Culpa: parte 1

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Zinder y Yonder

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Zinder y Yonder.

Hace quince minutos que Yonder había caído rendida dentro de la habitación surtida en tecnología. Los movimientos de Zinder eran limitados ante el agarre de la morena hacia su cintura mientras descansaba profundamente, acurrucada en su pecho como en los viejos tiempos. Tanto que el joven podía escuchar las pequeñas respiraciónes, el sube y baja de su pecho o su pacífico rostro que desprendía un poco de saliva en su boca entreabierta. Ambos yacían en el colchón de panda -mitad blanco, mitad negro- sonriente, con una x en el ojo derecho, tirado en el suelo forrado de un tapete turquesa de terciopelo, frente al inmenso televisor conectado a una consola.

El para nada modesto cuarto se encontraba totalmente cerrado, con el objetivo de darle filtración al aire acondicionado, y de paso protagonismo a las tenues luces turquesa de la lampara con forma de genio que dejaba ver el interior de las cuatro paredes que podría ser el sueño de todo hombre soltero.

Desde que sus ojos se abrieron no habían apartado la vista del televisión sin transmisión, quedando en un azul oscuro con las letras de "sin señal" en una esquina.
«No importa lo que haga, no me puedo quitar esos recuerdos de la cabeza» pensó, afligido por el tormento que le causaba estar en medio de todas las muertes que Glassialabolas le había hecho ver, desde que hicieron el pacto, hasta en sus sueños. «Necesito olvidar esto, urgente».

La noche que pasó junto a Yonder era la primera que había dormido sin alcohol, y sus pulmones sin humo. Esto provocó una ansiedad que con el pasar de los segundos le era más complicado de ocultar. Sus aspiraciones se volvían cautivas del pésame, el tic de su ojo le era más incontrolable. Solo estaba ahí, viendo cómo los nervios le mataban las pequeñas escarchas de tolerancia. Enfado, culpa, remordimiento por hacer sufrir a terceros, impotencia de no hacer algo con todo. Aquello lo reflejaba con el apretar de sus dientes, que podía verse mediante la pequeña montaña formada en su mejilla. No sabía cuanto más podría soportar de tanto peso, solo quería una cosa: dañar su mente entre ahogos alcohólicos.

«Mamá sabría que hacer en estos momentos» fué lo último que pasó por su cabeza antes de cerrar los ojos antes de prepararse para su siguiente movimiento. Pues para él, sus sentimientos quedaban en quinto plano, ya que el show debía continuar.

Debido al espacioso recorrido con morfeo de Yonder, el desayuno se había dado por perdido para Zinder, que lo dejaba pasar por alto sin tomarle importancia por estar sobrio. No tenía mucho que la morena había abierto los ojos, para inmediatamente bostezar y dirigirse al sanitario con prisa, tal vez por haberse pasado con el refresco de cola de anoche mientras tenía un maratón de películas junto al pelinegro.

De algún modo Zinder pudo haberse deslizado de su abrazo para sustituirlo con un peluche con forma de "slime" y un ojo, para ir al mercado Laporta de enfrente y comprar lo necesario para el almuerzo, un par de horas antes que Yonder despertara.
Las ventanas turquesa dejaban que el aire visitara el interior para que el olor a mojarra frita y caldo de mariscos infestara la habitación, de lo fuerte y empalagoso que podía llegar a ser.

El vergel de los clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora