Zinder.
Había pasado alrededor de una semana desde la última vez que Zinder visitó el mercado Laporta.
Para su mala suerte la mañana había transcurrido y Zinder seguía sin ningún alimento en el estómago, esto lo ponía humor de pocos amigos que la mayor parte del tiempo ocultaba.
Pero todo eso quedó de lado cuando supo que por fin tendría las vacaciones que tanto anhelaba, entonces pensó que no había otro lugar para celebrar sino en el comedor de doña Toña —lugar donde su madre lo llevó desde la infancia—. No tuvo que pasar dos pasillos del anitihiénico mercado para que los vendedores lo saludaran con alegría, otros algo pesados, pero en el buen sentido. Pronto, los zumbidos del teléfono hicieron presencia, en señal de una llamada entrante que atendió aun con el cansancio mental.—¿Cómo estuvo tu finde? —preguntó Freddie tras la pantalla, burlesco por jugar con la paciencia del pelinegro—. Espero e Isela haya cumplido con hacer que quites tu cara de c*lo por las mañanas.
—Entiendo que te frustre saber que tus esfuerzos por quedar bien con Lucrecia fueran para nada, sabiendo que al final fui yo a quien terminó dándole a su hija durante todas las noches bajo su consentimiento —respondió Zinder ante la agresión camuflada de su amigo—. Tus llamadas suelen venir con un propósito más allá de un hermoso saludo de tu parte. Así que, soy todo oídos. Pero antes que otra cosa: debo agradecerte por instalar lo que te pedí en el edificio que era de mi mamá y sus amantes.
—Primero, dime dónde estás. Porque dependiendo de que tan lejos estés de ella, tus ánimos cambiarán más rápido que una mujer bipolar con depresión estando en su periodo. Así que atento a lo que te voy a decir.
—¿Chisme o mentira? —cuestionó Zinder, sin dejar de caminar—. Dependiendo de lo que sea, será el tiempo que te dedique antes de que por fin vaya comer.
—¿Comer? ¿¡Otra vez!? —exclamó Freddie, exagerando una fingida sorpresa—. Desde el viernes en la noche no has parado de tragar carne roja, ¿y aún quieres más? Goloso.
—Bien, se nota que alguien volvió a sacar su resentimiento a flote. Hay tanta mala vibra dentro de tu corazón y falso ego, andrógino malnacido —reparó Zinder, emitiendo repetidos suspiros para abordar un poco de la paciencia que necesitaba, y así no caer en el juego del chico que degustaba de llevarlo al límite.
—Uy... La princesa ya va a llorar. ¿Rompí tu himen? —rió de una forma en que sonara burlesca, pero no exagerada. Lo suficiente para que Zinder se detuviera a un costado del puesto de hierba para no irrumpir el camino de la demás gente en grupo que pasaba de largo—. Tranquila, que no estoy perdiendo mi tiempo al darte un pedacito de mí con solo ponerte de malas para que no comas a gusto. Quizás y Lucrecia no quiera que sepas de lo que pasó en tu indiferente ausencia, pero de todos modos te vas a venir enterando antes de que acabe el día. Pero prefiero que me debas el favor a mí, antes que a otro mongolo que se la pasa atento a la vida de los demás porque la suya es tan deprimente. Cosa que claro... yo jamás haría con la mía.
—Se nota que eres primo de Kokoa —pronunció Zinder, con un ánimo cansado al referirse de los parientes que tenía el otro chico alado de la línea, como lo era cierta persona reconocida por el habla hispana—. No entiendo porqué estás decidido a estudiar gastronomía, que de por sí se te da tan de la v*rga que lo demuestras todo el tiempo. Deberías de dedicarte al periodismo, aparte que combina con tu cara de z*rra, amante de los marineros maduros, conchetumadre.
—Hablando de mi dulce prima, la última vez que la saludé me volvió a pedir el favor de convencerte para que aceptes su entrevista. Dice que ya tiene el título colocado entre sus planas de relleno: de supuesta promesa sobrevalorada, a vergüenza para la sociedad. ¡Zinder Raymundo Croda Jeager!—esta vez sus risas sonaron más elevadas—. Enserio, ese clásico chiste nunca deja de ser poesía para mis oídos. Pero ya, fuera de juego: ¿estás en una zona segura?
ESTÁS LEYENDO
El vergel de los clandestinos
RandomHistoria original. Todos los derechos reservados. Tras la caída de su madre, Zinder Croda tiene que pagar el precio de las acciones que su madre alguna vez tomó para llegar a la cima, siendo déspota de todo lo que una vez quiso y le hizo feliz. Cómo...