Gambito parte 1: Crossover, Rebecca Hamilton.

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Dato: Leer la intro de mi obra "El turista de mala muerte" para entender el diálogo que están a punto de leer.

Quien refugia sus tormentos mediante vicios sabe que cualquier insulto ajeno puede herir a su persona.
~ Gilberto C.Vásquez.

*Charla.*

—¿Y cuántas muertes ocasionó esta vez?

— Un total de 374 homicidios a sangre fría, todo en menos de lo que cantó un gallo.

— Eso significa que...

— En efecto, Angela Ackerman será la nueva presidenta del partido NC

— Esa genocida no tiene remedio.

— Eso es parte de su belleza.

— ¿Cuando se hará el anuncio de su nuevo cargo?

— Van a esperar un par de días en lo que las aguas se tranquilizan.

— Es una buena estrategia, al menos su acompañante pensó muy bien la estrategia para masacrar al Noxx.

— Deberías dejar de subestimarla.

— ¿Cómo no hacerlo? Su único fuerte es derramar sangre con una sonrisa. No tiene cabeza para pensar, si no fuera por la rubia que siempre limpia su desastre ya estuviera 4 metros bajo tierra. Le das mucho crédito Lucrecia.

— No lo entiendes Kande, ella es más que una asesina compulsiva.

— ¿Por qué lo dices?

— Solo te diré que no sería capaz de meterme con ella a menos que consiga algo muy valioso, o que tenga ganas de gastar recursos a lo estúpido.

— En fin, dejando ese tema de lado, necesito que Iván me acompañe a un lugar.

— Adivino, a tu segundo mejor burdel después del Noxx que en paz descanse.

— No lo necesito para eso.

— Solo te mientes a ti mismo. Pero está bien, pensaba liberar mi estrés con ese saco de carne pero que va, me agarraste de buenas, te lo presto.

— Gracias...

— Pero lo quiero con "v" de vuelta.

6 años atrás.

Habían dos maneras de llegar al fraccionamiento los Arcos: una era mediante el boulevar Calix, y el otro era cruzando sobre la avenida Rapsodia, detrás de la ciudad que estaba por mero adorno para dar acceso a las vías principales del tren rodeado de árboles a sus lados en forma de arco, que conectaban por muchas partes del camino y así no se encontrara desolada. El par de niños con 11 y 12 años respectivamente: Zinder Croda y Yonder Pulisic tenían por ley caminar debajo del anaranjado cielo, por las vías del tren cada vez que se escapaban del chófer encargado de llevarlos y traerlos a casa, sin saber que las migajas de salario en aquel hombre era descontado a la mitad, todo por el berrinche del par, sin importarle a sus padres que afectaban sus necesidades hogareñas, dejando a su esposa e hijas con escasez de comida al día, a veces dos con tal de comprar leche y pañales a su tercer hijo recién nacido.

— Te juro que extrañaba venir por este camino.

— Me lo imaginaba, con lo mucho que te gusta caminar.

— Obvio, es una buena manera de ejercitarse, deberíamos hacer esto cuando vivamos juntos.

— Apenas estamos en la secundaria, estás pensando muy a futuro.

— ¿Y? Tarde o temprano tendríamos esta conversación, no sé porque te sorprende.

— Supongo que esto me pasa por consentirte tanto.

El vergel de los clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora