝐀𝐧𝐝𝐞𝐫𝐬𝐞𝐧]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora