—¿Me esperas? —la pregunta de Sonia Bozada era un discreto mandato que era dirigido a la mujer que hacía de copiloto en el Beetle rosado que manejaba—. No tengo datos. Quiero avisarle a mi hija que llegaré un poco tarde —su voz aparentaba normalidad, como si esa noche fuera igual al resto.
Otra de las tantas formas de cruzar la zona norte con la sur era la autopista, muy frecuentada por aquellos que evitaban el estresante tráfico de la ciudad. Aquella misma que Sonia recorría en medio de la nebruzca pista hasta llegar al establecimiento que pertenecía a Lucrecia. Mismo que hace cuatro días Zinder visitó junto a Tshilaba.
—Menuda mierda de lugar —dijo la mujer de tes trigueña, sabiendo de lo que había ocurrido alrededor—. ¿Justo ahora? —esos grandes orbes café miraron a Sonia con disgusto en cuanto la velocidad del vehículo disminuía hasta estacionarse en el aparcamiento.
—Mi gorda debe estar esperándome. —Sonia trató de persuadir los nervios que trataban de traicionarla, en el momento que subió el freno de mano—. La última vez que hice esperar a mi nena, casi termino durmiendo en el patio de la casa. No pienso pasar la noche en un asiento de playa hasta que mi malcriada hija se digne a quitar los seguros de la entrada. Ya sabes, cosas de madre e hija.
Ella pensaba que no era la persona indicada para soltar esos comentarios tan a la ligera. Después de todo, ella sabía que después de salir del coche, los minutos correrían para Andrea Trujillo, la subdirectora del instituto San Bernardo.
Sus manos fueron a la cartera de mano dorada situada en la guantera, alumbrada por las luces amarillas del interior del Beetle. Las náuseas de querer vomitar el almuerzo no paraban de sofocarla, a la hora de estirarse para alcanzar el monedero, respirando por momentos la suave colonia de su compañera de trabajo. Un aroma que pasaba desapercibido hasta quedar demasiado cerca, dicha fragancia que hubiera preferido no oler, puesto que lo recordaría por el resto de su vida, al igual que ese gesto despectivo de Andrea.
—Debí esperar algo como esto —farfulló Andrea, desganada—. Acepté venir contigo porque me lo pediste con una seriedad que pocas veces usas. Pensé que era importante, pero empiezo a dudar que así sea por ver que te tomas la molestia de parar en medio de un lugar muy peligroso.
—Será rápido —contestó Sonia, sonriendo—. Solo dos minutos.
—Bien —soltó Andrea, con un suspiro—. No tardes, mis hijos deben estar esperándome, y no los quiero dejar más tiempo con su padre. Ése imbecil no sabe como cuidar a unos bebés.
Lo escuchado había dejado a la rubia con una cara vacilante. Sonia conocía algunos datos acerca de la vida íntima de Andrea Trujillo, cosas que el círculo social al que ambas pertenecían sabía, otros que un pequeño número de gente estaba al tanto.
Como el par de gemelos que hace cinco meses dio a luz, cuyo padre no era su esposo. El cargo de subdirectora que ostentaba, o lo involucrada que se encontraba en la corrupción de ciertas empresas fantasma que dirigía a raíz de ciertos términos y condiciones con socios del exterior.
Incluso si la mujer de padre marroquí y madre mexicana era un ser con poco interés para Sonia, lo último dicho por Andrea la había dejado muy pensativa, tanto que tardó unos segundos para asimilar.
"Mis hijos están esperándome" esa frase se repetía en la cabeza de la mestiza que dejó de perder el tiempo y bajó del carro, lamentándose de lo que estaba a punto de pasar.
Con el avanzar de los pasos rumbo a la tienda era que aludía las futuras cosas que cambiarían su vida, así siguió hasta llegar a la puerta de cristal trasparente que empujó para entrar, el último paso que implicaba no dar marcha atrás.Por pequeñeces relacionadas a la falta de mantenimiento en la tienda, era que dos de las seis luces de lados opuestos necesitaban ser reemplazadas. En cambio, las cuatro lámparas restantes solventaban al par en disfunción, como para que Sonia siguiera su camino a la caja, en línea recta que era conectada el primer pasillo.
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El vergel de los clandestinos
RandomHistoria original. Todos los derechos reservados. Tras la caída de su madre, Zinder Croda tiene que pagar el precio de las acciones que su madre alguna vez tomó para llegar a la cima, siendo déspota de todo lo que una vez quiso y le hizo feliz. Cómo...