Simplemente quiero socorrer al que muere pero al mismo tiempo tengo ganas de que me salve a mi porque si no lo hace duele.
~Stuart.
Hace medio año que el cuantioso grupo de pandilleros más peligrosos del Salvador fueron apoyados para escapar de su territorio, gracias a la declaración de guerra que el presidente les había dado. Tanta era la problemática que hasta los más veteranos habían sentido el miedo de ser atrapados por las fuerzas armadas del gobierno, o en el caso relativamente fácil para tener un final menos catastrófico por los crímenes ocasionados; ser ejecutados en una revuelta antes de ir a la prisión que aseguraba ser de las más seguras en América.
Por falta de recursos y cabezas frías para buscar un modo de escapar, no dudaron en recibir el apoyo de un grupo de personas millonarias en Helix que los apoyaron hasta llegar a tierras helixanas.
El trato a cambio de tener días sin tener a la ley por encima era simple: brindar sus servicios a dichoso hombre —Humberto Laporta— con la promesa de tener una parte de territorio en Ishkode para volver a gozar esos días que los llevaron a proclamar una supuesta gloria.El grupo conformado por casi una docena de hombres procedían a caminar con cuidado en el camino de ramas y hojas secas, para no pisar algún animal venenoso que los arrastrara a una muerte segura como a muchos hombres de los suyos que perdieron la vida en los primeros días viviendo en el peligroso cerro. Ya era costumbre caminar por el mismo lugar, cargando cajas pesadas hasta hacer un espontáneo camino para llegar a las tiendas de acampar que usaban como vivienda.
—Verga, pendejo —comentó uno de los salvadoreños, con las manos ocupadas mientras caminaba cuesta arriba para llegar a lo más alto del cerro—. ¿Qué pasó ahí? —quería buscar una respuesta para el rotundo fracaso que tuvieron en la carretera.
—¡Cállate de una puta vez! —gritó el que ahora comandaba lo que restaba de ellos, delante de todos para tomar la figura que los guiaba a la guarida que tanto querían llegar—. Deja de llorar —con escuchar lo histérica de su voz, permanecieron callados hasta llegar a su destino.
Un angosto espacio de una hectáreas era lo que componía el campamento debajo de árboles, o cubiertos por musgos y plantas invasoras, donde ellos estaban instalados. Vigilado por un hombre armado con armas de mejor calibre en cada esquina, y mantenido por mujeres obligadas a atender a los que quedaba de la mara en Helix.
Gemidos, insultos, gritos, música urbana. Era lo que sonaba en cada tienda a prueba de agua, abordada por un máximo de cinco personas, un par de niños fuera que corrían bajo los tendederos con ropas, atados de una carpa a otra para vigilar a lo desconocido de cada casa que quisiese invadir esa supuesta privacidad.La intranquilidad de los recién allegados se desplomó por lo inconformes que estaban. Ser ellos quienes habían sufrido las consecuencias del fracaso y pérdida de su líder, mientras que el resto disfrutaba de los beneficios obtenidos por los constantes trabajos realizados. El nuevo líder volteó hacia los enfurecidos compañeros para dar un movimiento de cabeza como medio de afirmar su llegada. Dejando las cajas en la montosa tierra, cerca de los conductores del tráiler que habían tomado como rehenes, empuñaron las metálicas armas que golpearon las rocas cerca de las tiendas dispersas entre gritos, haciendo que los sobrantes del grupo salieran al instante para contar la delicada situación que estaba a punto de agitar a más de uno.
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El vergel de los clandestinos
RandomHistoria original. Todos los derechos reservados. Tras la caída de su madre, Zinder Croda tiene que pagar el precio de las acciones que su madre alguna vez tomó para llegar a la cima, siendo déspota de todo lo que una vez quiso y le hizo feliz. Cómo...