"Los malos tragos no se alivian con un simple caramelo".
~Gilberto C. Vásquez.
Años atrás.
—Y después de haber enfrentado la realidad Alicia vivió feliz para siempre.
—¡Oye! El libro no termina así.
No faltaba mucho para que la puesta de sol estuviera en su punto máximo con el objetivo de regalarle su mejor color anaranjado al par de mejores amigos debajo de un inmenso roble, en la cima de una colina. No era común ver el cielo despejado en fechas de invierno, pero ese 24 de diciembre era especial por el simple hecho de haber concluido uno de los tantos libros que cada tarde leían por petición de Yonder.
—Esta es la versión original de la obra. —los cansados ojos pardos de Zinder bajaron, al tiempo que alzó el grueso libro de pasta roja para toparse con el ceño fruncido de la pelinegra recostada en su regaso, a la espera de una respuesta de su amigo—. El final es totalmente diferente que la película animada, no te va a gustar.
—¿Y? —las suaves manos de la joven tomaron la nariz recta de Zinder para estrujarla, ocasionando un leve quejido de este cuando sus fosas nasales se movían de izquierda a derecha—. Aún así quiero escucharlo, sin importar que el final no sea lo que yo esperaba. Después de todo te tengo a ti para que inventes uno nuevo para mí. —agregó con sutileza, subiendo uno de sus dedos hasta llegar a su ondulada meleda y enredar su dedo índice con uno de sus mechones.
—Vamos dame un respiro —soltó el niño con pereza— esto me pasa por cumplir todos tus caprichos.
—¿Si tú no lo haces quien lo va a hacer? —cuestionó la oji celeste indignada, haciendo un puchero que resaltaba sus mofletes—, además —agregó con intentos de mostrar seriedad—. Esto es un pago por adelantado.
—¿Pago? —respondió Zinder, con una pregunta mientras alzaba una ceja, expectante a lo que la chica con una paleta sabor cereza en los labios estaba a punto de decir cuando se sacó dicho dulce de su paladar.
—Todos los días estoy contigo en la cocina para probar los experimentos que haces, sin importar que platillo sea —asintió para ella misma con suficiencia, dejando el cabello de Zinder para señalarlo a unos centímetros de su cara—. Y nunca me quejo a pesar de los fracasos que muchos de estos han sido. ¿Tienes idea de lo difícil que es quitarse el excesivo aliento a cebolla y ajo?
—¡Creí que mi comida te gustaba! —era obvio que el chico no podía reprocharle nada a la pelinegra por lo dicho sabiendo que sus palabras eran verídicas respecto al mal aliento que le dejaba después de probar cuatro comidas distintas en un mismo rato, pero le era inevitable no sentirse mal.
—Claro que me gusta —respondió Yonder, intentando ser más sutil cuando notó que Zinder sustituyó su expresión de cansancio a uno similar al de ella—. Pero me alimentas como si fuera un cerdo de fábrica.
—¡No es mi culpa que seas de rápida digestión y que tengas una complexión delgada! —objetó de inmediato—. Aparte, así estarás gorda y ningún perro se te va a acercar. —susurró con las mejillas levemente rojas, sin apartarle la mirada a la chica que extendió sus ojos por aquellas palabras, dejando caer su paleta sobre su mejilla izquierda por el repentino comentario, quedando con la boca abierta.
Conforme el tiempo pasaba el silencio se hacía eterno, pero no era incómodo como para cortar la conexión de miradas, tampoco era que quisieran hacerlo.
—¿Esto último era necesario? —preguntó Yonder, con rubor en sus mejillas, a lo que Zinder negó, tomando la paleta de su mejilla, seguido de limpiarla con una de las tantas toallas húmedas a su costado sobre el césped.
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El vergel de los clandestinos
RandomHistoria original. Todos los derechos reservados. Tras la caída de su madre, Zinder Croda tiene que pagar el precio de las acciones que su madre alguna vez tomó para llegar a la cima, siendo déspota de todo lo que una vez quiso y le hizo feliz. Cómo...