Enroque: parte 1

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La disconformidad personal es algo que se nota hasta debajo de la piel.
~Stuart.

Zinder e Isela

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Zinder e Isela.

Eran pocas, o casi nulas ocasiones donde Zinder Croda compartía momentos reales con Isela Benedetto. Desde su cumpleaños número diecisiete, antes de llevar a cabo dicho compromiso.
Algo que no quería notar, pero las últimas cosas que le habían ocurrido le hicieron replantearse muchas situaciones que dejaba escapar, en su mayoría de aquellos asuntos que lo relacionaban a su persona. Una de ellas era el cambio radical entre su relación con la joven gitana que hace un momento había entrado al baño de la cabaña donde se encontraban. Quien no paraba de evocar las alarmas en Zinder para tenerla vigilada. Lo principal era que, Isela estaba poseída, o al menos era lo que intuía.

El amanecer de aquel día sábado se podía distinguir a través de la gruesa cortina que cubría el ventanal con vista al lago cristalino del bosque, aunque se podía vislumbrar los objetos que usaron para amueblar el pequeño pero modesto cuarto, inclusive la ropa esparcida de la pareja que despojaron de sus cuerpos la noche anterior.

«Esta es la octava vez que vas al baño —dijo Zinder para sí, pensando que la pelirroja que lo acompañaba era otra persona—. Conozco a Isela, ella no va al baño tan seguido. Es un hecho, eres tshilaba».

Tras emitir un chasquido al ritmo de abrir el grueso libro de Glassialabolas que extrajo de la maleta que trajo consigo, tomando el empastado grueso con ambas manos para leerlo mientras apoyaba la espalda sobre el soporte de la cama, puso los pies sobre el tapizado suelo de madera, de modo que los resortes del colchón se escuchasen lo más mínimo.

—¿Vas a volver a dudar?
A un costado del chico había emergido el ente canino, acostado, de cierto modo elegante, de sonrisa satisfactoria que emanaba una aparente alegría.
—Ya comprobaste que la niña ha sido suplantada. Lo que te jode es no saber si estás en lo correcto, acerca de quién está detrás de esta fachada.

Cómo pudo, el chico rebuscó los tantos problemas que conllevaría cargar si sus deducciones resultaban ser ciertas. Hacer como si todo estuviera bien ya no era una alternativa,  lo entendía. Desde que encontró algunos documentos que la chica ocultaba, sospechosos avistamientos que ella tenía con personas a sus espaldas. Tal vez, lo que pudo intuir en un inicio era que ella le podía estar escondiendo algo. Una infidelidad cualquiera, negocios a sus espaldas, los cuales serían insignificantes para alguien tan joven, que solo vivía el día a día, sin molestar a nadie. El detalle era la clase de organización con la que mantenía comunicación. Ella estaba en pasos mucho mayores, y lo comprobó cuando Sonia Bozada le envió un vídeo de vigilancia en el estacionamiento subterráneo del campus, justo cuando estaba reunida con Peack Tijerina. Así como notó una bala traspasando el autobús.

—El verdadero problema no es que Tshilaba esté dentro de Isela —habló Zinder, por medio de la mente, donde podía establecer comunicación con el demonio—. Si es verdad que Lucrecia y su madre aniquilaron a toda su familia, ya podemos saber lo que quiere. ¿Eso es cierto? ¿Ellas acabaron con todos los parientes de sangre que tenían?

El vergel de los clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora