—¿Me podrías hacer el favor de sentarte?
Nadie alrededor de Yonder podía creer la cantidad de comida que su estómago podía albergar. La rubia de cabello corto, con el flequillo del costado derecho más largo que el otro, uniformada con guantes de cuero se mantenía serena ante la solicitud de la cliente VIP que se le fué asignada, no sabía que responder, era demasiado madura como para poner una cara estupefacta. La comisura de sus labios seguían intactas. Eso no quitaba el revolver de su estómago, tomó el cuchillo y dejó caer con calma un trozo de picaña sobre el plato de porcelana redondo negro, con forma de estrella invertida de Yonder.
—Me temo que no puedo cumplir su demanda, señorita Pulisic —el aire de sus pulmones salió discretamente de sus narices en señal de su frustración, intentando persuadir el descaro de la morena con diplomacia que no había dejado de pedir cosas fuera de su alcance—. Eso sería mal visto por todos, incluso podría perder mi trabajo.
—Compartimos techo durante más de medio año, cuando estaba comprometida con tu hermano. Deja las formalidades, Peack —la pálida joven miró con desaprobación el plato, negó con la cabeza para volver a la rubia estoica y preguntar con una expresión divertida—: ¿o ya se te olvidó lo bien que la pasábamos juntas? —no esperó una respuesta para que arrebatara de las manos aquella filosa barra de metal que contenía tres trozos de carne con las manos desnudas.
Pieck Tijerina, una de las tantas hijas no reconocidas de Humberto Laporta y sobrina del preso Ted Tijerina. Una joven mujer de tan solo veintisiete años de edad, por encima del promedio, en busca de una vida distinta a la que su madre pudo haberle dado. Por causas de fuerza mayor, pudo toparse con una mujer interesante, que para hado celestial conoció a Margarita Potra, su aparente media naranja. La garante de llevarla a una vida de altibajos sentimientos nuevos y reencontrados, inestables en la intimidad, pero firme en el ojo social. O era lo que aparentaba.
Supo desde un principio que Yonder buscaba algo en cuanto notó su presencia en la entrada del restaurante, no por nada la pusieron a cargo de atenderla, por si fuera menos, la propia Margarita le había dado la orden de hacer lo que ella quisiera, todo por ser alguien importante de su ahijado. Todo el estrés de la semana pasada se había acomu, y los ratos con Margarita no la ayudaban tanto a solucionar sus asuntos mentales. Ajustó sus guantes sin perder el porte y miró con irritación a Yonder, sabiendo lo que pasaría después.
—¿En serio? —bufó con pesadez—. ¿Olvidar a mi muy íntima amiga? —lo último era un sarcástico comentario revestido en su poker face usual.
—Solías ser más divertida —siseó Yonder en cuanto se acercó unos cuantos centímetros al rostro de Pieck—, ahora pareces una deprimente mujer sin gusto por la vida.
Una de las tantas cosas que la limitaban a meditar un momento era que, frente a sus rasgados ojos mezclados de verde, pardo y un tanto grisáceo de Peack habían muchas más razones para no responder de manera tajante, o algo peor que eso. Pero su actitud de malandra estaba tan quebrada por haber derramado tantos dientes y sangre, que pelear era lo que menos necesitaba. Sonrió pasivamente, lejos de tomarse las insinuaciones de Yonder como algo malo, más bien lo consideraba como una broma, a pesar de no coincidir tanto con la pelinegra que seguía juguetona, quien tomó un pan con ajo de la canasta en medio de la mesa, para partirlo por la mitad, llevarlo a los labios, después de guiar la otra mitad a la boca de la rubia, que luego de unos segundos de vacilación, aún dudosa prefirió seguirle la corriente, recibiendo la hogaza de una forma comprometedora al acariciar con sus dedos la mejilla de Yonder.
«No deberías estar aquí, mucho menos con Zinder Croda. Maldita Tshilaba, volvió a dejar que el maldito adicto hiciera de las suyas». Pensó Peack, guiñando un ojo a la morena que devolvió el gesto de manera lujuriosa. Ingirió el alimento, luego de unas masticadas.
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El vergel de los clandestinos
RandomHistoria original. Todos los derechos reservados. Tras la caída de su madre, Zinder Croda tiene que pagar el precio de las acciones que su madre alguna vez tomó para llegar a la cima, siendo déspota de todo lo que una vez quiso y le hizo feliz. Cómo...