Debido a la intervención de Lucrecia para habitar el viejo edificio que Zinder y Yonder hospedaban, era que la planta baja había dejado de parecer la vivienda de algún vagabundo que dormía de pasada. El encharcado piso desnivelado contaba con una resina oscura que le daba un toque al espacio repleto de estrellas. Las paredes de grafitis obscenos fueron pintadas de un blanco radiante que otorgaba luminosidad junto a la amarilla farola colgante de arriba para no quedar con tanta tenuidad, debido a que las ventanas seguían parchadas con madera para complementar los cristales rotos.
—¿En qué tiempo llegarán? —preguntó Yonder, mientras alzaba los brazos para que las empapadas axilas no mojasen su abotonada camisa manga larga.
Una modesta mesa redonda con cinco sillas sin respaldo de madera era lo que había en medio del lugar, tan bochornoso que el aire del ventilador en el techo era insuficiente para contrarrestar el sudor de la chica sentada. Por tanto frío que había debido a las muy bajas temperaturas que se encontraba para ese mediodía —aunque el día anterior había hecho un calor con sensación de cuarenta grados—, el edificio estaba demasiado sofocante, como si alguna anomalía se hubiese aprovechado del lugar.
—Tshilaba es una gitana que no respeta los compromisos. Margarita hace lo que quiere, sin mencionar que debe estar buscando una excusa para hacer que Peack no la acompañe. Y la tía milf Sonia... —dijo Zinder, vacilante, sentado a un lado de Yonder mientras tomaba dos cigarros de color negro de la cajetilla que puso sobre la mesa—, es la tía milf Sonia.
De los dos chicos era Zinder el que menos sufría del calor. En parte era por los rigurosos entrenamientos que su madre lo ponía a hacer en medio del pequeño desierto dentro de la zona muerta, otra era por la delgada polera sin mangas, junto a los orificios de distintas partes en su pantalón negro. Y porque ya había sentido de primera mano el calor que producían las llamas del mismo infierno que le enseñó Glassialabolas a la hora de hacer un pacto.
Zinder ofreció un cigarro a Yonder, encenderlo y repetir la misma acción con el otro cigarrillo, creyendo que el humo podría ser el mejor tranquilizante para contrarrestar los nervios que se aferraba a ambos.—Oye —inquirió Yonder, con mirada despectiva, luego de una calada—: ¿No tenías otra ropa que incite a nuestras invitadas a darte limosna?
—Era lo mejor que encontré en los pocos puestos que estaban abiertos en el mercado. Solo había ropa de segunda mano —recalcó Zinder—. Además, ellas vienen a hacer negocios, no para hablar de cómo me visto.
—Recuerda que vamos a tratar con gente de renombre —la chica suspiró— tienes que estar presentable para la ocasión, si no quieres que te hagan menos y quedes como un hazme reír.
—Me da igual lo que piensen. Si consigo lo que quiero, al final serán ellas las que se harán menos por obedecer a alguien que consideran inferior.
Yonder movió la cabeza en señal de negación, pues lo que menos quería era discutir antes de una reunión crucial.
—No se trata de eso —refutó ella—. Si vamos a juntarnos con personas importantes, tienes que darte a respetar. Y para conseguirlo, primero tienes que respetarte a tí mismo. Comenzando con tu imagen, recuerda que por mucho que sepas hacer, las personas siempre te van a juzgar por tu apariencia. Si tú no te respetas, nadie lo va a hacer. Terminando ésta reunión iremos a comprarte ropa nueva, antes que Lucrecia congele tus cuentas. Sin excusas ni pretextos. —Con los dedos trató de peinar los rebeldes mechones de Zinder para acomodarlos a un costado, de modo que se viese un mejor perfil de su rostro cargado de seriedad.
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El vergel de los clandestinos
DiversosHistoria original. Todos los derechos reservados. Tras la caída de su madre, Zinder Croda tiene que pagar el precio de las acciones que su madre alguna vez tomó para llegar a la cima, siendo déspota de todo lo que una vez quiso y le hizo feliz. Cómo...