Toc, toc. Parte dos

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Tshilaba Benedetto

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Tshilaba Benedetto.

Vivir en una mentira que de dientes para fuera aparentaba felicidad sería denominada como el sacrificio personal para un beneficio que valida el doble del bienestar mental de un humano. Como una joven mujer que se casa con un hombre mucho mayor que le ofrece estabilidad económica. Un trabajador con exceso de labores que aguanta sobredosis de estrés para tener una paga que iría directamente a la despensa para alimentar a su familia. El de un huérfano que soporta maltratos de personas desconocidas a cambio de seguir con sus estudios para ser alguien en el futuro.
O el de una mujer que posee conocimientos místicos que la ayudaron a ser reclutada por una importante organización secreta para meterse en el cuerpo de la hija de la mujer que exterminó a toda su familia, con el objetivo de infiltrarse para así obtener venganza en el momento indicado.

Tal era el caso de Tshilaba Benedetto. Una mujer que, a lo largo de los años había perfeccionado ciertas habilidades sobrehumanas que la llevaron a formar un plan extremadamente detallado para acabar con su hermana mayor —Lucrecia Benedetto—, y así vengar a los familiares que murieron por orden de esta, y su madre ante sus ojos. Incluso, con ella estando en la lista de ejecutados, quien, por azares del mundo logró ser la única sobreviviente de aquel atentado.

Yacía un tiempo que Tshilaba llevaba viviendo en el cuerpo de su sobrina —Isela Benedetto— como agente encubierto por órdenes de las personas a las que trabaja, con el fin de cumplir los objetivos que se propuso antes de morir. Con ello, las costumbres de una joven universitaria se habían vuelto parte de ella. Asistir a una educación que en su juventud se le fué denegada, la tácita libertad de andar por las calles —ya sea sola o con acompañada—, o el acceso a comer y beber lo que quisiera, en el momento que quiera. Justamente como en esa noche, con una botella de ginebra, dentro de un autobús estacionado en el solitario aparcamiento subterráneo del instituto San Bernardo. Reuniéndose con una compañera que, igual a ella tenían la misión de ocupar una doble vida.

—Ha pasado casi un mes desde la última vez que volvemos a estar en contacto —contestó la segunda persona dentro del oscuro autobús que la acompañaba, ubicada a espaldas de la pelirroja—. ¿Ya solucionaste tus problemas con estar dentro del cuerpo de Isela Benedetto?

La segunda persona estaba entada, mientras la tenue iluminación de su celular abarcaba su espacio personal para divisar su apariencia rubia postiza con facciones europeas que se difuminaban en su porte de seriedad.

La persona que en ese lapso poseía el cuerpo de Isela suspiró, como si lo escuchado por la susodicha persona detrás fuera predecible. Con algo de cansancio por repetir el motivo que la tenía así, dijo:
—Cuando logro adueñarme de Isela, la mayor parte del tiempo tengo que actuar como una estúpida niña desiteresada que cuando tuvo la oportunidad, no supo aprovechar los beneficios de tener una vida con lujos —espetó sarcásticamente—: ¿Eh respondido a tu pregunta?

—Eso no justifica el bajo rendimiento que últimamente has dado  —reparó la acompañante de la gitana, casi igual de inexpresiva—. Los altos mandos han estado preguntado por ti. Dicen que hace semanas no reportas con ellos. Lo peor es que me piden explicaciones a mí, por hacer mal tu trabajo.

El vergel de los clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora