Dos manzanas en una discordia

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"No hace falta derramar sangre para terminar con una vida"

~Gilberto C. Vásquez

Zinder Croda (pasado).

—¡Duele! —exclamó el niño pelinegro, entre quejidos por ser arrojado al suelo sin piedad, con una patada en la mandíbula que pensó y se la dejaría dislocada.

—Han pasado 3 días desde que te obligué a defenderte de esos perros, pero aún no has avanzado lo suficiente como para bloquear uno de mis ataques, por más despacio y predecible que los lance —dijo como si de nada se hablara, evitando que Zinder se levantara con otra patada menos fuerte que la anterior, sacando un cigarrillo para prenderlo al tiempo que usaba el abdomen de él como silla.

—M-mamá —quiso hablar, pero la presión del peso en su madre sobre su frágil estómago era comprimido, sintiendo lo asfixiante que era un peso 3 veces más que el suyo—. Me lastimas, no puedo respirar. Me siento mal, estoy cansado y no he comido nada en todo el día. Por favor, detente, ya no puedo seguir —susurró muy a fuerzas, apenas entendible por lo quebrada voz a punto de romper en llanto por ver lo que la mujer que juró y lo amaría, estaba siendo la más cruel de todas las personas que le hicieron daño—. ¿Por qué me haces esto?

—Mientes —respondió ella, mirando a la nada que la azabache noche le dejaba, con pensamientos ortodoxos que conllevan la creación de un cazador nato—. Puedes respirar, sólo que te cuesta hacerlo, si lo que dices fuera el caso -dio una bocanada de humo que se extendía sobre la bochornosa brisa—, ahora estarías a punto de m*rir -miró al niño cubierto de sangre. Con desinterés descendió la vista hasta su malgastada polera morada, regalo de su mejor amiga, toda sucia y dañada, pero nada que una lavada y costuras pudieran arreglar—. Despierta tus instintos -expulsó otra cantidad de humo sobre sus narices, en modo de cascada-. Intenta salir de esto. Deja de jalar aire entre cortas pausas, tómate tu tiempo para analizar tu entorno. Que ese miedo de estar en medio de la oscuridad te permita llevar tu vista hacia los límites.

Con los segundos contando las gotas escarlatas que alquilaban sus mejillas como goteros para bajar, ardiendo por los cortes en su rostro, el ferviente dolor de su boca al querer pronunciar algo que le hizo dejar caer su cabeza. Saludando con su parte trasera al empedrado suelo, escuchando las pequeñas rocas moviéndose ante el impacto que lo puso a observar la gigantesca luna roja

—Entiendo que todos no me quieren ver en el mundo, que nos apartemos de lo que conocemos. Pero, ¿por qué esto? —trató de alejar a su madre con la débil energía que le sobraba—. Espera —más confundido, no supo el motivo que le obligó a Trinidad Jeager el tomar el cuello de la prenda para romper a la mitad aquel regalo tan preciado del niño—. ¿¡Qué hiciste, mamá!?

Pese a que no podía ver la escena antes que escuchara el desgarrar de su camisa, una mezcla de pavor e injusticia por ver que tan lejos llegaban a ser con él. Intentó refutar en un desespero que tuvo una buena armonía con las lágrimas en sus ojos por el dolor físico, y ahora también mental de ver cómo uno de los pocos recuerdos buenos en lo que restaba de su infancia era partido en 2.

—Seguramente te estarás preguntando: ¿por qué hiciste eso tan de repente? ¿Qué te hizo este regalo tan importante como para romperlo? —con su mano pasó por el pecho y estómago del niño cuando se levantó para andar de cuclillas, sintiendo las cicatrices sin tratar que intentaban cerrarse—. Te dije que no quería ver algo que te hiciera recordar un momento feliz cuando estemos aquí. Venimos a entrenar, hacer que puedas ser algo más allá que un mocoso mimado y adinerado. Aprende a no depender de los recuerdos que te pueden hacer un inútil. Quiero criar a un hombre capaz de marcar la diferencia, no a una princesa con verga en la entrepierna. Aprende a ser un hombre, debes madurar antes que el tiempo se nos acabe

El vergel de los clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora