XVI

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Ayn jugaba en el suelo a tres líneas con Rasmus, ambos aprovechaban la oportunidad de rozar sus manos cada vez que terminaba su turno.

—¿Estás dejándome ganar? -preguntó el rubio.

Ayn solo sonreía mientras movía la tierra del piso para borrar la partida y comenzar una nueva.

— Lo haces -concluyó- ¿Fue por la mirada de cachorro que hice? No puedo creer que funcionara.

Ayn lo observó a los ojos con una clara intención de intentar hacerlo sentirse intimidado.

—¿Cuando aprenderé que te aprovechas de tu imagen angelical?

—¿Insinúas que intentó chantajearte? Esa es una acusación seria.

— Y la mantengo. Eres un timador, Andersen.

— Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario -bromeó y acercó su rostro unos centímetros.

— Tú comienzas -manchó de polvo la nariz del rubio antes de volver a acomodarse sobre el piso.

Rasmus sonrió satisfecho, no esperaba besarla ni tampoco había pensado en intentar algo, solo quería molestarla y buscar excusas para estar cerca de ella.

Hans se divertía mientras los observaba desde la mesa.

— Que bueno que fuimos claros al especificar que solo eran cinco minutos -se estiró procurando no molestar a Jorgen, quien estaba a su lado- Habríamos alcanzado a ir a ver una película al cine.

—¿Y si les pasó algo? -preguntó el menor.

— No lo creo -comentó Bea- pero podríamos ir por ellos y hacer presión.

— Es una buena idea -concordó Simone.

—¿Que dicen chicos? -preguntó Hans- ¿Vamos por Lea y Jean o prefieren jugar un rato más?

— Ni de broma elegimos esperar más -respondió al instante Ayn.

— Una ducha y una taza de lo que sea suena increíble. -le siguió Rasmus mientras se colocaba de pie y le extendía una mano a la chica- Vámonos de aquí.

— Concuerdo con el timador, ya pasamos mucho tiempo aquí sabiendo lo peligroso que es.

—¿Por qué es tan peligrosa la ciudad? -consultó Jorgen.

— Al principio, había mucha comida. No pasó mucho tiempo cuando comenzó a llenarse de gente y aumentaron los contagios. Quienes no se contagiaron estaban tan desesperados que comenzaron a robar.

Beatrice jugaba con su collar mientras relataba la historia.

— Ahora se matan por comida.

Jorgen se veía petrificado.

— La gente apesta -comentó Rasmus.

Todos concordaron en silencio.

— Mierda.

El susurro cargado de temor de Beatrice dio el aviso de la compañía que llegaba al lugar. Eran desconocidos.

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐬𝐤𝐞𝐥𝐭 [𝐑𝐚𝐬𝐦𝐮𝐬 𝐀𝐧𝐝𝐞𝐫𝐬𝐞𝐧]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora