Dolor y sarcasmo. parte dos

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—Faltan como 2 horas para que las clases terminen

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—Faltan como 2 horas para que las clases terminen. Apúrate que me da pereza imaginar lo que Isela hará cuando sepa lo que hago contigo. De saber el largo discurso que Lucrecia me podría dar, me replanteo si realmente vale la pena utilizarte como premio de consolación por la pérdida de tu madre.

—Pues justo a tiempo porque, ya casi acabo —si bien el viejo edificio estaba en condiciones no tan convencionales para ser utilizado, había una excepción con el amplio cuarto subterráneo que albergaba a la pareja de sinvergüenzas—. Y no me quejo, a veces es bueno ganar experiencia en ambos sentidos. ¿Y quién mejor si no es una de las tantas amantes de mamá me enseña ciertos trucos en la cama?

—Hablando de esas asquerosas gitanas y tú madre, ¿qué descubriste de Isela? —dijo Sonia mientras daba un bostezo, rovolviendo su cuerpo desnudo entre las oscuras sábanas de ceda al contraste de su piel blanca—. Cualquier pista que alimente mis sospechas es útil. —Su mirada jamás se apartó del pelinegro semidesnudo que leía los documentos sin prisa. Zinder estaba recargado a un costado de la estufa a tres metros lejos de la cama, con el pie izquierdo apoyado en la puerta del horno de cristal perteneciente a la estufa.

La mirada de Sonia no era de lujuria ni maldad. La curiosidad que abordaban sus pensamientos cada vez que tenía sus encuentros no tan constantes con el oji pardo crecieron hasta el punto de querer saber un poco más de él, y ese era el momento adecuado para matar esas dudas que tenía. ¿Pero por qué tenía curiosidad? ¿Era por mero chisme? imposible, Sonia no era una mujer que prestara atención de más al resto de la sociedad a no ser que ganara algo de plata, poder u otra cosa que vaya de la mano con el estatus. Y con Zinder no obtenía otra cosa que no fuera satisfacer las necesidades que su ex precoz esposo no podía, ya que la perversión de Sonia le quedaba grande. Otra cosa que también conseguía de Zinder eran los buenos datos acerca de la privacidad que esconden los peces gordos de la ciudad, pero eso no era suficiente como para tener al pelinegro en su cabeza. ¿Acaso finalmente había sucumbido a los encantos no tan desarrollados del pelinegro? Jamás...tal vez más o menos. A su "corta" y satisfactoria vida Sonia no se arrepentía de los momentos vividos a la edad de 35 años, con excepción de su casamiento con Ted Tijerina por regalarle toda su fortuna a la policía gracias al descubrimiento de unos cuantos fraudes fiscales, un gesto que el gobierno agradeció, ya que muchos de estos pudieron comprar su casa de ensueño, autos que sólo tendrían en un sueño o ser el acompañante de un judío o judía que batea de su mismo bando.

—Hay días que Isela está como de costumbre. Con una actitud poco vanidosa, un tanto mamona, pero soportable para no decir que a veces está rompiéndome las pelotas para que tengamos uno que otro paseo. Pero hay otros, donde la veo más distante, aunque haga un excelente trabajo al ocultar las acciones que hace a mis espaldas, su repentina distancia es evidente —afirmó Zinder, sin apartar la vista de las hojas. Una de sus manos pasó por su enredada cabellera, posando su melena hacia atrás para tener una mejor lectura, con unos cuantos mechones rebeldes que se negaban a abandonar su posición—. También he notado que últimamente se ha estado enfermando, y de las ojeras que trata de ocultar con maquillaje. A sus espaldas encontré muchos frascos de píldoras sin etiquetas, latas de bebidas energéticas, y muchos... Muchos documentos en un idioma antiguo, con símbolos que están lejos de mi conocimiento con el ocultismo. Desde hace tiempo que lo hacía, pero de un modo más reservado. Ahora parece más estresada, como sino quisiera dormir, y lo sé porque las noches que paso con ella finge descansar, para después ir al baño en repetidas ocasiones.

El vergel de los clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora