Gambito parte 3.

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"No despiertes a una bestia que no puedes controlar"

~Nekroos.

Iván y Kande.

Las tres horas de trayecto fueron buenas para fortuna de la pareja de amigos que llegaron al Madison sin problemas.

—Todo fué tan rápido que no supe como terminamos de esta manera.

— No tiene caso darle tantas vueltas al asunto. Quejarse no te traerá todo lo que perdiste, Iván.

— No lo digo por eso..me refiero a Yonder.

— ¿Qué con ella?

— ¿No sientes nada al verla sufrir?

— Ella es más fuerte que esto, te aseguro que no será la primera vez que pasará por estas situaciones.

— Todavía es una niña sabes, la explotas a más no poder, acaba de perder a su madre, sin contar que vive sabiendo que en algún momento de su vida será la esposa del hijo de algún futuro socio tuyo. Prácticamente está condenada a ser un producto de tu pertenencia, Kande.

— Eres el que menos debería juzgarme. ¿Ya se te olvidó lo que le hiciste a Zinder?

— No trates de compararlos, Zinder tiene la vida arreglada. ¿O acaso me dirás que es una tortura gozar del cuerpo de Isela Benedetto? Y no me dejarás engañar, hay momentos en los que incluso tu la llegas a mirar de más.

— Ese chico no es el que tiene la vida arreglada...ese eres tú. Ya que mantienes tu puesto como director, vives en la misma casa, sigues con tu rutina, pero todo a costa de vender a tu hijo. Y si hablamos de Yonder, también eres complice de sus desgracias.

— ¿Qué quieres decir?

— ¿Olvidaste el apego que Yonder tenía hacia Zinder? No solo perdió a su madre, a los catorce años su amigo desapareció sin avisar, luego cuatro años después vuelve y sólo para comprometerse con su prima, y como cereza del pastel todos los días tiene que verlo sufrir al estar como un perro en contra de su voluntad, y no eh mencionado que se mata horas y horas en desvelo para hacer tu trabajo. Partiendo de eso: no vuelvas a decir que sientes compasión de mi hija cuando formas parte de esto.

Yonder Pulisic. (tercera persona)

Ambas mujeres permanecieron abrazadas por alrededor de diez minutos hasta que Yonder tomó la iniciativa de separarse, lenta y minuciosamente para alzar la mirada y toparse con la piadosa expresión de Lucrecia.

— N-nuevamente le doy las gracias. -las afligidas palabras de Yonder hicieron que Lucrecia negara con una sonrisa complicada.

— Ya te dije que no te preocupes. -siguió acariando su cabello para consolarla.— Saca todo lo que llevas dentro. —para la pelirroja no era común encontrar a Yonder en un estado demasiado expuesto como para necesitar el hombro de alguien. Ella sabía que su sobrina política no era alguien fácil de romper, era por ello que su preocupación estaba al tanto, quería acabar con todo lo que le hacía daño, y no era para menos considerando la compañía y ayuda que siempre le hizo a su primogénita. También estaba el asunto de Zinder, lo que debió sufrir al tenerlo lejos por mucho tiempo para después reencontrarse con el pero con la noticia de que su mejor amigo se convirtió en el prometido de su hija, pero consideraba que eso era un punto y aparte.

— Disculpe. —para mantener las apariencias Yonder siguió en la misma posición durante unos minutos más hasta que consideró el momento adecuado para volver a hablar.

— Dime pequeña. —dijo Lucrecia después de escuchar la quebrada voz de la pelinegra, en ningún momento dejó de acariciarla viendo como su escote y parte del vestido negro que portaba estaba húmedo gracias a las lágrimas de Yonder.- ¿Qué necesitas? -preguntó en un tono dulce, pero autoritario.- Pídeme lo que sea.

El vergel de los clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora