El sofocante pánico en el aire, cortante con la limitada calma infundada en Zinder Croda y Margarita Potra prometía de todo, excepto un final feliz. Ambos mantuvieron un largo rato de silencio en lo que ordenaban lo que cada quien se quería recriminar.
—El despacho se ve muy diferente a como lo tenía la última vez que vine —dijo Zinder, que desde el asiento frente al gran escritorio admiraba lo que podía del lugar—. ¿Cuándo lo remodeló?
Después de memorizar la cantidad de armas —revólver fusiles de cacería, cuchillos— que colgaban en la pared detrás de su madrina que tenía al frente, sentada en el llamativo asiento de cuero con cara al escritorio mientras la mujer vertía algo de mezcal en un vaso de cristal, pasó a ver un cuadro colocado en otra de las paredes, donde divisaba a Margarita encima de un caballo dentro de una hacienda que parecía estar recién ilustrado.
—Son cambios muy llamativos, madris —el chico sonrió de modo que la mueca fuese apenas perceptible— yo diría que para bien. Se nota que los negocios han ido en subida.
—Ahí la llevo —contestó Margarita, luego de dar un trago a la bebida—. Las cosas andan mucho mejor que los años anteriores. Desde que me volví más activa en la organización que tu mami fundó, y ahora manejan todos lo grandes de nuestra generación, la dorada. Me hice de mucha pasta. Gran parte de ella se lo debo a la gran unión que tengo con Humberto que, curiosamente sufrió la terrible noticia de la muerte de muchas personas que trabajaban para él —apuñaló a su ahijado con la mirada puesta en él—. Eso pasó hace dos días, a las afueras de la ciudad, justamente cuando no te encontrabas aquí. Dime, parlanchín: ¿hay algo que me quieras contar?
La atención del chico seguía en el cuadro que abarcaba una cuarta parte de la pared pintada de negro, contraste con los colores vivos que componían alrededor de Margarita montada en el caballo y con un gallo de pelea negro entre las manos.
—Esa retrato está muy bien hecho. El pintor logró hacer que los colores estuvieran en armonía. Mis felicitaciones.—Quien lo hizo fué Marco Laporta —dijo la mujer agropecuaria, burlesca—. El hijo de mi pobre amigo, y ex prometido de la niña que te acompaña.
—Una vez dijiste que querías un retrato hecho por mí. Ahora resulta que vas y le pides uno a la competencia —expresó Zinder, fingiendo estar dolido—. ¿Debo preocuparme por pensar que vas a cambiar de ahijado?
—¿Qué quieres que haga? Nunca estás aquí, y cuando vienes es para pedir algo —Margarita se encogió de hombros—, como ahora. Te apuesto mi gallo de pelea favorito a qué quieres algo. Más bien —entrecerró los párpados con detenimiento al chico que finalmente volteó a verla— deseas que arregle la cagada que hiciste para Lucrecia. Fuiste tu quien se metió con los hombres de Humberto, ¿No es así, niño estúpido?
—Para todo hay un motivo —dijo Zinder, sin perder el porte inexpresivo, serio, pero no desinteresado, más bien atento a cada movimiento de Margarita—. Esos bastardos hijos de puta que ahora mismo deben estar revolcándose en las llamas del infierno estaban siendo un dolor de genitales para Lucrecia.
—¿Qué te dije de comprar pleitos ajenos? —aseveró la mujer, que sacaba un cuadro metálico de cigarros del cajón debajo del escritorio—. Te prohibí meterte en los asuntos de adultos. Para colmo tenías que hacerle un favor a Lucrecia, jodiendo a mi amigo, el cual está con todo el derecho de estar encabronado. Hasta yo lo estaría si descubro que un niño enviado por la hija de su puta madre que más desprecio asesina a todo un grupo de criminales dispuestos a ensuciarse las manos por mí, a cambio de muy poco dinero.
El chico no habló hasta que la mujer abriera el pequeño compartimiento en sus manos para quitar un cigarro que pasó por los labios para luego encenderlo. Lo que le otorgó el tiempo para deambular entre las ideas que procesaba para ingeniar un modo que le permitiera escabullirse de dicho meollo.
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El vergel de los clandestinos
SonstigesHistoria original. Todos los derechos reservados. Tras la caída de su madre, Zinder Croda tiene que pagar el precio de las acciones que su madre alguna vez tomó para llegar a la cima, siendo déspota de todo lo que una vez quiso y le hizo feliz. Cómo...